Ha nevado en Roma. No ocurría desde 1991. Por la calle sólo se oía a la gente diciendo: «Che belloooooo!». La belleza es lo que puede con ellos, les cautiva. Pero qué bonita estaba Roma. Vean esa foto que he sacado en la piazza de Santa Maria in Trastevere. En todas las tiendas salían a la calle a mirar, las cajeras de los supermercados dejaban su puesto, había diálogos a voces de ventana a ventana. Cuando están contentos los romanos gritan diciendo tonterías y bromas. Los romanos, siempre cínicos, prevenidos, irónicos, en el fondo son como niños.
La excitación duró un rato largo. Pero al final oí en el bar algo que me esperaba: «Ma che palle questa neve!» (¡Pero qué coñazo esta nieve!). Y eso que llevaban veinte años esperando. Los romanos llevan muchos siglos viendo pasar la historia y siempre les acaba saliendo un escepticismo ancestral. Es una especie de defensa para no verse decepcionados, porque saben positivamente que es lo que acaba ocurriendo. Saben que la vida es así. Es como una tristeza de fondo de desilusión infantil. Volviendo a casa empecé a ver los primeros accidentes, el tráfico ya era una locura y si sigue nevando supongo que habrá gente que hoy duerma en la oficina. Roma se dirigía a otro desastre cotidiano. Belleza y caos, una buena definición de Italia.
‘Amarcord’, de Federico Fellini, 1973.
Siempre recuerdo cuando uno de los listos del bar coge un copo de nieve y dice: “Bah, esto no cuaja”. Hoy he visto la misma escena en Roma. Y también recuerdo siempre la mágica aparición del pavo real del conde.