Nunca nos han tenido demasiado cariño. Y no van a cambiar de la noche a la mañana. Demasiados años de desencuentro han transcurrido para que en unos pocos cambien realmente las cosas. Por mucho que alguien se escandalice. Además siempre se han comportado con un aire de superioridad evidente (como nosotros con Portugal, sin ir más lejos). Rafa Nadal se lamentaba ayer, una vez más, del escaso afecto que siente por él el público de París, a pesar de dejarse la piel cada vez que visita una ciudad que siempre consideró su favorita. Nunca se coreó su nombre en la pista Phillipe Chatrier, nunca se recompensó su esfuerzo sobrehumano, su tenis revolucionario, su amor por la tierra batida.
El campeón de Roland Garrós no se siente querido por el público francés. Sólo una voz se ha alzado en Francia para defenderle. Y no ha sido un parisino, sino un tenista olvidado de Angers, quien aportó algo de cordura en todo este sinsentido. “Me sorprendió mucho la reacción del público”, explica Nicolas Mahut, número 148 del mundo, en ‘L’Equipe’. “Apoyaron a Soderling todo el tiempo. No se puede hacer eso a Nadal, un campeón increíble. Creo que él no lo olvidará jamás”.
Nadal parece estar pagando esos años de desamor entre dos países que tienen más cosas en común de las que les separan. En este último lustro el manacorí se ha ganado la admiración, el respeto y el cariño del mundo entero. Lejos de mostrarse soberbio por sus triunfos, siempre se ha mostrado como un chico trabajador, educado, humilde, con los pies en el suelo y que nunca niega un autógrafo Pero nuestros vecinos del Norte, que presumen de ser el país de las buenas maneras, del gusto y de la ‘grandeur’, no tienen sitio para Nadal.
El campeón español sólo se queja de sentir cierta decepción por la actitud francesa. En su modesto comportamiento, apenas si ha esbozado un tímido gesto de hastío, sin alzar la voz, sin torcer el gesto, pero dolido y compungido por la algarabía que su derrota causó el domingo en las pistas parisinas. Celebraron su eliminación, se alegraron de que no pudiera exhibir su poderío. Torpes y tercos no saben reconocer que con Nadal el espectáculo está garantizado, que su entrega y pundonor lleva gente a las pistas y que su participación en una nueva final es un triunfo para la organización. Pues bien, ellos se lo pierden.