37. Femenino singular
No hay país más femenino que Italia, de machista que es. Según se llega uno se ve abrumado por la invasión sexual publicitaria, a niveles sonrojantes. A ellos les da igual no parecer modernos. Se encuentran tías impresionantes hasta en la hoja parroquial. Las presentadoras del telediario hacen posturitas y se atusan la melena como si fuera una cena íntima. Las basureras que se reúnen a medianoche en Campo de Fiori, en Roma, a tomar café parece que se citan para hacer un calendario, todas con la raya del ojo. Apenas se ven mujeres con pelo corto y a las españolas les choca el predominio, cómo decirlo, del estilo un poco putón, o como de nochevieja. Se deshacen en cumplir el ideal masculino, que se agradece, pero hace sufrir bastante. También es por presión social, y al viajar fuera se relajan al no sentirse tan juzgadas.
La sociedad las trata igual, claro. Es el país con menos mujeres en el poder: 11% de diputadas, como en los setenta, y 2% en consejos de administración. Hay restaurantes con dos cartas, una normal para el hombre y otra sin precios, para su pareja. Hay decenas de concursos de miss, que regalan cocinas, y el máximo sueño de miles de chicas es ser azafata televisiva. Una vez en el festival de Venecia causó ira entre las colegas el regalo a la prensa de la organización. A ellos, un bonito bloc. A ellas, un champú.
FIN
Bueno, de esto ya hemos hablado más veces y me repito. Y qué más decir, basta poner la tele estos días y ver la elección de Miss Italia. Ayer fueron cuatro horas, hasta las dos de la madrugada en el primer canal de la RAI y se pasaron dos telediarios. Literalmente, porque no se emitieron. Las prioridades son las prioridades. Ah, y le han pagado 70.000 euros a la invitada estrella: Paris Hilton.
38. Cambiar todo…
Si se le pide a cualquiera que enuncie un tópico italiano es muy probable que diga eso de que hay que cambiar todo para que no cambie nada. La frase de ‘Il gattopardo’, obra maestra de Lampedusa y luego de Visconti, sigue siendo una de las sutilezas más refinadas para explicar la mentalidad italiana. Se cumplen 50 años de la muerte de su autor sin que se le recuerde demasiado, aunque es el libro italiano más traducido del siglo XX. Lampedusa, que se retrató en el entrañable personaje de Fabrizio Salina, es un siciliano anónimo, hermético y fascinante que combatió las dos guerras mundiales, estudió sin sacar una carrera y vivió para la lectura. Escribía por pasión privada “líneas que nadie leerá” y su libro fue publicado en 1958, un año después de morirse.
Sobre la tenaz perpetuidad de ese mundo antiguo que describió es interesante recordar las noticias que hace tres años dieron protagonismo a Palma di Montechiaro, en Agrigento, escenario de la novela. ‘El pueblo donde todos pagan a la mafia’, decían los titulares. El clan de la zona exigía el ‘pizzo’ incluso a los jubilados. Si no les quemaba la casa. Ese año hubo 420 atentados. La peculiaridad de Palma es que es el único pueblo de Sicilia abandonado por la Mafia, tras las guerras de los ochenta. Desde entonces es territorio de feroces familias de paletos y bandidos. Como en los viejos tiempos.
FIN
‘Il gattopardo’ (Luchino Visconti, 1963), Palma de Oro en Cannes.
Sinopsis:
Como lección de historia, de vida y de Sicilia, tenemos este diálogo sublime. Sucede en plena formación del Reino de Italia. Un enviado de Turín ofrece un puesto de senador a don Fabrizio, príncipe de Salina. Pero él lo rechaza.
-¿En serio rechaza hacer lo posible para aliviar el estado de pobreza material y de ciega miseria moral de su mismo pueblo?
-Somos viejos, Chevalley, muy viejos. Son al menos 25 siglos que llevamos a cuestas el peso de magníficas y heterogéneas civilizaciones. Todas venidas de fuera, ninguna hecha por nosotros, ninguna crecida aquí. Desde hace 2.500 años no somos más que una colonia. No lo digo para lamentarme, es culpa nuestra. Estamos muy cansados, vaciados, apagados.
-Pero príncipe todo esto ha terminado. Sicilia ya no es tierra de conquista, sino libre parte de un Estado libre.
-La intención es buena, pero llega tarde… El sueño, querido Chevalley, un largo sueño. Eso es lo que quieren los sicilianos. Ahora dirán todos esos que quieren despertarlos, aunque sea para llevarles maravillosos dones. Y, dicho entre nosotros, yo dudo sinceramente de que el nuevo reino tenga muchos regalos para nosotros en su maletero… Aquí cada manifestación, incluso la más violenta, es una aspiración al olvido. Nuestra sensualidad es deseo de olvido. Los disparos, las cuchilladas, son deseo de muerte. Nuestra pereza, la penetrante dulzura de nuestros sorbetes, es deseo de voluptuosa inmovilidad. Es decir, otra vez de muerte.
-Príncipe, ¿no le parece que exagera? Yo mismo he conocido en Turín sicilianos que eran todo lo contrario de dormilones.
-No me he explicado bien, lo siento, he dicho sicilianos, quería decir Sicilia. Este ambiente, la violencia del paisaje, la crueldad del clima, la continua tensión en cada cosa…
-El clima se vence, el paisaje se puede modificar, el recuerdo de los malos gobiernos se borra, estoy seguro de que los sicilianos quieren mejorar.
-No niego que algunos sicilianos transportados fuera de la isla puedan conseguir despertarse, pero tienen que partir muy jóvenes, a los 20 años ya es tarde, ya se ha formado la corteza. Lo que a usted le sirve es más bien un hombre que sepa compaginar su interés particular con vagos ideales públicos.
-Pero si los hombres honestos como usted se retiran el camino quedará libre a la gente sin escrúpulos y sin perspectiva, como los Sedara, y todo será de nuevo como antes, durante más siglos. Escuche su conciencia príncipe, y no las orgullosas verdades que ha dicho… Príncipe, se lo ruego, intente colaborar.
-Sois un caballero, Chevalley, y considero un privilegio haberos conocido, tenéis razón en todo. Menos cuando decís que los sicilianos querrán mejorar, no querrán mejorar porque se consideran perfectos. La vanidad en ellos es más fuerte que la miseria.
Fuera:
-Príncipe, aunque usted no lo crea, este estado de cosas no durará. Nuestra eficiente, ágil, moderna administración cambiará cada cosa.
-No debería poder durar, pero durará siempre, el siempre humano, claro, uno o dos siglos, y después todo será distinto, pero será peor. Arrivederci, querido Chevalley.
-Arrivederci, gracias por todo.
-Nosotros fuimos los gatopardos, los leones. Quien nos sustituirá serán los chacales, las hienas, y todos, gatopardos, leones, chacales y ovejas, seguiremos creyéndonos la sal de la tierra.
-Creo que no he entendido bien, ¿cómo ha dicho?
-Nada, nada.
-¿Cómo ha dicho? No he oído.
Y su coche se aleja.
Amén.
(Publicados en El Correo en agosto de 2007)