En el capítulo anterior… dejamos a Berlusconi de relax en un balneario de lujo de Umbria. De novillos, porque había dicho que no iba a la ONU para resolver la crisis de Alitalia. Pues bien, se ha armado un pequeño lío -es decir, a todo el mundo le da igual- porque se fue a dar los masajes con un helicóptero oficial.
En teoría, denuncia la oposición citando el reglamento, el transporte oficial es para labores institucionales, no para el ocio privado. Berlusconi replicó que en realidad estaba trabajando, porque estaba constantemente al tanto de todo con el móvil. No obstante, ‘La Repubblica’ asegura hoy que no había ningún problema: había cambiado antes el reglamento, para poder usar el helicóptero cuando le dé la gana. Es el estilo de la casa.
Berlusconi adora descender de las alturas en helicóptero, como el santísimo o el Equipo A. Todo el mundo recuerda su legendario aterrizaje en el campo en la presentación del Milan, en 1986, cuando compró el club. De todos modos, son ganas de fastidiarle, porque no le hace falta racanear al Estado: tiene aviones y helicópteros por 100 millones de euros. Entre ellos una especie de Air Force One personal, un Airbus A319-115/CJ, de 33 metros, utilizado para vuelos continentales.
Son el resto de personalidades menores quienes no se pueden permitir esas cosas y se ven obligados a recurrir a los aviones oficiales. Como el inefable Clemente Mastella, ministro de Justicia de Prodi, que fue al Gran Premio de Monza de Fórmula 1 con su hijo (alegó que tenía que entregar un premio), o el general Speciale, de la Guardia di Finanza, que se hacía llevar merluzas frescas en avión militar cuando estaba esquiando.
Pero no nos olvidemos de Berlusconi. No sé por qué, pero cuando le veo en el helicóptero siempre me acuerdo del inicio sublime de ‘La dolce vita’ (Fellini, 1960). El altísimo, las chicas, el fotógrafo Paparazzo,… Esta película hay que verla al menos una vez al año.