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Íñigo Domínguez

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Gran fumata negra

El trasfondo de lo que está pasando en el Vaticano es un gran lío. Por si sirve de algo, en estos artículos ya publicados en El Correo trato de explicarlo. Disculpen algunas repeticiones de ideas y conceptos.

1. LUCHAS DE PODER

   La histórica renuncia de Benedicto XVI se puede comprender con un episodio de 1995. Ahí está ya todo. El cardenal de Viena, Hans Hermann Groer, resultó ser un pederasta y Ratzinger, prefecto de Doctrina de la Fe, exigió que le echaran y una investigación interna. Pero el sector conservador -el entonces secretario de Estado, Angelo Sodano, o el secretario personal de Juan Pablo II, Estanislao Dziwisz- se negaron. Ratzinger amenazó con dimitir, pero el propio Wojtyla le hizo desistir. Cuando el ahora cardenal Christoph Schonborn, alumno de Ratzinger, le preguntó por qué en Roma no actuaban, él respondió con tristeza: “Han ganado ellos”.

    Hoy se puede decir que han vuelto a ganar ellos, o que han perdido todos. ¿Pero quiénes son ellos? ¿Quiénes son los “lobos” que han rodeado el Papa, como él mismo temía en su primer discurso como pontífice en 2005? Ese día dijo: “Ahora, en este momento, yo débil servidor de Dios debo asumir este deber inaudito, que realmente supera toda capacidad humana. ¿Cómo puedo hacer esto? ¿Cómo seré capaz de hacerlo? (…) No debo llevar solo lo que en realidad nunca podría llevar solo. (…) ‘Apacienta mis ovejas’, dice Cristo a Pedro, y a mí, en este momento (…). Rezad por mí, para que no huya, por miedo, delante de los lobos”. Fue en aquella misa donde recibió el palio de lana pontificio y el anillo del pescador, los dos símbolos del poder del Papa. El palio, que según explicó aquel día “representa la oveja perdida, o enferma, o débil”, lo depositó al cabo de cuatro años, en abril de 2009, en la tumba de Celestino V, el célebre pontífice del siglo XV que se atrevió a renunciar. El anillo, probablemente, será roto tras su marcha.

  El relato de las conjuras del Vaticano, intenso desde hace dos años, suele ser confuso y neblinoso. Por el tradicional hermetismo de la Santa Sede y porque la principal vía de información a menudo es la prensa italiana, que a menudo en estos temas es eso, confusa y neblinosa. Es para enterados que leen entre líneas. Ahora se habla otra vez de los enemigos de la Curia, pero nadie les pone nombre.

   No hay un malo de la película. Simplificando se pueden señalar dos nombres con parte de responsabilidad, Angelo Sodano y su sucesor, Tarcisio Bertone, que se llevan a matar. Bertone es el chico de la foto que posa en plan príncipe. Pero son cabezas visibles de facciones amplias. El mal está más bien en el sistema, la telaraña de intereses que envuelve al Papa en la Curia. Hay que pensar en el Vaticano también como una gran oficina de 3.000 empleados, con sus manías y miserias. Es una maquinaria con una capacidad real de condicionar o marear al pontífice. Se pueden retrasar sus órdenes, traspapelar sus directrices, atascarse informes que espera y controlar el acceso de sus visitas. Los jefezuelos pueden calentarle la oreja con historias y maledicencias.

   Pablo VI, entre 1963 y 1978, fue el primero en querer meterle mano. Juan Pablo II, alérgico a los despachos, prefirió dejar el monstruo tranquilo. “¿Para cuándo un viaje en la Curia?”, le decían en broma sus colaboradores. Nunca lo hizo. Benedicto XVI habló de la mítica reforma de la Curia como una de sus prioridades, pero el jueves confesó a un grupo de cardenales que sentía no haberlo hecho. La herencia envenenada de Wojtyla era demasiado grande. También comprende el escándalo de la pederastia y el polémico banco del Vaticano, el IOR. En los tres frentes se han abierto trincheras de resistencia al cambio, porque Ratzinger ha intentado hacer limpieza. No se han ahorrado golpes bajos y al final lo ha pagado el Papa en persona y la imagen de la Iglesia.

