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Íñigo Domínguez

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Cosas normales en Italia (29): lo inútil

Estos días se habla bastante en Italia de cosas inútiles. No me entiendan mal, no es que se hayan desarrollado debates inútiles, que también, como todas las semanas, sino que se ha discutido sobre entes y organizaciones que, por su inutilidad, quizá sería sensato pensar en suprimir. Pero ése es un enfoque superficial para cualquiera que conozca Italia, porque en realidad todo lo inútil tiene una función esencial: colocar a inútiles, que de este modo se hacen útiles a sus familias, partidos y demás órganos de referencia. Lo hacen, en un cierto sentido, por el interés de la colectividad. No toda, es verdad, sino una pequeña, la suya, pero por algo se empieza. Desengáñense, el interés general o el bien común son utopías insensatas que alteran la percepción de la realidad.

Por ejemplo, el ‘Corriere della sera’ contaba el miércoles que, dentro de una política de ahorro y racionalización en las universidades, en los dos últimos años se han logrado suprimir 470 licenciaturas consideradas inútiles. Por ejemplo, Bienestar del Perro y del Gato, Ciencia de las Flores y el Verde o Turismo Alpino. Los títulos se han quedado en 4.986. A ver lo que duran.

También, dentro del polémico recorte de gasto de 24.000 millones aprobado la semana pasada por el Gobierno, se eliminan 232 entes públicos considerados inútiles, aunque muchos eran ideales para colocar amigos y vivir de subvenciones. Han entrado en la lista todos aquellos que no han sabido explicar en qué gastaron el dinero el último año, y eso que cuestan 300 millones de euros anuales. Entre ellos, el comité para el centenario del tebeo italiano, la asociación de veteranos y supervivientes garibaldinos (Garibaldi combatió su última batalla en 1871), la sociedad dálmata patriótica, la unión de juristas católicos italianos o la fundación para el bimilenario de Vespasiano. Ah, también está la asociación de voluntarios antifascistas de España. Así como decenas de institutos de estudio de todas las disciplinas imaginables. Pero también la Fundación Bettino Craxi, en donde se sientan tres ministros, y la Fundación De Gasperi, guiada por Andreotti. A ver qué pasa esta vez, porque siempre que han intentado acabar con ellos se han rebelado y han sobrevivido. No se debe subestimar a estos individuos, están muy curtidos. Miren la hora de salida en la oficina de nuestro querido Fantozzi:

El problema es que algunos de estos 232 entes no eran nada inútiles. No obstante, están relacionados con la cultura, que para este Gobierno italiano, como para casi todos los de cualquier país, es sinónimo de algo que no sirve para nada. Así que, por no fijarse y cargarse de un plumazo toda la lista ahora están amenazadas instituciones históricas o prestigiosas como el Centro Experimental de Cinematografía, la Triennale de Milán o el Instituto de Oceanografía. En el mundo cultural y científico se prepara una revuelta.

Lo mismo ha pasado con las provincias. En Italia hay 110 y no sirven para nada, sólo para multiplicar poltronas y disparar presupuestos. Pero es que por eso mismo han ido creciendo con los años y devorando dinero, porque no hay que hacer nada, sólo cobrar. Cuestan 14.000 millones al año y dan trabajo a 61.000 personas. Berlusconi prometió suprimirlas, pero se le ha debido de olvidar. Es más, en los últimos años se han inventado siete más y hay solicitudes para otras 21.

Un caso gracioso es el de Barletta-Andria-Trani, en Puglia, tres municipios que se juntaron en una provincia hace cinco años pero que aún no existe del todo, porque todavía la están organizando. Andan pegándose entre el triunvirato de gloriosas capitales emergentes por ver quién se convierte en nuevo núcleo de poder del invento. De hecho el nombre de la provincia es así, como lo han leído, y se negocia intensamente quién se lleva este o aquel organismo. Hace poco consiguieron por fin los teléfonos. Todavía no tienen escudo porque no han encontrado uno que les convenza. Por fin el pasado día 21 Andria se llevó la sede del consejo provincial, Barletta la Prefectura y Trani se tuvo que conformar sólo con los Carabinieri. Naturalmente sí tiene todos sus cargos en activo, aunque no hagan nada, y este año contaban con un presupuesto de 50 millones.

Volviendo al dilema de las provincias, con el recorte anunciado esta semana se propuso eliminar nueve con menos de 220.000 habitantes, cifra que según detractores de la medida se había decidido para salvar algunas provincias del centro-derecha que tienen justo unos pocos habitantes más. Pero ha estallado la revolución. La Liga Norte, socia de Gobierno, consiguió que se salvaran de la norma aquellas provincias que hacen frontera, aunque no se sabe por qué, pero es un criterio en el que casualmente encajan las que están bajo su poder en el norte. Y tampoco hay más fronteras que esas en Italia. Sin embargo no había excusa para Bérgamo, así que Umberto Bossi ha anunciado directamente «guerra civil» si se suprime.

Cunde el descontento y la movilización es general. Por ejemplo, el portero de la selección de fútbol, Gigi Buffon, ha hablado desde la concentración del Mundial, indignado porque su provincia, Massa Carrara, está en la lista: «¿Bajo quién acabaremos?», se pregunta angustiado. Cada italiano es de su pueblo y poco más, y defiende su parcela a muerte contra el enemigo exterior. Es lo que se llama, generalmente, ‘campanilismo’, de ‘campanile’, que significa campanario. Otra provincia amenazada, Vercelli, ha encontrado su salvación en esgrimir su kilómetro oficial de frontera con Suiza a más de 4.000 metros en el Monte Rosa. Y en este plan. Al final, en la noche del jueves la medida, una de las pocas realmente estructurales del plan de recorte, se evaporó por arte de magia. Otra vez será. Lo inútil se perpetúa por los siglos de los siglos, así que algún sentido tendrá.

