Esta es la entrevista publicada hoy en El Correo con Víctor Erice, uno de los grandes directores del cine español de todos los tiempos, que ayer presentó su nueva película en el festival de Roma. Es una preciosa miniatura de una media hora dentro de una película colectiva. De esas con producción internacional con otros directores, por capítulos, a las que se dedica últimamente porque en España, de forma incomprensible, nadie le hace ni caso. Un crimen del cine sin resolver.
Erice da poquísimas entrevistas, pero ayer le enganchamos y vencimos su timidez. Accedió a hablar conmigo e Irene, la estupenda corresponsal de El Mundo, que también estaba allí. A él las entrevistas no le hacen ninguna ilusión, pero a mí entrevistarle a él, muchísima. Descubrí que habla un excelente italiano. Me contó luego, más relajado, que lo estudió cuando era joven, durante dos años, para poder ver las películas italianas en versión original. Además en el instituto italiano de Madrid proyectaban películas italianas prohibidas en España por la censura. También estuvo luego en Roma, precisamente para hacer entonces él una entrevista al gran guionista Cesare Zavattini, padre del neorrealismo y colaborador fijo del maestro Vittorio De Sica. A lo mejor por eso nos dio la entrevista a nosotros. Le pregunté por sus gustos del cine italiano. Sobre todo el neorrealismo, me dijo, y Rossellini, claro. Me hubiera quedado encantado a hablar con él de cine italiano, pero esto de los festivales es una locura y todo son prisas. Quizá algún día.
Supongo que ya conocen la historia de Erice. Ha hecho solo tres películas en 40 años, todas obras maestras y con muchos problemas: ‘El espíritu de la colmena’ (1972), ‘El sur’ (1982) y ‘El sol del membrillo’ (1992). Desde entonces, nada. Si me tocara la lotería yo le produciría una. Por eso lo de ayer es un acontecimiento cultural de primer orden para España, aunque le hayan vuelto a ningunear.
Lo que ha hecho es una pieza casi documental llamada ‘Vidros partidos’ (Vidrios partidos), con los conmovedores testimonios de los trabajadores de una fábrica textil portuguesa, cerrada en 2002 después de más de un siglo de vida y que llegó a ser la segunda más grande de Europa. Forma parte de ‘Centro histórico’, un filme colectivo financiado por la ciudad de Guimaraes con motivo de su capitalidad cultural europea y en el que también han participado el finlandés Aki Kaurismaki y los portugueses Pedro Costa y Manoel de Oliveira. Con un presupuesto de 2,3 millones de euros, el tema común era indagar en la memoria histórica de la ciudad. Para Erice, el mejor capítulo a años luz de los demás, es un pretexto perfecto para diseccionar la evolución del capitalismo hasta la crisis actual. Es un documento humano demoledor. Hablando con él, se ve que está profundamente preocupado por la crisis económica, como todos.
-¿Cuál es la génesis de la película?
-En primer lugar lo que he valorado es la oportunidad de rodar en un país por el que siempre he sentido un gran afecto, que es Portugal, la cultura portuguesa en particular. Y luego trabajar con cineastas a los que uno admira. Recorrí el paisaje de la industria textil que fue la principal fuente de riqueza de la región, hoy en día absolutamente deprimida, una industria colapsada, y que ha marcado y marca la existencia cotidiana de la mayoría de la gente.
-Le ha salido una película con muchos de sus elementos, como la memoria, pero también muy social, muy ideológica.
-Bueno, yo creo que es una película que habla de la memoria de los obreros y obreras de esta fábrica, pero al mismo tiempo es un testimonio del presente. Quiero decir que esta situación crítica de la industria textil no es privativa solo de Portugal, es el mismo paisaje de España y de tantos lugares de Europa en estos momentos.
-Es el contraste entre esas manos que han trabajado toda su vida y este mundo virtual del que habla uno de los últimos personajes, “una red que nos atrapa”.
-Sí, la mayoría de estas personas han empezado a trabajar a los doce años, no han podido tener una educación normal. Creo que este tipo de clase obrera europea está en trance de desaparición o ha desaparecido. Todas las personas que aparecen en la película son mayores.
-¿En qué medida cree que estos cambios, esta nueva virtualidad, está afectando al mundo del cine?
-Yo no pondría el énfasis en lo virtual, sino en el desplazamiento de la búsqueda de una mano de obra en los países asiáticos, muy barata y que carece de cualquier seguro social, y el desmantelamiento de la industria que se ha producido tanto en España como en Portugal, Grecia, con la pretensión de convertirlos en países fundamentalmente con una mano de obra dedicada al turismo o a servicios. Esto está también en la raíz de la película.
