Dicen que cada país tiene los dirigentes que se merece. Pero no creo que nadie, ni tan siquiera los italianos, sean merecedores de cargar con la cruz de su primer ministro Silvio Berlusconi se ha convertido (¿no lo era ya?) en un auténtico esperpento. Nunca se sabe dónde empieza el polìtico, el hombre público, y dónde acaba el empresario, la defensa de los intereses privados.
La última polémica en la que se ha visto envuelto el magnate italiano siembra el desconcierto en Europa y empantana de nuevo la visión que los europeos tenemos de Italia y de los italianos. La publicación de las fotos de su mansión de Cerdeña , en la que se pasean sin ningún pudor mujeres escasas de ropa u hombres (un alto cargo de otro país europeo) con el pene erecto, cae como una losa sobre el prestigio de Berlusconi. Sin embargo, el primer ministro italiano se defiende de lo que él considera un acoso sobre su vida privada, con una querella contra los medios que han difundido esas imágenes (previamente había evitado que los italianos pudieran ver esas escenas con un caprichoso uso de la ley).
Berlusconi llegó a Cerdeña hacia 1981 o 1982. “Su idea era construir dos millones de metros cúbicos sobre el mar, en un terreno de 200 hectáreas al sur de Olbia, entre Le Saline y Capo Cerasso”, relata un político corso hoy en El País. “Para abrumar, venía con unos libros enormes que decía contenían la valoración del impacto económico. Viajaba con un séquito de arquitectos, ingenieros, asesores fiscales, economistas. El proyecto tardó diez años en ser aprobado, sólo se le dejó hacer un cuarto de la extensión inicial, y en la montaña, lejos del mar. Pero cuando se aprobó no tenía el dinero. Era 1993, y en seguida entró en política”. En estos años, ese edén particular se ha convertido en el lugar de escándalo más famoso de Europa. Por él pasan cientos de chicas para diversión del primer ministro italiano y sus invitados. Y sus historias comienzan a ser conocidas.
Los cimientos de Italia preocupan a los europeos, aunque quizá en la cuna de la civilización europea (con permiso de los griegos), contemplen el espectáculo de forma diferente. No en vano, la mitad del país trabaja para el primer ministro y sus intereses privados, mientras la otra mitad aspira a hacerlo en el futuro (como hoy se refleja en la información de El País).
La cuestión es que un escritor como José Saramago ha querido salir públicamente a la palestra y mostrar su preocupación por la cosa italiana. “La cosa Berlusconi. No veo qué otro nombre le podría dar. Una cosa peligrosamente parecida a un ser humano, una cosa que da fiestas, organiza orgías y manda en un país llamado Italia. Esta cosa, esta enfermedad, este virus amenaza con ser la causa de la muerte moral del país de Verdi si un vómito profundo no consigue arrancarlo de la conciencia de los italianos antes de que el veneno acabe corroyéndole las venas y destrozando el corazón de una de las más ricas culturas europeas”.
La política-espectáculo de Berlusconi, su talante populista y mujeriego, su estilo machista, lleno de contradicciones y de grandes meteduras de pata, maleducado hasta el punto de dormitar en presencia del Rey de España, caprichoso y dominante, no logran evitar que emerja triunfal en cuanto la vida política logra echarle de su púlpito. ¿Será eso lo que realmente se merecen los italianos