Porque, bien mirado, este es el aspecto negativo de lo inútil. Pero Italia también es la cumbre de lo inútil elevado a maravilla, pues eso es el arte. ¿Por qué nos fascina una torre inclinada que está a punto de caerse o una ciudad inundada que se hunde? No hay que obsesionarse con lo práctico, sino que lo realmente importante es aquello que hace más agradable la existencia, al margen de vanos moralismos. Y me reconocerán que tanto un cuadro de Piero della Francesca como una poltrona con sueldazo y coche oficial son sumamente reconfortantes. Casi más lo segundo que lo primero. O sin llegar a tanto, un pequeño salario que permita estar calentito en un puesto fijo donde vegetar. Sólo hay que tener un poquito de cuidado, no como ese empleado del ferrocarril, de baja por luxación de la rodilla que en agosto de 2008 apareció en la foto del periódico local como goleador de un campeonato aficionado.

Lo inútil brota por doquier en Italia como amapolas, sea como ornamento precioso o como protuberancia maligna, pero produce un inconfensable efecto liberatorio en este mundo pragmático y con objetivos trimestrales. «Nada más necesario que lo superfluo», es el lema de una tienda de trapitos de Campo de Fiori. Puede ser pura alegría, como los cientos de fuentes de Roma, o despropósito colosal, como los grandes objetos inútiles dispersos por la geografía italiana, catedrales en el desierto con las que alguien se ha forrado. Por ejemplo, la terminal para el aeropuerto de la estación Ostiense de Roma, inaugurada para el Mundial de 1990 y nunca utilizada, salvo por cientos de indigentes para pasar la noche, o el aeropuerto de Salerno (foto de arriba), que se inauguró en agosto de 2008 y a los cuatro meses ya no tenía un solo vuelo. Ahí sigue, con algún vuelo a Verona y a Milán. En la tele suelen aparecer cada semana, por denuncias de la gente, hospitales vacíos, piscinas abandonadas, estadios nunca usados, carreteras hacia la nada, puentes que no comunican a nadie,… Una variante especialmente horrorosa es la que, además, supone un atentado contra el medio ambiente, algo que en un país tan asombrosamente bello como Italia no tiene perdón de Dios. Este tipo de barbaridad tiene un nombre ya institucionalizado, pues es frecuente: se llama ‘ecomostro’ (como el que ven en la foto de abajo en Alimuri, Sorrento). Parte de otro supuesto muy extendido, el de que la naturaleza es algo inútil, como la cultura.

A propósito de entes inútiles, ‘La Repubblica’ publicó el jueves una carta de un lector, un vecino de Roma de 40 años y que aún tiene que vivir con sus padres, en el que contaba su experiencia de desempleado. Este señor explica que es licenciado en Historia del Arte, a falta de dos exámenes, diplomado en Contabilidad (Ragioneria) y tiene una especialización trienal de incisión. Y decía: «Desde hace 26 años estoy inscrito en la Oficina de Colocación del Ayuntamiento de Roma. Quería hacer presente que nunca, y digo nunca, he recibido una llamada para cualquier tipo de trabajo».

También esta semana el ISTAT, el instituto nacional de estadística, ha lanzado la alarma sobre lo que ocurre con la juventud italiana: el 58,6% de los menores de 34 años siguen viviendo con sus padres, un porcentaje fijo de la última década que es el más alto de Europa. Antes había muchos que lo hacían porque querían, pero ahora se ven forzados a ello porque no tienen trabajo. La tasa de paro juvenil es del 25,4%. Dos millones de jóvenes, el 21,2% de los menores de 30 años, no trabajan ni estudian ni se forman, no hacen nada. Italia no es país para jóvenes. Con suerte, sólo se empieza a tener futuro a los cincuenta..

Hay una película de Fellini, ‘I vitelloni’ (1953), que en España se llamó ‘Los inútiles’. Es de una panda de chicos de provincia que se aburren en el pueblo, condenados a una vida melancólica y mediocre, aunque uno de ellos se pasa toda la película pensando en coger un tren y largarse.

Medio siglo después las cosas están más o menos igual. Algunos se largan.

Para terminar, perdónenme que cite un caso personal. Me han abierto tres bares debajo de casa, y es la pesadilla del vecindario. Mi chica le preguntó a un guardia que, sigilosamente, le reveló que la terraza del más ruidoso de todos es ilegal. «¿Y entonces? -dijo ella ingenuamente- ¿Por qué no hacen nada?». El agente le miró con estupor, vaya preguntas. Tantos años en Italia y todavía no me acostumbro. Lo decía -él, el policía- para que hiciéramos algo si queríamos -nosotros, los ciudadanos-, y a ser posible sin meterle en líos. Hablando con la gente del barrio todos tienen clarísimo que los guardias de la zona están comprados o los de los bares conocen a alguien en el ayuntamiento o están protegidos por alguna mafia local. Como siempre, todo envuelto en el misterio inescrutable, donde es mejor no preguntar. Así que es una tontería usar cualquier vía legal y la única solución real es, a su vez, conocer a alguien que mande más que ese alguien que sin duda debe de conocer el del bar. Y es aquí donde se revela toda la utilidad y el sentido de colocar a conocidos en las instituciones, y de votarles, al servicio de los amigos. Lo demás es inútil.

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