   El relato de esta catarsis puede empezar en mayo de 2006, cuando Benedicto XVI destituye de forma fulminante al pederasta Marcial Maciel, fundador de los legionarios de Cristo, orden ultraconservadora potenciada por Juan Pablo II. Tenía denuncias en la Santa Sede desde los ochenta, pero todo un grupo de altos cargos amigos suyos frenó los expedientes. En 2010 trascendió que Maciel hizo grandes donaciones a Sodano, Dziwisz y Eduardo Martínez Somalo, el círculo de poder de Wojtyla. Ratzinger, en cambio, rechazó sus sobrecitos con billetes.

   Un mes después el Papa nombró secretario de Estado a su amigo Tarcisio Bertone, porque se fiaba de él, pero ha resultado tener nulas dotes de Gobierno. Uno de los grandes errores del Papa ha sido no saber elegir a sus colaboradores y, peor aún, no saber echarles. Bertone chocó al instante con Sodano, que hasta se negó a abandonar el despacho de inmediato. Bertone se alojó en un torreón hasta que se fuera, pero tardó meses. Era un marciano en la Curia, el primer secretario de Estado ajeno a la carrera diplomática. Pero empezó a deshacer a su antojo, colocó amigos y era mandón. Además le dio por viajar mucho y se le amontonaban en casa los problemas. La vieja guardia reaccionó y empezó un boicot silencioso. Unos por torpeza y otros por pasividad empezaron a gripar los engranajes. Se empezó a notar en fallos que dejaban en evidencia al Papa. Culminó en septiembre de 2006 en la polémica de Ratisbona, el discurso de Benedicto XVI crítico con el Islam. Alguien tenía que habérselo mirado antes, y de nuevo parte de la culpa es del Papa, por su desinterés en la gestión mediática de su labor. Pero algunos en la Curia sonrieron complacidos por haber demostrado la negligencia de Bertone. Esta táctica llegó a su máxima expresión en las filtraciones de ‘Vatileaks’.

   En otras ocasiones perdió el otro bando. El ‘caso Williamson’, en enero de 2009, fue el más dramático. Estos dos grupos pueden coincidir o no, o mezclarse, con otros dos: los favorables a la limpieza y los retrógrados. La Curia, en general, es inmovilista. Fue el sector más arcaico el que quedó en evidencia en la chapuza de la readmisión de los ‘lefebvrianos’, el grupillo tradicionalista excomulgado en 1988. El mediador fue el entonces prefecto de la Congregación de los Obispos, el cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos, que aceleró la decisión y pasó por alto que uno de los proscritos, Robert Williamson, se riera del Holocausto. Se armó un lío tremendo, en medio de filtraciones interesadas y desastrosa gestión mediática, y Bertone se vio obligado a precisar: «Todos los colaboradores del pontífice son lealmente fieles, no obstante alguna voz fuera de tono, quizás debida a la falta de confianza en el Papa». Entonces se desató la primera reacción explícita contra Bertone. Cuatro potentes cardenales -Ruini, Schonborn, Bagnasco y Scola- fueron a pedirle su cabeza al Papa. También el cardenal de Colonia, Joachim Meisner, amigo de Ratzinger, acaba de revelar que le sugirió lo mismo. A todos les dijo que no.

