25. Garibaldi olvidado
Este verano se cumplen 200 años del nacimiento de Garibaldi, héroe de la unidad de Italia, pero en este país cínico y amodorrado nadie parece acordarse. Como es una figura manipulada hasta la saciedad y su biografía tiene lados oscuros, hay miedo a revolver. La vida de Garibaldi se escribe sola, es un cuento de aventuras. Nació en Niza, pasada luego a Francia, signo de su paradójica condición apátrida. Con 20 años se fue a Constantinopla, luchó con piratas y dio clases. Tras unirse a la masonería y la causa italiana huyó a América. Combatió 13 años en Uruguay y Brasil, donde se casó con Anita, su fiel cómplice de correrías.
Cuando volvió a Italia para la primera guerra de independencia, en 1848, ya tenía 41 años. Le fue mal, Anita murió en la fuga y escapó a Tánger. Acabó en Nueva York en una fábrica de velas. Luego anduvo de capitán mercante por el Pacífico. A los 50 se compró un terrenito en la isla de Caprera y se dio a la vida granjera. Pero le llamaron para la segunda guerra, y para la tercera. Fue uno de los primeros iconos mediáticos mundiales: Lincoln le quiso fichar para los yanquis y luchó con los franceses contra Prusia. No podía ni ver al Papa, enemigo de la unidad italiana, y llamó a su burro ‘Pionono’. Fue amigo de Dumas, el de los mosqueteros, otro elemento, que escribió sus memorias. Es un bonito libro para el verano.
26. Belleza y maldad
Un italiano ve una farola y si le gusta dice: “Che bella!”. Un español, para empezar, no anda fijándose en las farolas y le puede parecer bien o mal, pero ni se le ocurre llegar a semejantes adjetivos. Y menos a una categoría absoluta como lo bello. Por eso les resultamos un poco toscos. En general, los italianos buscan y pretenden la belleza en todo, al menos de fachada. También como consuelo de la vida y hasta para darle sentido. Por algo tienen el Renacimiento.
Por otro lado, quizá sin llegar al extremo de Groucho (“Nadie es completamente infeliz ante el fracaso de su mejor amigo”), desconfían bastante del género humano. Sólo se fían de conocidos y todo se resuelve a nivel personal. Hay argumentos a favor de la sensatez de esta opinión. Sin ir más lejos, ellos han aportado a la humanidad cosas terribles como los bancos o la defensa de ‘catenaccio’. Los venecianos inventaron el gueto, perfeccionado por los papas, que para fastidiar a los judíos les obligaban a oír misa el sábado. Mussolini, además del fascismo, hizo el primer bombardeo químico gaseando etíopes. Pero aún en la vida diaria, junto a los tipos más simpáticos del mundo, emergen sujetos de amoralidad insondable. El otro día, por ejemplo, sicarios de la Camorra que hacen negocio con los incendios dispararon a un helicóptero que apagaba fuego en un bosque.
(Publicados en El Correo en agosto de 2007)