Desde hace un par de años la lectura de periódicos en el metro se ha incrementado notablemente. No porque hayan aumentado los hábitos de lectura de la población (¡ojala fuera eso!), sino por la proliferación de medios gratuitos que se distribuyen en las bocas del suburbano desde las siete de la mañana. Hasta aquí todo parece normal y no se entiende muy bien hacia dónde quiere ir el cascarrabias. Pero como diría mi buen maestro Luis Olmo (el padre de don Celes ) tenga paciencia, amable lector.
A mí no me molesta que se lean ‘los gratuitos’ en el metro (supongo que a los propietarios de los periódicos de pago les hará bastante menos gracia). Lo que me irrita es que se desechen en los asientos, cuando el ‘amable lector’ llega a su punto de destino o, en bastantes casos, se tire al suelo con cierto disimulo (o sin él, que de todo hay).
Este tipo de periódicos nació con la voluntad de ‘leer y tirar’ (a la papelera, se entiende). Hay gente que es muy ‘recicladora’ y piensa que son medios útiles hasta que no han sido sobados por diez manos y, por lo tanto, deciden que es mejor dejarlo sobre el asiento que han estado calentando, una vez que han satisfecho su curiosidad por el contenido del gratuito o han llegado a su parada de destino. Y claro pasa lo que pasa.
Cuando desaparecen los voraces (o aburridos) lectores matutinos, los periódicos han sido manoseados de tal forma que hay quien piensa que lo mejor es que sirvan de alfombra del piso de los coches, que ya están un tanto ajados después de 14 años de servicio. Y no parece plan.
Lo mejor que puedes hacer después de leerlos, es depositarlos en la papelera, que ya habrá quien se ocupe de rescatar del olvido tan apetecible propiedad, visto que al término de la jornada acaban en el domicilio del viajero, que para eso lo ha recogido bien de mañana en el metro.