   Un año después, en pleno huracán de la pederastia, salió a la luz una carta en la que Castrillón Hoyos felicitaba a un obispo francés por no haber denunciado a un cura pedófilo, al que luego le cayeron 18 años de cárcel. Este tipo de personajes y este tipo de mentalidad, que aún cree que la Iglesia está por encima del bien y del mal y no debe explicaciones a nadie, es la que se ha opuesto ferozmente a Benedicto XVI. También en la limpieza del IOR, el banco vaticano involucrado en los escándalos de los ochenta por blanquear dinero de la corrupción política italiana y la Mafia. Es un asunto de película, con cadáveres como el del ‘banquero de Dios’, Roberto Calvi, ahorcado en un puente de Londres, y de hecho es el trasfondo de ‘El Padrino III’ y las teorías que apuntan a que Juan Pablo I fue asesinado. Juan Pablo II lo tapó y el Vaticano nunca ha aclarado nada. Pero en 2009 un libro explosivo, ‘Vaticano S.A.’, del periodista Gianluigi Nuzzi, reveló su vida secreta gracias al archivo de Renato Dardozzi, un prelado que, indignado por lo que veía, acumuló documentos durante años para ser publicados después de su muerte y que se supiera la verdad. El mayordomo de Benedicto XVI, Paolo Gabriele, el único ‘cuervo’ descubierto de ‘Vatileaks’, porque puede haber muchos más, contactará luego con Nuzzi tras leer el libro. Gabriele alegará que veía «mal y corrupción por todas partes en la Iglesia (…) estaba seguro de que un shock, también mediático, habría podido ser saludable para reconducir a la Iglesia en la vía justa». También notaba cuando desayunaban que el Papa «no estaba correctamente informado». Un sector interno harto de la podredumbre de la Iglesia y deseosa de un cambio también ha contribuido al caos.

   En septiembre de ese año, 2009, el Papa nombró a su amigo Ettore Gotti Tedeschi presidente del IOR, con la misión de hacer limpieza y colocarlo dentro de la ley internacional. Duró menos de tres años. También se abrió una guerra con Bertone, que frenó la transparencia total y temía tener que colaborar con los tribunales italianos que aún investigan trapos sucios del pasado. Fue un pulso ‘retransmitido’ al exterior por las filtraciones de ‘Vatileaks’ hasta que Gotti Tedeschi fue cesado de forma brutal en mayo de 2012, el mismo día del arresto de Gabriele, con un comunicado que le acusaba de «incapacidad de cumplir sus deberes» y hasta «comportamiento personal errático y bizarro». La prensa aseguró que Ratzinger lloró al enterarse del despido. A los pocos días se supo que Gotti Tedeschi había escrito un informe sobre lo que sabía del IOR. «Si me matan, aquí explicó el porqué», dijo a quienes confió una copia. Entre ellos, el Papa. El IOR ha estado sin presidente nueve meses y el viernes, ‘in extremis’, se nombró uno nuevo. Se ha leído como la última imposición de Bertone.

   Pero hay más guerras. El ‘número dos’ de la Santa Sede abrió otra con la Iglesia italiana. Tradicionalmente, bajo la guía del poderoso cardenal Ruini, era quien llevaba las relaciones con la política nacional. Pero cuando se retiró, en 2007, Bertone dio un golpe de mano y anunció que a partir de entonces se ocuparía él. Fracasó, causó una rebelión interna y al final el nuevo presidente fue Angelo Bagnasco. Pero ese frente también explica muchas cosas y llega hasta hoy. El episodio más chusco fue el caso de Dino Boffo en 2009, el director del diario de los obispos, ‘Avvenire’, acusado falsamente de abusos sexuales. Las sospechas se dirigieron a Bertone. Además la prensa reveló que el Papa estaba indignado y no se enteraba de nada, pues la secretaría de Estado le pasaba los resúmenes de prensa censurados. Al final encargó una investigación interna a su secretario personal, Georg Gaenswein.

    En todo este rosario de conflictos y dossieres la respuesta oficial fue negar todo, cerrar filas y echar la culpa a la prensa. Mientras el Papa se exponía personalmente cada vez para pedir disculpas con humildad, algo inédito. Pero ha pecado siempre de debilidad mientras era un clamor el desastre de la Curia, denunciado también por eminentes voces católicas. La batalla final se libró en 2012 a través de las filtraciones de ‘Vatileaks’ que ventilaron trapos sucios, hasta la última rencilla interna y un nivel mísero de cotilleos. Oficialmente se resolvió con la condena del mayordomo, pero nadie se cree que actuara solo. Ni el Papa, que encargó un informe secreto a tres cardenales de confianza. Su contenido, “demoledor” según la prensa, habría acabado de hundir a Ratzinger. A estas alturas ya no se entiende si el Papa aprecia a Bertone o es su prisionero. Es todo un gran misterio. El miércoles se despidió en su última misa con un durísimo ataque a las “rivalidades que desfiguran en el rostro de la Iglesia”. La última paradoja es que la transición a un nuevo Papa la pilotarán Angelo Sodano, como decano del colegio cardenalicio, y Tarcisio Bertone, como camarlengo. Bagnasco ya se ha unido a Sodano contra Bertone, que no obstante en estos años ha logrado enchufar como cardenales a muchos de los suyos. Por su parte, el resto de los purpurados extranjeros están hartos de las conspiraciones italianas. En el cónclave tendrá lugar la batalla definitiva.