-¿Hay una responsabilidad de los ciudadanos europeos, que saben que muchos de los productos que consumen los hacen trabajadores esclavizados?
-Creo que la responsabilidad es de un tipo de capitalismo, el capitalismo financiero, que ya no crea riqueza real. Simplemente se basa en la especulación, pueden hacer una operación que les hace ganar millones sin tener verdaderamente que crear una riqueza, unos puestos de trabajo. Es la máxima de las abstracciones, nunca la humanidad ha vivido un periodo como el actual.
-Esto también se puede trasladar a la industria del cine, que ahora sobre todo busca el beneficio a la hora de producir películas.
-Yo pertenezco a una generación donde el cine fue sobre todo testimonio de la vida, y también un elemento de resistencia. He vivido en esa educación, ha sido mi cultura, y sigo en ella. Hoy día quizá es minoritaria, pero no por voluntad de los autores, sino por cómo está organizado todo el negocio del cinematógrafo.
-¿Por qué solo tres largometrajes en cuarenta años?
-Últimamente he hecho muchas cosas pequeñas que desgraciadamente no han accedido a las salas, se han visto en museos,…
-¿Por esa perversión del negocio?
-No, no, no hablaría de perversión, sino que simplemente el cine es ahora sobre todo un instrumento de formación de grandes masas de población y ha ido perdiendo cada vez más lo que fue en los orígenes, un medio de conocimiento, sobre todo en su rango artístico. El cine ha sido el arte del siglo XX, pero quizá ya no lo sea en el XXI. No hablaría de efecto perverso, sino de una deriva de la sociedad en general. Todos los directores implicados en la película somos quizá una minoría, todavía en activo, para los cuales el cine ha sido algo muy diferente.
-Usted es uno de los grandes directores del cine español. ¿No hay nadie que le sobre el dinero, con sensibilidad artística, que le llame y le diga: ‘Toma, haz la película que quieras’?
-He estado en proyectos muy ligados a la industria, y esta que acabo de realizar para Portugal es la primera vez en que he sido coproductor, después de tantos años. (Sonríe)
-¿Cómo se ve la cosa desde el otro lado?
-Bien, bien. Afortunadamente en este caso era muy fácil de producir. Hay mucho trabajo detrás, pero es sencilla. Es una película muy modesta en lo económico, pero con voluntad de encontrar el público. Lo que pasa es que no depende de nosotros, el gran problema es la distribución, que el dueño del local nos abra la puerta a estas películas, porque yo creo que existe un público para ellas, en todo el mundo. Pero los intereses de las grandes cadenas de distribución van por otro lado.
-Pero insisto, si alguien le da el dinero.
-No, el problema no es la producción, porque hoy las películas se pueden hacer realmente baratas con los nuevos sistemas de rodaje. El problema es la exhibición y la distribución, que lleguen al público. Yo he rodado algunas películas con mi pequeña cámara, prácticamente solo. Se puede hacer, materializar la película, con un muy bajo coste. El problema es llegar a las salas, al público espectador, pasar esa aduana es difícil. Es el negocio, el dinero, el que crea las barreras. Porque no son películas herméticas, ni mucho menos. Esta película que la entiende todo el mundo ¿no?
-¿Concibe la vida sin cine?
-Sí, perfectamente (se ríe).
-¿Qué hace cuándo no está rodando?
-Yo, trabajo. Yo soy cineasta aunque no ruede.
-Usted es un director de cine, no hay duda, pero en estos cuarenta años ha ejercido como tal solo unos pocos meses. ¿Cómo se vive eso?
-Bueno, ocupa un periodo restringido. Hay muchas cosas de que ocuparse.
-Pero tendrá muchas películas en la cabeza que tengan que salir.
-Sí, hay películas a las que uno ha dado vueltas, con algunas he trabajado durante tres años y al final no las he logrado hacer… Uno sabe de antemano, yo lo supe muy pronto, que si uno elige la profesión, que no es un término que me guste demasiado, del cine está expuesto a este tipo de experiencia vital. Si uno quiere una vida más tranquila o más regulada, aunque hoy día todo el mundo está más o menos en precario, no elegiría esto. Pero con esto entramos en una zona, lo personal, y quisiera hablar de la película, que es lo importante, lo personal tiene poca importancia.
-¿Tenía la idea del filme desde el principio, con entrevistas a la gente de la fábrica, o lo que se ve son las pruebas que realizó, porque en los rótulos las llama así, ‘pruebas’?
