Advertencia: esto de hoy es un desahogo y toca solo tangencialmente el contenido habitual de este blog.
El otro día se produjo en muchos medios, no en este diario, una de esas noticias bomba de las que hacen gritar en la redacción “¡Paren las máquinas!”. Presten atención: “En el portal de Belén no estaban la mula y el buey”. Creo que es uno de los más grandiosos ejemplos de antinoticia de los últimos años, pues esto de la mula y el buey se sabe desde hace unos 2.000 años. Exactamente desde que en los Evangelios no se dice nada de una mula y un buey. Es una iconografía fruto de la tradición posterior, y tampoco hay que ser Einstein para saberlo. Fue noticia, antinoticia, porque lo ha escrito el Papa en su último libro. Pero en realidad lo que el Papa dice en el libro es simplemente confirmar que eso no está escrito en ninguna parte. Y se trata de una reflexión minúscula que adereza con citas de hasta tres rebuscados pasajes bíblicos para explicar cómo ha entrado este símbolo en la tradición. Es más, añade que de este modo se ha colmado “una laguna” y “ningún belén renunciará a la mula y el buey”. Es decir, que se pueden poner las benditas figuritas y están bien puestas.
¿Por qué cuento esto? Porque es un ejemplo revelador de lo mal que está el oficio. Si hay matices en una nimiedad así imaginen en lo demás. Lo que diga el Papa a muchos les puede importar un pimiento, pero es un ejemplo como hay otros. Al margen de lo que a mí me parezca su libro -que me lo he leído, como los anteriores, porque es mi trabajo-, llegar a lo de la mula y el buey es reducirlo a una caricatura. Pónganse en la piel de Benedicto XVI: tarde usted dos años en escribir un libro con ochenta y pico años, documentado con bibliografía y decenas de citas de pesadísimos teólogos alemanes para que al final se lo dejen en la tontería de la mula y el buey. Siempre es difícil sacar un titular de lo que dice este hombre, pero estamos tocando fondo.
Lo más normal es pensar que con la que está cayendo y cómo está el mundo Ratzinger no tiene otra cosa que hacer que pontificar sobre majaderías. Si acaso el debate interesante del libro, naturalmente, es muy otro y requiere rebatir las argumentaciones del Papa acerca de si la razón prueba o no lo que dicen los Evangelios, las relaciones entre ciencia y fe y muchas otras cosas que a este señor le apasionan especialmente. Yo creo, es solo mi opinión, que el Papa no demuestra nada ni de lejos, y otros en cambio estarán totalmente de acuerdo con él. Pero a mí, a ellos y a casi todo el mundo creo que nos traerá sin cuidado lo de la mula y el buey. Es un chascarrillo.
En este caso creo que, más allá de una inercia cultural de denigración de lo religioso, interviene una creciente aversión por lo serio que hace este episodio extrapolable a muchas otras situaciones. Lo que más oigo en los últimos años para preferir una noticia a otra es que es graciosa. En el periodismo actual hay una constante tensión, como nunca hasta ahora, entre noticias y estupideces, y están ganando las gilipolleces por goleada. Era impensable hace solo unos pocos años, pues quien hacía bobadas se descalificaba él solo y perdía credibilidad. Luego nos asombramos de que la gente cada vez compre menos periódicos.
La prisa tiene mucha culpa. El libro lo daban a partir de las nueve de la mañana, embargado hasta las doce. Quiere decir que solo a partir de esa hora se puede empezar a lanzar información sobre él. Hubo tres horas para leerlo y pensar, pero el periodista actual vive estresado por actualizar la web de su medio, escribir su blog, enviar twitters y perpetrar su crónica. Eso sin mover el culo de la silla del ordenador. Si encima hay que moverse, como sería lo normal, es aún peor: uno se tropieza con las farolas mientras escribe en el móvil y no se entera de lo que pasa a su alrededor. Hay que llenar como sea, cuanto antes y constantemente un espacio insaciable. Y la primera chorrada que circula con éxito, y que debe ser una idea simple y cortita, se convierte en criterio informativo a emular, porque todos se copian unos a otros para no ser menos. Luego es imparable.
Hay más. Las tonterías son muy fáciles de escribir y son lo más socorrido en un contexto de crisis, con redacciones reducidas al mínimo indispensable y colaboradores a la pieza con ingresos ínfimos. Si eres colaborador haces lo que te dicen y tampoco te pegas mucho por el criterio en discusiones con el jefe. Es más, el objetivo número uno es no discutir ni que se te note, no sea que te echen en el próximo recorte. Si ves que algo vende, porque te lo compran, lo produces a destajo. Y las tonterías se compran como gominolas, porque hay un deseo obsesivo por obtener ‘clics’ en las ediciones digitales, la gente que pincha una noticia a ver qué es esa chorrada. Más miles de ‘clics’, más audiencia para obtener publicidad. Da igual cómo obtener ese ‘clic’. Es decir, hay que hacer lo posible por obtenerlo, porque parece que esto del periódico de papel se puede acabar y hay que apuntarse como sea al futuro, aunque nadie tenga ni idea de cuál es.
Es así como llegamos a la cuestión esencial del criterio, base de nuestra profesión: ¿qué poner, que la mula y el buey ya no están en el portal de Belén o que el Papa analiza los Evangelios para intentar demostrar racionalmente que Jesucristo es una figura real e histórica? Hombre, es que no hay color, adelante con la mula y el buey y los tres cerditos si hace falta. Lo otro es casi imposible de titular o de convertirlo en una idea interesante, pero resulta que hacerlo es precisamente nuestro trabajo. Es lo difícil, aunque la información del Vaticano suele ser un caso extremo, y por eso viene bien como ejemplo. Es así como se llenan las webs de diarios serios de animales haciendo el pino o de cualquier sandez que se le parezca. Y por contagio, esa escala de valores se está pegando a los periódicos de papel. Es el suicidio perfecto. Lleva a que un diario deje de ser tomado en serio, su capital más valioso. Su único capital.
Ya sé, es verdad, este oficio siempre ha sido un poco así, o bastante así. Pero creo que nunca como ahora. En estos casos siempre pienso en los pingüinos de interés humano del legendario director del ‘Examiner’, Walter Matthau, en ‘Primera plana’ (The Front Page, Billy Wilder, 1974). Pero es que aquellos eran tipos con clase y por mí podían hacer lo que les diera la gana:
Buen fin de semana. O weekend, como se dice en italiano.