2. PEDERASTIA

   El escándalo de la pederastia ha marcado a Benedicto XVI y le perseguirá hasta el último día. El caso del cardenal y exarzobispo de Los Ángeles, Roger Mahony, culpable de haber encubierto 129 casos de curas pedófilos, pero que participará en el cónclave, es un ejemplo de libro que resume toda una era. Movimientos católicos de EE UU han impulsado una campaña de eco mundial llamada ‘¡Mahony quédate en casa!’. Para agudizar las contradicciones, el propio Vaticano autorizó hace veinte días, al conocerse nuevas responsabildades, que fuera degradado y apartado de la vida pública. Pero parece que no del cónclave. Tiene derecho y está dispuesto a ejercerlo. Solo se recuerda un caso de un cardenal despojado de su condición: en 1927, el fascista antisemita Louis Billot entró a ver a Pío XI y salió sin su birrete.

    Lo peor es que la polémica ha recordado que sigue habiendo porquería que se disimula y ajustes de cuentas pendientes. Hay otros dos cardenales que han encubierto pederastas. Uno es el primado de Irlanda, Sean Brady, que en 2010 admitió haber estado en encuentros con niños víctimas de un sacerdote para que firmaran pactos de silencio. Lo más que ha hecho el Vaticano es colocarle hace un mes un comisario que le relevará dentro de un año al cumplir los 75 años, límite de edad de un obispo. Pero también estará en el cónclave. Como Godfried Danneels, 79 años, exprimado de Bélgica, que hasta aparecía en el pasado como ‘papable’. En 2010 se vio envuelto en el escándalo de pederastia en su país -465 denuncias contra 102 curas desde los cincuenta- y al menos admitió un caso en el que medió entre un obispo y su víctima, para que no saliera a la luz. Pidió perdón y se excusó diciendo que pecó de “ingenuidad”.

    Hay otros purpurados bajo sospecha. Timothy Dolan, de Nueva York, era arzobispo en Milwaukee en 2003 cuando la práctica con los curas pederastas era pagarles para que dejaran los hábitos y desaparecieran. El cardenal de Sidney, George Pell, acusado en el pasado y luego absuelto, afronta desde 2012 nuevas acusaciones. El arzobispo de Nápoles, Crescenzio Sepe, en cambio, es investigado por corrupción en Italia. En todos los casos la consigna es no denunciar y no explicar. En el gran escándalo abierto en 2002 con Juan Pablo II y que volvió a aflorar entre 2008 y 2010 han quedado enquistadas demasiadas contradicciones sin resolver. Pese al cambio de rumbo reciente, las admisiones de culpa y las nuevas directrices de ‘tolerancia cero’ ha seguido en pie una hipocresía de fondo, insultante para las víctimas, y falta mucho para una total franqueza.

   El viejo modo de pensar sigue vigente y la prueba es lo ocurrido con el propio Mahony. Lo cierto es que en 1993 el arzobispo informó a Roma de algunos casos, pero tardaron diez años en responderle, solo cuando estalló el escándalo. Hace veinte días, cuando Ratzinger autorizó que fuera degradado parte de la Curia se opuso. En concreto, Angelo Sodano, secretario de Estado de Juan Pablo II y decano de los cardenales. Benedicto XVI se impuso, pero volvió a ser incomprendido. Con él ha habido unos 150 ceses de obispos, un dato significativo de limpieza.

