Ahora que Edurne Pasabán y Alberto Iñurrategi afrontan nuevos, creemos que es buen momento para recuperar un artículo que escribimos hace un año. Esta iba a ser una de las primeras entradas del blog, pero, entre una cosa y otra, se ha ido retrasando.
Muchas veces nos hemos planteado todos qué sentido tiene ir a un territorio tan hostil para el ser humano como son las alturas más allá de los 7000 metros. Más, si cabe, cuando, como este verano, la montaña se cobra vidas. Sí, en plural, porque si todos tuvimos noticia de las dramáticas circunstancias en las que Oscar Gómez perdió la vida en el Laok II, poco hablaron los medios de la muerte en julio del alicantino Luis María Barbero en el Gasherbrum II, en no menos dramáticas circunstancias.
Cuando escribimos el artículo del que os hablo, hacía poco que la vida de Iñaki Otxoa de Olza se había apagado en el Annapurna. Se dijeron y escribieron muchas buenas palabras sobre él porque, además de excelente montañero, era una persona muy noble. Pero las más acertadas, sin duda, se las escuché a Carlos Barrabés en Ser aventureros, programa de viajes de la cadena Ser. Era amigo de Iñaki y se le notaba francamente afectado. Se preguntaba, en voz alta, que qué sentido tiene que tipos tan valiosos como Iñaki arriesguen su vida en la montaña. En esta sociedad cada cual tiene su misión, se respondía, y la de Otxoa de Olza y los tipos como el es explorar los límites del grupo, abrir nuevos caminos. No es que no les importe arriesgar su vida. Tienen una misión, y su objetivo es cumplirla.
Siempre ha habido este tipo de gente entre nosotros. Parece ser que la especie humana surgió en África. Si salimos de allí y nos extendimos por todo el planeta fue porque siempre hubo entre nosotros individuos curiosos que se preguntaron que había más allá del horizonte. Y superando sus miedos, fueron a explorarlo. En el siglo XVI, ese mismo tipo de individuo se metió en barcos y se lanzaron a navegar por todo el mundo, aun sabiendo la alta probabilidad que existía de perder la vida en el viaje. El viaje de Colon es probablemente, el ejemplo más claro de ello. Sus víveres no alcanzaban mucho más allá de lo que duró el viaje. De no haber encontrado tierra, hubiesen muerto todos. Pero era su “misión”. Y lo tenía que hacer.
Hay muchos de ellos entre los vascos. Fijémonos, sino, en cuantos navegantes vascos hubo y cuantos himalayistas tenemos. Algún día la humanidad estará lista para dar el siguiente paso y tratará de colonizar otros planetas. Y ahí volverán a estar nuestros exploradores, listos para una nueva misión, aun a sabiendas de que se pueda tratar de un viaje sin retorno.
Muchos nos dejáis siendo aun muy jóvenes, pero gracias a tipos como vosotros avanza la humanidad. Nunca os olvidaremos.