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Ángel Lázaro

El cascarrabias

El cachete corrector

El Defensor del Menor, una figura de reciente creación entre nosotros, asegura en una entrevista que publica hoy El Correo que “quizá habría que trabajar menos y dedicarnos más a educar a los hijos”. Justo en el clavo. Vivimos indefensos ante la falta de respeto que muchos de nuestros adolescentes muestran a diario. ¿Responsabilidad de los padres? ¿Responsabilidad de los maestros?

La sociedad es hoy más permisiva de lo que sido nunca. Pero también es evidente que fallan algunos de los resortes que hacen más amable la convivencia en la calle. No se trata de volver a los viejos usos de urbanidad (que se decía en nuestra infancia), pero sí de restablecer algunas pautas de conducta. Que los más jóvenes aprendan a respetar a los mayores que, si algo se han ganado en la vida, es cuando menos cierta consideración. Aún no hemos abandonado la tribu.

El cascarrabias siempre ha creído que lo que no se aprende en casa no se aplica en la calle. ¿Cómo van a ser tolerantes los jóvenes si no lo son sus padres? Las últimas generaciones de progenitores pertenecen ya al modelo liberal, que renunció a transmitir a sus hijos los valores aprendidos en la familia, responsabilizando a los maestros de esa labor. El Defensor del Menor así lo reconoce: “los padres tienen que cuestionarse el tiempo que dedican a sus hijos”.

Los profesores están indefensos ante los alumnos más agresivos. Los educadores (¿) de antes recurrían al castigo físico y la imposición. Pero los de hoy sólo tienen el poder de la palabra y la convicción para poner límites a los desmanes. Y los padres tampoco pueden recurrir al cachete corrector, porque está no solo mal visto, sino castigado por la ley. Así que hay hijos que mantienen a sus padres en una dictadura permanente. De muy pequeños, porque son consentidos hasta en el último capricho (el síndrome del pequeño emperador); y de mayores, porque con esa altura y corpulencia que alcanzan, cualquiera les amedrenta.

La sociedad tiene que poner remedio a la apatía educadora. Padres y maestros deben tener recursos suficientes para enmendar las conductas violentas. Y la Administración, proporcionar el respaldo necesario para evitar que los chicos más conflictivos acaben siendo unos monstruos sin control.

Por Ángel Lázaro

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