   Qué decir de Sodano (personaje central de la foto de arriba), que ahí sigue y aunque no estará en el cónclave por tener más de 80 años aún es un gran movilizador de votos. Es el principal responsable del encubrimiento de Marcial Maciel, el fundador de los legionarios de Cristo, violador perturbado con denuncias tapadas desde los años setenta. Con Juan Pablo II, Ratzinger chocó contra él en sus intentos de investigarlo, como en muchos otros casos. Incluso tras su elección en abril de 2005, mientras Sodano continuó de ‘número dos’ siguió escondiendo la verdad: en mayo de 2005 publicó una nota desmintiendo que hubiera ninguna investigación, ni que se abriera en el futuro. A Benedicto XVI le llevó un año más echar a Maciel. En 2010 se supo que a él y otros les daba dinero. La mano derecha de Sodano era el argentino Leonardo Sandri, que está en las listas de ‘papables’.

   Otro elemento de esta cuerda, el colombiano Castrillón Hoyos, ya mayor de 80 años. Dirigió desde 1998 a 2006 la Congregación para el Clero, que se ocupaba, es decir, se despreocupaba de las denuncias de pedofilia. Hasta que en 2001, con el escándalo en EE UU, pasaron a Doctrina de la Fe, con Ratzinger. Castrillón Hoyos se jactó en una conferencia en 2010, en pleno escándalo, de su polémica carta a un obispo francés en 2001. En ella le felicitaba por no haber denunciado a un cura pedófilo al que luego le cayeron 18 años. Le aplaudieron con ganas los siguientes cardenales que estarán en el cónclave: el esloveno Franc Rodé, el polaco Stanislaw Rylko, el dominicano Nicolás de Jesús López Rodríguez y el español Antonio Cañizares.

   Por último, nadie habla de ello ahora, pero el propio Ratzinger fue acusado en 2010 de no denunciar a un cura pederasta cuando era arzobispo de Munich en 1980. Había sido enviado de otra parroquia para ser sometido a terapia. Aunque le mandaron a otra, donde siguió sus crímenes hasta ser arrestado en 1986. El Papa nunca ha hablado de esto y el Vaticano alegó que el error de trasladarle fue del vicario y Ratzinger no supo nada. Pero eso no aclara la cuestión esencial: el actual Papa no le denunció. Porque entonces era lo normal, quizá ni él se lo planteaba. O por lo menos no han querido nunca explicarlo bien. Es una mentalidad de siglos de la que la Iglesia aún debe liberarse. Ahora la CNN se plantea si cuando Benedicto XVI deje de ser pontífice se le podrá procesar.

3. LOBBY GAY

   Benedicto XVI se va dentro de siete días y desde ayer el Vaticano está aún más patas arriba, con la explosiva revelación del supuesto contenido del informe secreto de ‘Vatileaks’ encargado por el pontífice. Lo firman tres cardenales ‘detectives’ de confianza, el español Julián Herranz , el eslovaco Josef Tomko y el italiano Salvatore De Giorgi. Ya había trascendido que su contenido era “demoledor” y que el dossier definitivo, una ‘Relationem’, le fue entregado el pasado 17 de diciembre, momento que habría precipitado su decisión de renunciar. Pero ‘La Repubblica’ dio ayer por primera vez los detalles: en dos tomos de 300 páginas se retrataría un mapa de grupos de poder en el Vaticano, aglutinados por órdenes religiosas o procedencia geográfica, entre los que destaca un ‘lobby’ gay, algunos de cuyos prelados han sido víctimas de chantajes por parte de sus amantes, laicos a los que están ligados por vínculos de “naturaleza mundana”. Habría una auténtica red de extorsión que entraría de lleno en las luchas de poder. “Todo gira en torno al incumplimiento del sexto y el séptimo mandamiento”, ha dicho al diario una fuente cercana a los autores del informe. El sexto es no cometerás actos impuros. El séptimo, no robarás.

  Todo nace cuando el Papa encargó en abril de 2012 una investigación interna del caso ‘Vatileaks’, las filtraciones de documentos que salían en la prensa y sacaban a la luz trapos sucios de la Santa Sede. El escándalo culminó en mayo con la publicación de un libro con medio centenar de papeles y el arresto del mayordomo del pontífice, Paolo Gabriele, acusado de ser el ladrón de documentos. Procesado y condenado en un juicio que fue una pantomima y que no profundizó en las complicidades de las altas esferas, fue indultado antes de Navidad. De ese modo el caso se cerró en falso de cara a la galería. Pero de puertas adentro trabajaban en serio los tres cardenales ‘detectives’.

