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Manu Arregi Biziola

El navegante

Noche de Perseidas

De vez en cuando el cielo nos da una sorpresa y nos regala una de esas noches para el recuerdo. La de ayer fue una de esas. Tiempo habrá de hacer balance y sabremos en que medida las previsiones de los expertos se cumplieron. En cualquier caso, lo sucedido este año servirá para mejorar los modelos de cara al futuro. Así es la ciencia.

He de reconocer que tenía ventaja respecto a la mayoría. Veraneo en un pequeño pueblo zamorano y el cielo aquí es simplemente fantástico. Nos apostamos toda la familia en la parte trasera de la casa, con hamacas y mantas, y la Vía Láctea atravesaba el cielo marcada de una manera casi escandalosa, inimaginable para quienes vivimos en grandes ciudades o pueblo.
Comenzamos la observación sobre las 23:15 y se alargo apenas 45 minutos. Fantásticos minutos. Los balances lo dirán, pero pienso que es ese intervalo de tiempo pillamos un pico máximo pues mi hijo mayor, de 7 años, contó hasta 42 estrellas fugaces. Todas perseidas menos una, que no seguía la dirección correcta. Si alargamos hacia atrás el trazo de la fugaz, nos tiene que llevar al radiante meteórico, en la constelación de Perseo –de ahí el nombre de la lluvia- y aproximadamente debajo de Casiopea, inconfundible constelación en forma de W. Mi hijo menor, de 5 años, también vio unas cuantas. Pongamos que más de 20, porque, a su edad, tiene dificultades para contar más allá de 10. Fue gracioso oírle saltar de 16 a 21, ante el enfado de su hermano mayor, que para ellos todo es competición.

Observábamos hacia el norte, centrados en la polar, cubriendo una franja del cielo de aproximadamente 100º de ancho por 80º en dirección norte-sur. Calculados a ojímetro. Si extendemos el brazo y abrimos la mano, esto viene a ser 20º. Por el método descrito en la página de la Agrupación Astronómica Vizcaína que poníamos por aquí esotro día, me sale una THZ altísima, demasiado quizá.

Acostados los niños, observé algún rato más, pero la Luna decreciente iluminaba la noche y complicaba la observación. Sin embargo, la impresión fue que la actividad había decaído de manera considerable.

Mi escepticismo me hace a veces ser un tanto cenizo y antes de que dijera a mi hijo mayor que yo no pedía deseos porque no creía es esas cosas –ya me vale, pero fue el quien me preguntó que deseos había pedido yo- el pidió dos, que como me los contó os los traslado. El primero, tener suerte. El segundo, vivir 99 o 100 años. Al preguntarle el por qué esas cifras, va y suelta: “porque no quiero morirme. Morirse no tiene que ser muy cómodo”

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