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Ángel Lázaro

El cascarrabias

De vuelta, ya

Todo se acaba. Y mucho antes de lo que uno piensa. El cascarrabias vuelve a la tarea diaria después de una cuantas semanas de reparador descanso. Reconfortante también, supongo, para aquellos que me sufren leyendo estas líneas. Pero esto ya se ha acabado. Estoy de vuelta.

Y cuando uno vuelve al día a día tras unos días de asueto, se enfrenta a los quehaceres diarios con cierta (o con mucha) pereza. Yo no sé a ustedes, pero a mí la vuelta me sienta fatal. Ya de víspera todo me parece horrible. El último baño en la playa, la penúltima comida vacacional, la siesta torcida pensando en que mañana ya será imposible echar la cabezadita y la noche…. Horrible duermevela, que apenas si recordaba porque durante todos estos últimos días el sueño me ha acompañado en mis vacaciones. Hasta esta noche.

Primera prueba. La máquina dispensadora de billetes en el metro se me resiste. Tras tres intentos y a punto del primer cabreo logro sacar el pase mensual. El metro llega al andén. Como un autómata, me subo al coche como siempre pensando en lo que voy a tener que aguantar en este primer día. El aire acondicionado está a tope y casi siento frío. Sólo me faltaba coger un resfriado. Menos mal que la sensación desaparece a los pocos minutos. Y me concentro en programar lo que me queda de día.

Segunda prueba. Sin el primer café de la mañana. El bar en el que siempre paro para tomarme ese café está cerrado. Vacaciones. Las mías se han acabado. Busco y no encuentro, así que me veo obligado a entrar en el único del barrio que permanece abierto. No me va a gustar, lo presiento. Y acierto.

Tercera prueba. Más de mil correos electrónicos en mi buzón, sin contar todo el spam que se ha eliminado porque así lo tengo programado. Eso me va a llevar todo el día y apenas si tengo tiempo para el trabajo del día. Menos mal que apenas si me han llegado cartas. Es lo que tiene depender de los medios electrónicos. Pero alguna hay y es preciso dar un repaso, no vaya a ser que me pierda algo.

Cuarta prueba. El ordenador se me resiste. No sé quién ha andado en mi mesa, pero no tengo bolis, me falta el bloc donde apunto las claves y tengo dos cajones en el suelo. La silla ha aparecido en un rincón con un aspecto más que lamentable que, a buen seguro, echará a perder mis impolutos pantalones de verano. Y el aire acondicionado está al máximo.

Quinta prueba. El reloj no avanza. Estoy convencido de que es la hora de ir a comer y resulta que no han pasado ni 120 minutos desde que he entrado en la oficina. Bajo a tomar el segundo café del día, consciente de que no me va a sentar nada bien. Me duele el estómago.

Sexta prueba. A comer. Vuelta al calor de la calle. Entra al frío del metro y busca un sitio para yantar. Todo cerrado. Están de vacaciones. Y, para más inri, el tiempo se me echa encima y debo volver al trabajo.

Séptima prueba. Sin siesta. Cansado, hastiado y molesto porque todo el mundo está de vacaciones. Y yo tengo que trabajar. El efecto balsámico de mis semanas de asueto comienza a desaparecer. Y no llevo ni seis horas de curro. ¿Cómo será mañana?

Por Ángel Lázaro

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