   “No esperéis comentarios, desmentidos o confirmaciones sobre este tema”, replicó ayer lacónicamente el portavoz vaticano, Federico Lombardi, a las primeras preguntas acerca de la cuestión. Hay muchas, porque en realidad la información de ‘La Repubblica’ da pocos datos y, escrita en ese estilo nebuloso que decíamos de la prensa italiana, más que nada sugiere deducciones entre líneas, uniéndose a rumores que ya circulaban en Roma. Pero lo poco que dice es un bombazo, y hoy anuncia una segunda entrega. Habla de encuentros sexuales en las propias estancias vaticanas, en una sauna del barrio romano de Quarto Miglio, en un chalé fuera de Roma y en un centro estético del centro de la capital. También cita una residencia universitaria en Via Trasone, cedida en alquiler a una entidad privada, pero que Bertone luego reclamó para que fuera el domicilio romano “de un arzobispo veronés”.

   Ahora cobran relevancia dos viejos escándalos que en su día llegaron a la prensa, en 2007 y 2010, pero fueron tapados y olvidados rápidamente. El dossier habla de ellos. Uno es de un alto prelado del Vaticano llamado Tommaso Stenico, cazado por la cámara oculta de un programa de televisión italiano. Fue en octubre de 2007. El programa le contactó a través de páginas gay de Internet y envió un cebo con una cámara al encuentro. Las imágenes borraron la cara del cura, pero fue reconocido en Vaticano porque le recibió en su propio despacho de la Curia, en la Congregación del Clero. Stenico, que llevaba 25 años en la Curia y es psicólogo, se explicó de forma peregrina diciendo que no era gay y solo era una estratagema para infiltrarse en estos círculos y “desenmascarar curas homosexuales”. Era parte del trabajo de preparación, decía, de un libro sobre la homosexualidad en el clero. Fue suspendido y la Santa Sede anunció una “limpieza interna”. Llevó la investigación el cardenal Herranz, el mismo del informe Vatileaks. “Es un caso aislado”, aseguró.

   Pero más escándalo causó en 2010 el descubrimiento de una red de prostitución masculina dirigida por un nigeriano, Thomas Ehiem, que cantaba en un coro de San Pedro. Algunos de los chicos, según se deducía de las conversaciones grabadas, eran seminaristas. Ehiem, que fue expulsado de inmediato, estaba registrado como religioso en el padrón, pero el Vaticano lo negó y sostuvo que era un laico. El asunto salió a la luz de rebote en las escuchas practicadas a Angelo Balducci, alto cargo político arrestado en el gran escándalo de corrupción de Protección Civil. Pero Balducci, que mantenía encuentros frecuentes con chicos a través de esta red, estaba además muy metido en el Vaticano y era desde 1995 ‘gentiluomo’ de Su Santidad, un selecto círculo honorífico que participa en las ceremonias del Papa. Con buenos contactos en la jerarquía se pudo introducir en el negocio de los grandes contratos con el Vaticano y en la gestión de su patrimonio inmobiliario. Organizó el Jubileo de 2000, grandes eventos religiosos y gestionaba proyectos de construcción como asesor del cardenal Crescenzio Sepe, actual arzobispo de Nápoles, que también es investigado en el mismo caso de corrupción.

   Entonces fueron publicadas conversaciones muy explícitas grabadas durante dos años, cuando a Balducci le ofrecían el menú anatómico disponible: “No te digo más, dos metros de alto, completamente activo”; “Tengo un alemán recién llegado”; “Tengo dos negros”; “Tengo un futbolista”; “Tengo un bailarín de la RAI”,…. Alguna llamada se registró durante una audiencia con un cardenal. Balducci también fue expulsado y borrado del Anuario Pontificio, un caso rarísimo. El único precedente fue en 1983, con el empresario Umberto Ortolani, al descubrirse que era uno de los jefes de la logia masónica P-2, relacionada entre otras cosas con el escándalo del IOR, el banco vaticano.

