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Íñigo Domínguez

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No se vayan todavía, aún hay más

«Esto es todo amigos», decía el otro día la portada del ‘Economist’ sobre el adiós de Berlusconi. Comprendo la euforia, pero sin salir de los dibujos animados a mí me parece que es mejor aquel «No se vayan todavía, aún hay más». Dirigido principalmente a la multitud festiva que acudió el sábado a la plaza del Quirinale, a celebrar la dimisión de nuestro superhéroe. Eran tan emocionante que casi parecía que nadie le había votado nunca.  También hacía olvidar una de las preguntas de todos estos años ante tanta barbaridad democrática: ¿cómo es que la gente no sale a la calle a protestar? En fin, salieron el último día, cuando el trabajo sucio ya estaba hecho, que le vamos a hacer. Son estas sensaciones tan italianas, como cuando tras la caída de Mussolini resulta que nadie era fascista, que aconsejan ser cautos. Aunque otra sensación igual de italiana es que si se implanta la idea de que alguien está acabado y toca cambiar de bando se le puede dar efectivamente por acabado. El italiano siempre acude en auxilio del vencedor, decía nuestro añorado Ennio Flaiano. Por eso es mejor que nadie se mueva todavía, esto no ha terminado.
    Para variar, estos días habrán pensado que soy un vago, con el blog abandonado en momentos trascendentales. Les pido disculpas. Primero me mandaron a Grecia y luego me tuve que venir corriendo a Italia. Me voy a especializar en países en quiebra. Aunque me siento como la señora Fletcher, la de ‘Se ha escrito un crimen’, que era una gafe como la copa de un pino, pues allá donde llegaba, y eran sitios aburrídisimos, siempre se cargaban a alguien. Los amigos me dicen que durante una temporada no vaya por España. Pero al margen de esto, qué quieren que les diga a estas alturas. Yo esto del nuevo periodismo guay es que no lo acabo de entender. Ante un movidón de estas características ni se duerme ni se come y de milagro se consigue hacer medio bien el periódico del día siguiente. Así que no sé de dónde demonios voy a sacar yo tiempo para hacer un blog presentable. Y no sé qué haría si tuviera que hablar por la radio, hacer vídeos y escribir para tres medios más, como hacen los pobres compañeros a quienes no pagan lo suficiente para vivir dignamente. Y que en realidad son el modelo empresarial a seguir, como otros muchos somos el ejemplo de periodista a abatir. No por deméritos, que ciertamente se podrían discutir y me esfuerzo en maquillar constantemente, sino por coste, pues vivimos en la era de los contables y salimos caros para las tonterías que hacemos. Somos un modelo superado. Yo creo que por eso han inventado Twitter. Se pueden soltar paridas todo el día sin el menor esfuerzo y parece que uno trabaja y se entera de algo.
      Volviendo al tema de hoy, estos días me he acordado de un entrañable maestro y compañero, Roger Jiménez, corresponsal de La Vanguardia cuando yo llegué a Roma. Su saludo cuando entraba cada día por la puerta era: «Buenos días, ¿ha caído ya el Gobierno?». Así se vivía en Italia hasta que llegó Berlusconi, con una media oficial de un gabinete cada seis meses. Ni merecía la pena aprenderse los ministros. Con nuestro hombre eso se acabó y se adueñó de Italia una atmósfera de plúmbea eternidad. Lo más dramático de Berlusconi es que realmente podía haber cambiado Italia si hubiera querido- quiero decir reformarla, modernizarla y mejorarla, porque vaya que se si la ha cambiado-. Ha tenido dos mayorías absolutas históricas, en 2001 y 2008, pero las ha empleado para sus asuntos. Principalmente, salvarse de la cárcel. En ese sentido, sus objetivos políticos están plenamente logrados. Es el mayor triunfo de su carrera, y eso hay que reconocérselo con toda franqueza.
     En 2001, cuando llegué, esto empezó a parecerse peligrosamente a una república bananera, comparación que ofendió sobremanera al señor Agnelli en la víspera de las elecciones que ganó Berlusconi. Cualquiera que conociera un poco Italia veía venir este desastre desde lejos. Las cosas que contamos en este blog, por ejemplo, ya dan una idea. En aquel entonces hablé decenas de veces con extranjeros e italianos de que un día Italia podía a acabar como Argentina, y que nadie se explicaba cómo no había ocurrido ya ni cómo el apís seguía adelante. Por cierto, los argentinos se enfadaban cuando se decía esto.
      Ahora que hemos visto el borde del abismo tampoco hay que creerse ni de lejos que nuestro superhéroe bunga bunga desaparece. ¿O es que creen que se va a quedar en el jardín de casa jugando a la petanca?  Berlusconi no sabe perder, sólo ganar, y como sea. Si hay que tirar de la billetera, se tira. Y si se pierde siempre es culpa de otro. Da igual lo que parezca desde fuera. Si pudiéramos penetrar en su cerebro, tras esquivar un portaviones con containers de tías disfrazadas de pornochacha y guarda di finanza, más allá de un monumento a sí mismo de 17 metros en oro macizo y langostinos, y después de pasar una piscina olímpica de monedas como la del tío Gilito, nos encontraríamos con que su reconstrucción de lo ocurrido es más o menos la siguiente:

