Abundan últimamente en Italia las noticias sobre la ‘malasanità’, término genérico que indica una sanidad desastrosa. Ya hemos hablado de ello más veces. Mediáticamente va por rachas, depende de que haya algún caso realmente fuerte que lo recuerde, pero es un tema que siempre está ahí. Basta ir a mirar. Es lo que pasó el mes pasado cuando fueron a mirar a urgencias del Policlinico Umberto I de Roma, el mayor hospital de Europa, dos senadores del centro-izquierda. Por ir al grano se lo resumo rápido: había una señora de 59 años en coma con un trauma craneal que llevaba allí cuatro días atada a la camilla sin alimentación. La reacción del centro tampoco fue muy tranquilizadora. Dijeron que “ocurre a menudo y no es una novedad”. Gran escándalo. Se abren investigaciones, se depuran responsabilidades, se mira en otros servicios de urgencia y se descubren cosas aún más tremendas.
Entre todas las historias delirantes, les he seleccionado una del hospital San Camillo de Roma, para que se hagan una idea.
Las urgencias de este hospital no tienen muy buena fama. Al jefe del departamento de cirugía de urgencia, Donato Antonellis, le llueven las críticas y las denuncias desde hace cinco años por operaciones chapuceras que acaban en perforación de órganos, venas cortadas sin querer, puntos de sutura que saltan y graves infecciones y hemorragias. Pero ahí sigue. Le acusan de no tener ni idea del oficio y de haber obtenido el puesto por ser un pez gordo del mayor sindicato sanitario, pero él dice que es todo una persecución. Al final, en medio de la polémica general, fue suspendido hace un mes y la Fiscalía de Roma ha pedido los expedientes clínicos de 700 pacientes de los últimos seis años. Las muertes sospechosas son al menos ocho y hay doce médicos bajo investigación. Pero no era esto lo que quería contarles.
Uno de los muchos equipos de televisión que curioseó esos días por las urgencias a ver qué se encontraba topó en el San Camillo con un señor atendido de un infarto en el mismo suelo, porque no había camillas. Es la foto que les he puesto arriba. Pero tampoco era esto lo que quería contarles.
También esos mismos días fue sonado el caso de una mujer de 80 años ingresada en urgencias que al final falleció. Aunque alguien tuvo la presencia de ánimo de retirarle del dedo una pinza del aparato de control y robarle cuidadosamente su anillo. Pero ni siquiera era esto lo que quería contarles.
Lo que quería contarles era esto. En ese mismo lugar donde han pasado todas estas cosas, donde no hay camillas, se ha descubierto que en una habitación vivía el señor G., uno de los propios radiólogos del centro. Es un señor de unos cincuenta años se había instalado allí cuando su mujer le echó de casa seis meses antes. Tenía hasta las pantuflas, una cafetera y unos cacharros. Bien mirado no es mala idea, puedes dormir un poquito más porque llegas a trabajar en un minuto. Sales de la ducha y, alehop, ya estás en el curro. Lo más curioso es que todo esto se sabe porque lo ha contado él mismo al juez, en los trámites de separación de su esposa, para explicar lo penoso de su situación y cómo se ve obligado, en “estado de necesidad” a tener “un alojamiento temporal” en su lugar de trabajo. Adjuntó fotos de su habitación con toda tranquilidad, que publicó el ‘Corriere della Sera’ y les reproduzco a continuación. A mí no me extraña porque estos hospitales romanos son unos edificios antiguos, gigantescos y laberínticos:
Sin embargo, pese a sus desvelos, parece que este genio ahora se arriesga a un desahucio. Estos jueces no tienen corazón.
Entre los colegas de por aquí circula un dicho: ante cualquier problema, la mejor ambulancia es un avión de Iberia. Es decir, largarse del país. Pero también hay otro que dice, respecto a los aviones: cualquier cosa menos Iberia. Y otro que se ha añadido después que es: cualquier cosa menos una línea low-cost. Total, que al final uno se conforma con cualquier cosa. Con lo que hay. Mi experiencia con la sanidad italiana es muy simple y a ver cómo lo digo: no se me murió alguien querido de milagro. Por chapuzas inexplicables por un lado, que por otro fueron subsanadas por médicos buenos y profesionales, que trabajan con dignidad y mal pagados en lugares infames. No tengo problemas en calificarlos de tercermundistas. Se depende de la providencia, de la suerte y, como se suele oír en Italia y también es cierto en mi caso, de conocer a alguien. Si no, no sé como hubiéramos acabado. Quizá en el periódico, sección ‘malasanità’, un caso más de mala suerte.
De ‘Amici miei’ (Monicelli, 1975), la caótica habitación de la pandilla de amigos y el terrible ‘primario’, que en realidad luego es peor que ellos y se une a la banda.