-No, las pruebas no son la película. Es una técnica que he usado para hacerla, hay un trabajo muy laborioso detrás de casi un año.
-Pero hay un rótulo al principio que dice ‘Pruebas para una película en Portugal’. ¿Habrá una película después?
-No, no se sabe… Lo que yo he intentado es desaparecer detrás, he querido dar la voz, la palabra, la imagen a los hombres y mujeres de Portugal. Yo no he ido allí para impartir lecciones, los portugueses saben mucho más que yo.
–La película está dominada por una gran foto de los trabajadores que tiene mucha potencia.
-Sí, no la puse yo, estaba allí. La foto es una confrontación de lo que fue el pasado, de lo que ha sido la clase obrera europea, en España, en Portugal, del siglo XX, es una foto de los años veinte. Toda esa humanidad ya ha desaparecido, porque la mayoría están muertos. Ahí está lo que toda esa gente ha luchado durante años por conseguir una vida mejor, y hoy sus descendientes, los nietos, están a punto de perder todo. Arrasados, exterminados, porque sobran para la productividad de un sistema que ya no necesita de mano de obra humana para construir, y ese es el escenario dramático que vemos todos los días en los periódicos.
-¿Cree que las nuevas generaciones son conscientes de todo ese pasado, tienen memoria?
-No lo sé. Evidentemente, como se dice en la película, aquella gente trabajaba 12, 16 horas… La jornada de ocho horas en Portugal solo se conoció en 1975, por primera vez en su historia. La gente que sale en esa fotografía trabajaba de seis de la mañana a seis de la tarde, y luego había un turno de noche.
-¿Vamos a salir de esta crisis?
-No, es la forma que tiene de respirar la actual fase del capitalismo financiero. No es una crisis puntual, es el sistema que se alimenta ya así, con una voluntad depredadora como no ha existido en la historia. Por ejemplo, esta fábrica fue una creación del primer liberalismo portugués radicada en Oporto, una primera parte del capitalismo que llevó a la zona el ferrocarril y la electricidad. La fábrica se construyó cuando todavía no existían, y lo primero que tuvo fue una estación de tren. Fíjese que son los dos grandes inventos del siglo XIX. Para establecer la diferencia entre lo que el primer capitalismo llevó a la región, en cuanto a puestos de trabajo, en una zona regida por un régimen feudal. Fue una fuente de riqueza. La gente malvivía en el campo, lo deja para ingresar en la industria, pero todo eso se consume y termina. En 2002 cierra la fábrica. Ese arco histórico es ejemplar porque ilustra perfectamente la deriva que ha seguido todo el continente europeo, sobre todo en los países del Mediterráneo. Hoy el capitalismo está en una fase de especulación financiera, al amparo del gran desarrollo de los medios de comunicación, de Internet. Gracias a eso se pueden hacer operaciones vertiginosas en un instante, presididas por la gran abstracción de las cifras. Los que rigen la economía mundial no ven verdaderamente el rostro humano de las cosas, manejan abstracciones, cifras, no ven el rostro de esos obreros que he sacado en la película. Allí hay vida, vidas ya terminadas porque prácticamente ya han cumplido su ciclo vital, son gente mayor, jubilada, o los han jubilado prematuramente, sin posibilidad de volver a encontrar un trabajo.
-Todas esas personas respiran una gran dignidad, pero en el relato de sus vidas se ve que no viene del trabajo, que les ha machacado. Es una cosa aparte.
-Es la dignidad personal. Las mujeres dicen que no era un trabajo para mujeres, todas. Y los hombres igual. Pero se han enfrentado eso manteniendo todavía una dignidad en lo personal, bien entendido que la vida a veces para sobrevivir obliga a asumir situaciones que son inhumanas. ¿Pero cuál era la perspectiva que tenía esta gente? En la película alguien al final dice que es el primero de su familia que ha podido estudiar. Casi todos han tenido que dejar la escuela de niños cuando todavía podían aprender… Si hablamos es para echarse a llorar, lo que está pasando es terrible, y hay que decirlo, y la gente debería tener conciencia de esto, pero parece que no la tiene porque basta que haya un partido de fútbol para que se olvide.
-¿Qué piensa cuándo ve la gente cada vez más enganchada a sus móviles y ordenadores, relacionándose de forma virtual?
-Bueno, yo creo que hay vida también ahí, porque Internet permite consultar y decir cosas que no se dicen en los medios de comunicación, y lo siento por vosotros, pero la prensa no las dice.
De ‘El espíritu de la colmena’, 1972.