«Como soy un hombre de Estado del copón, el más responsable y serio del hemisferio norte, mi imperioso sentido del deber me ha empujado a dimitir para salvar al país de la quiebra. No saben lo afortunados que son, me lo tendrán que agradecer toda la vida. Una quiebra que es fruto de una crisis caída del cielo, una cuestión de mala suerte, porque aquí todo va de maravilla y vivimos de miedo. Los restaurantes están llenos. Esto es culpa del euro, que lo hicieron mal, y por cierto, fue un Gobierno de centro-izquierda quien fijó un tipo de cambio con la lira que ha sido un desastre. Por eso estamos como estamos. Yo he hecho lo que he podido, y lo que me han dejado, porque aquí me hacen la vida imposible, pero es que ante la especulación y los ataques de los mercados no hay nada que hacer. Es una conspiración. Lo sé, la inmensa mayoría de los italianos me piden a gritos que no lo deje, pero es necesario. Tienen que aceptarlo, les pido este sacrificio. Comprendo su dolor, pero tienen que estar tranquilos. Este Gobierno técnico que he permitido graciosamente, por mi infinita generosidad, es una cosa pasajera, pasará pronto, lo justo para arreglar la situación. Háganse la idea de que es como si hubiéramos llamado un momento al técnico de la tele o al fontanero para que arregle algo. En cuanto el panorama se calme y pase el peligro vuelvo por la puerta grande como un campeón y aquí no ha pasado nada. Viva Italia. Viva la libertad. Viva el Milan. Viva yo. Vivan las tías. Viva yo».

   Esto es lo que vino a decir en el alucinante vídeo que lanzó ayer en el mismo momento en que le encargaban a Monti la formación del Gobierno. Una última rabieta para recordar que el balón es suyo y se juega como él quiera. Por eso a esta hora, cuando escribo, los mercados siguen castigando a Italia. Han comprendido que Berlusconi no se ha ido y sigue maquinando en la sombra.
     Nuestro pequeño superhéroe ha intentado meter su patita hasta el último momento en el nuevo Gobierno de Monti. En la comida que tuvo el sábado con él le intentó convencer para que le concediera los dos ministerios que más le interesan: Justicia, para seguir mangoneando sus procesos, y Desarrollo Económico, que lleva el tema de comunicaciones, para poder proteger sus empresas. No es lo que se dice tener presentes los destinos de la nación. Al final nuestro héroe ha aceptado la actual situación a punta de pistola, ante la amenaza real y muy seria de que el país podía quebrar. Imaginen que el desastre hubiera quedado asociado a su nombre, como de hecho debe ser. Así no se podía ir a unas elecciones. De modo que se retira a la sombra a esperar que pase el temporal, pero presentándolo como un sacrificio que hace por el bien del país. Pero ya estará encargando sondeos para ver cómo va su popularidad y planeando la campaña electoral. Monti está sentado sobre una bomba. En cuanto se distraiga e intuya que Italia ha salido de peligro, Berlusconi se la lía. Ahora todos se portan bien porque le ven las orejas al lobo, pero a la primera de cambio se lo meriendan. El entusiasmo o la intriga de la novedad, de la posibilidad de un cambio, en Italia, especialmente en Roma, dura dos telediarios. Luego los engulle y asimila el ritmo mastodóntico de la inercia de la historia.
   Es como aquel cuento de Flaiano, ‘Un marciano en Roma’. Un marciano aterriza en un platillo volante en Villa Borghese y la ciudad se vuelve loca. Recibimientos, homenajes, cenas, encuentros con las autoridades, actos sociales, corros y colas para conocer al marciano. Poco a poco va pasando la expectación, las fiestas y aperitivos son cada vez menos frecuentes y sonados. El marciano acaba vagando solo por los cafés de Via Veneto. Un día está sentado con melancolía en una terraza y unos chavales le gritan desde una esquina: «¡Eh, marciano!». Y cuando se gira a mirar le hacen una pedorreta y se van corriendo entre risas.
   Ya veremos lo que dura la sensación histórica de cambio de época. Así llegamos a la clave de la cuestión. Berlusconi tiene razón cuando considera que a él no le ha echado nadie. Le tienen que echar los italianos, no los mercados, una pérdida de escaños o una emergencia. Será lo único que comprenda y ni eso es seguro, pues las elecciones de 2006 las perdió, pero por poco, y nunca lo admitió. Las impugnó y para él fueron un tongo. Necesita una derrota en las urnas inapelable y en toda regla, pues él está convencido de que no hay nadie más simpático en el planeta y es imposible no quererle, mucho menos si es pagando. En resumen, el momento de la verdad serán las próximas elecciones. Pero claro, eso da tanto miedo como, que sé yo, el referéndum de Grecia, donde se temía que los griegos podían perfectamente pasar de Europa y hundir el euro.

   Como película de despedida de hoy, tras haber imaginado ese paseo por la mente de Berlusconi, vamos a  recordar la arrebatadora fantasía de ‘Las tentaciones del señor Antonio’, célebre episodio de Federico Fellini en ‘Boccaccio 70’ (1962) . El pobre Peppino De Filippo, hermano de Eduardo, se encuentra nada menos que con una Anita Ekberg de veinte metros. Lo que hubiera hecho Berlusconi si la pillara. Como mínimo acababa de ministra de Defensa.

¡Ah, y no olviden supervitaminarse y mineralizarseeeee! Que esto puede ir para largo y pronto volvermos con más diversión. ¡Porky Porky, nuestro rey! Porque recuerden, nuestro superhéroe enano nunca duerme.

 

 

 

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