Me ha vuelto a ocurrir. Desde que el metro se puso en marcha en noviembre de 1995, me olvidé del coche para ir a trabajar. Coyunturalmente, me ve visto obligado a cogerlo unos cuantos fines de semana porque mi empresa ha decidido que no me va a pasar nada para que esté de guardia un par de domingos al mes. En conclusión, que esos días, como tengo que salir muy tarde por la noche, me veo obligado a coger mi automóvil.

Desde hace tiempo, vengo leyendo en la prensa los atascos que se forman (un día sí y otro también) en la A( y en los accesos a Bilbao. No hay jornada que no se produzca una incidencia en la a8. Pero esta vez me ha tocado sufrirlo en primera persona. Regresaba hacia mi domicilio y me he visto bloqueado por un tremendo atasco. Un coche permanecía volcado frente a Rekalde en dirección Santander; eran las 14.00 horas, con lo cual el atasco comenzaba a alcanzar colas kilométricas. Y me tocó a mí.

Como la salida más próxima era la de Zabalburu, me decidí a salir de la trampa e, inconscientemente, caí en otra similar. La ciudad también estaba colapsada. Sábado, hora de comer, tiempo con amenaza de lluvia… la sangre de cascarrabias me sube a la cabeza.

La cuestión es la de siempre. Nuestras autovías y autopistas son trampas para los automovilistas por la imprevisión de nuestros políticos y autoridades competentes. He presenciado atascos en las vías catalanas, por ejemplo, y siempre he visto que utilizan los carriles del sentido contrario para ayudar a descongestionar los colapsos. Pero aquí, eso ni tan siquiera se ha probado.

¿Por qué no se habilitan los carriles de las autovías cuando ocurre un accidente? ¿Tan difícil es cortar el medianil que separa ambos sentidos para descongestionar el tráfico? ¿Podrían hacer, al menos, una prueba y ver los efectos?

Todo menos quedarnos atrapados en esta trampa casi todos los días del año. Aunque a lo mejor es una maniobra bien pensada para evitar el uso del automóvil y propiciar la utilización del transporte público. Pero no lo creo.