   En la ‘Relationem’ aparecería también un personaje secundario pero cada vez más frecuente en el trasfondo de los últimos escándalos vaticanos: Marco Simeon. Es un joven de 33 años que se considera protegido de Tarcisio Bertone, el secretario de Estado, y que de forma inexplicable ha tenido una carrera fulminante. Gracias a contactos privilegiados con peces gordos que le enchufaron con solo 26 años primero en Capitalia y luego en Mediobanca, dos grandes bancos italianos, para llevar sus relaciones con el Vaticano y el IOR. Su nombre salió a la luz por primera vez en el escándalo de la P-4, una asociación ilegal de tipo masónico con fuertes conexiones en la política, que trabajaba para condicionar procesos y concursos públicos. Su cerebro era Gigi Bisignani, poderoso ‘fontanero’ de la política italiana desde los noventa. Simeon sería su hombre en el Vaticano. Fue también asesor de Banca Intesa y al final Bertone lo enchufó como director de RAI Vaticano, hasta que el otro día, en una señal para los enterados del ocaso del poder de Bertone con el fin del pontificado, fue destituido. Tenían tal complicidad que las malas lenguas decían que Simeon era hijo de Bertone. Hasta se lo han preguntado en entrevistas y él simplemente ha replicado: “Me parezco demasiado a mi padre”. Es hijo del gestor de una gasolinera en Sanremo. En el informe ‘Vatileaks’ se citaría como uno de los lugares de citas eróticas un centro estético de su propiedad, cercano a la universidad de Roma, llamado ‘Priscilla’.

   Simeon salió a escena en ‘Vatileaks’ en una de las primeras cartas filtradas, la del actual nuncio en Washington, Carlo Maria Viganò, que interpretó su envío a EE UU como un castigo por intentar hacer limpieza en el Vaticano, donde era secretario del Governatorato, el órgano que gestiona el pequeño estado. Denunció al Papa “corrupción arraigada” en la Santa Sede y el 8 de mayo de 2011 envió una carta a Bertone en la que aseguraba que había una operación de desprestigio contra él. Entre las muchas acusaciones apuntaba a Simeon y aseguraba que era algo, un término censurado con la palabra ‘omissis’ (omitido) en la carta publicada: “Él mismo es ‘omissis’, y su ‘omissis’ me ha sido confirmada por prelados de la Curia y del servicio diplomático”. Ya entonces en Italia se aventuró que se hablaba de homosexualidad.

   Simeon, por último, fue incluido por Ettore Gotti Tedeschi, el presidente del IOR destituido en mayo de 2012 en plena guerra de poder con Bertone, en la lista de quienes habían maniobrado contra él por pretender hacer limpieza en la entidad. ‘La Repubblica’ afirma que los cardenales ‘detectives’ también se han ocupado del IOR: han interrogado a Ettore Balestrero, de 47 años, un hombre de Bertone en la secretaría de Estado, y se han interesado en el reciente nombramiento del nuevo director de la autoridad financiera de la entidad, René Bruelhart, un abogado financiero suizo de 40 años.

   Este material habría llegado en toda su crudeza a oídos de Ratzinger el 9 de octubre. Los cardenales ‘detectives’ le hablaron por primera vez de homosexualidad en los muros vaticanos y de “impropriam influentiam”, es decir, de chantajes. Dos días después, el Papa habló en el aniversario del Concilio Vaticano II: “En estos años hemos aprendido que el pecado original existe, se traduce siempre en pecados personales que pueden convertirse en estructuras de pecado. Hemos visto que en el campo del Señor hay siempre cizaña. Que en la red de Pedro hay peces malos”. Fue una más de sus duras críticas de estos años, a veces tan enigmáticas, a los males internos de la Iglesia. El informe estaría en la caja fuerte del apartamento papal y pasará a manos del nuevo Papa, a quien le tocará hacer la gran limpieza que Benedicto XVI ya se ve incapaz de abordar.

(Publicados en El Correo)

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