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Íñigo Domínguez

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Censurilla

Anteayer volvió a desaparecer otro comentario de este blog, correspondiente al último texto. No lo sé porque alguien me lo haya notificado, sino porque, casualmente, estaba en ese momento ante el ordenador y lo leí. Al cabo de unos minutos desapareció. No tengo la menor idea de por qué. Por respeto al lector que escribió el comentario y a los demás, resumo su contenido. No recuerdo las palabras exactas, pero venía a decir más o menos: «Imaginaba que la información estaba controlada, pero no tanto. A este paso será imposible leer artículos como éste y los periodistas críticos desaparecerán si no se comen su dignidad»

En fin, o algo así. Estaba escrito de forma educada y firmado por alguien llamado Ibarra. Se puede estar de acuerdo o no, pensar que es muy exagerado o bastante razonable, pero lo gracioso y significativo es que el que desapareció fue el comentario.

No es la primera vez que pasa y he vuelto a llamar para protestar. Ya hemos dicho varias veces que aquí no se censura a nadie, e incluso ahí han quedado para la posteridad sentidas amenazas de palizas al autor. Recordarán que la última vez que llamé me dijeron que el tema estaba resuelto. Pero alguien debe de haberse distraído y se ha puesto un rato a borrar comentarios sin darse cuenta, o porque los confunde inexplicablemente con publicidad basura de relojes chinos.

En todo caso no se preocupen, me he quedado más tranquilo porque no es nada serio. Es otro síntomas de los tiempos, que ni la censura se toma en serio. No se trata de censura, sino de, digamos, una censurilla. Resulta que es obra de un ‘moderador de blogs’. Yo no digo que no necesite que me moderen, por mi carácter, y es verdad que en Internet circula mucho cenutrio que sólo se expresa de forma primitiva, pero no sé cómo se puede confundir una opinión como la anterior con las decenas de barbaridades e insultos que se cuelan cada día en los tropecientos comentarios de las noticias. Y que, dicho sea de paso, es una lectura aburridísima y no creo ni que se lea ni que escandalice ya a nadie. Aún así, me resulta conmovedor tanta atención con este blog, un pequeño y oculto rincón del hiperespacio sin la menor importancia.

Pero hay algo más: imaginen cómo está el patio que hasta la censura es subcontratada. Por lo visto se trata de una empresa que hace estas cosas y tiene ahí unos individuos que se dedican a eso, todo el día chapoteando en blogs. Qué horror de trabajo. No sé quiénes son, de qué edad, con qué estudios, qué gustos, qué criterios, de qué ideas políticas, si son asustadizos o han visto mundo, lo que comen o de qué equipo de fútbol son. Y no quiero ni saber cuánto cobran ni qué tipo de contrato tienen. A lo mejor hasta van a la pieza y sólo cobran por comentario eliminado. En cualquier caso al final siempre aparece el argumento de que uno hace lo que le mandan. Desde aquí, no obstante las diferencias, un afectuoso saludo de solidaridad.

Quizá también ha llegado a la censura el preponderante estilo churrería de nuestro tiempo, con gente que hace de todo y por turnos, que tan pronto un día modera un blog de pinchos morunos como al día siguiente examina otro de la geopolítica del Cáucaso. A mí me hacía ilusión tener un censor personal. Al menos antes era un señor al que todos conocían y temían, con un despacho. Hoy es un ser anónimo, o una nebulosa de seres, una empresa que tiene que presentar resultados, y supongo que ni tienen conciencia de censurar. Sólo moderan. También me es incierta su ubicación física. Quizá se hallen en una nave industrial de Bangalore o en un bajo de un polígono de Elantxobe. Todo es muy etéreo, como Internet.

Como hicimos la última vez, no se me ocurre mejor manera de humanizar la cuestión que invocar de nuevo al censor-moderador, como en las sesiones de espiritismo, para que se manifieste. Porque imagino que estará leyendo esto. ¡Que salga, que salga…! Más que nada, para entendernos y que explique, con la moderación propia de su cargo, qué había de inconveniente en las reflexiones suprimidas. Seguramente tendrá sus razones y le prometo que no le censuramos. Hay que llevarse bien.

Entretanto pido disculpas a este lector llamado Ibarra y al resto de lectores que hayan sido perjudicados por la desaparición de comentarios sin mi conocimiento.
Para las próximas veces, si esto no se resuelve y sigue pasando, se me ocurre una solución: por favor, enviénme el comentario eliminado a mi correo electrónico, que encontrarán en la voz «Contacto», aquí en la columna de la derecha, y ya lo publico yo. Será más divertido.

Alberto Sordi en ‘Il moralista’ (Alberto Bianchi, 1959):


Sinopsis: Una empresa presenta al nuevo censor su cartel publicitario. «Yo estoy aquí para aconsejar, no para obstacular», les tranquiliza Sordi, con su inconfundible voz engolada y como un buen moderador de blogs. Se trata de una crema de belleza y pregunta dónde se untaría. Le dicen que en la cara y entonces plantea que por qué enseñan el ombligo. «Para atraer un poco la atención», responde uno de los empresarios, el magnífico secundario Leopoldo Trieste, anticipando las tonterías que nos ponen como grandes noticias del día en las ediciones digitales de los diarios. Pero el censor les dice que tapen el ombligo.

Entonces sacan el comodín, un clásico de la burocracia. Los empresarios le insinúan que a su predecesor, el doctor Menegotti, le gustaba el ombligo. Y que le hacían algunos pequeños obsequios. Y sacan un sobrecito para él. Trescientas mil liras. «¡300.00 para el doctor Menegotti, 300.000 para usted, el cartel pasa y todo se ajusta!», dicen entre risitas. Pero Sordi es inflexible: «¿Estarían dispuestos a testificar ante un juez que el doctor Menegotti se ha embolsado 300.000 liras?». Obsérvese, como en muchas otras películas, que el funcionario honrado es retratado como un meapilas rígido y sin sentido de la realidad, frente a unos ciudadanos simpáticos, aduladores, que buscan la complicidad más comprensible, sólo se buscan los garbanzos y tienen una visión de la ley mucho más humana. Sí, siempre estamos con lo mismo, ya lo sé.

Los empresarios se defienden diciendo que no hay ninguna prueba, pero Sordi pone en marcha una grabadora que tiene escondida. «¡Pongan ese cartel y yo hago hablar mi maquinita, yo voy derecho por mi camino como una espada. Ante la nobleza de mi misión no reconocería ni a mi hermano!». Una primera reacción digna puede ser una tapadera y lo normal es insistir, así que uno de los empresarios dice: «Hombre, señor secretario, hay que adecuarse a los tiempos, ¿hacemos 500.000?». Pero no, dice que llama a los guardias. Se van diciendo que pondrán los carteles de todos modos.

FIN

Bueno, pues a ver si aquí podemos poner los comentarios de todos modos.

Gracias y disculpen las molestias.

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