11. Chulos de ayer y hoy
Si alguien quiere saber el tiempo medio de un cigarrillo que no se moleste: unos cuatro minutos. Es la duración de ‘Ma quale idea’, cumbre de la música disco ochentera, y lo que tardaba Pino D’Angio en apurar su pitillo mientras la cantaba impertérrito. Anda otra vez por ahí en un anuncio y es peligrosísimo, porque 27 años después aún activa en el cerebelo la musiquita de entonces de ‘la superpana happy lois’. Pino, el chulo por excelencia, no hacía más que tomar el relevo en un terreno que es monopolio total italiano. Ahí está Tony Manero.
Pero ninguno existiría sin el gran Fred Buscaglione, personaje único y torrencial de los 50. ‘Fred del whisky fácil’ se inventó un ‘alter ego’ gangsteril con bigotillo, duro pero cómico, mujeriego y perdedor, que escenificaba canciones ‘swing’ arrebatadoras. Aún hoy suenan fantásticas. Tenía estilo, era brillante, fue el primer fenómeno discográfico italiano. Hizo cine, publicidad. Juerguista soñador, vivía en un hotel de Via Veneto. Dicen que se peinaba con alquitrán. Él era la ‘dolce vita’ y se habría comido el mundo, pero se murió cuando empezaba todo, un amanecer de 1960, en su Thunderbird rosa descapotable. Parece que tras un rechazo de Anita Ekberg. Era un poeta nocturno: “Y poderte reencontrar/ en el fondo de un vaso/ en el cielo de un bar”.
FIN
Con todos ustedes, y con permiso de la sección nostálgica de Evadidos, ecco Pino D’Angio, en riguroso y delicioso play back. Yo no sé cómo esta canción no ha vuelto a pegar fuerte, porque vuelve cualquier cosa. El tío es majete y la letra tiene mucha ironía.
Y el gran Fred Buscaglione:
12. Bogart en Ravello
Italia es uno de los mejores lugares del mundo donde encontrar una excusa para ir por trabajo. Para qué les voy a contar. Es lo que hizo en el verano de 1953 John Houston, que eligió uno de los pueblos más preciosos, Ravello. Ya lo había hecho Bocaccio, o Wagner para componer ‘Parsifal’. En la costa de Amalfi, Ravello acurruca sus casitas blancas entre el mar y los acantilados. Houston se fue para allá con su amigo Humphrey Bogart y Truman Capote, que escribía el guión por las noches, mientras jugaban al póker y se bebían el bar. No se rodaba hasta mediodía. Una noche se despeñaron con el coche y Bogart se partió la cara. La película se paró hasta que enviaron una dentadura.
Con este panorama, es normal que saliera la película que salió. ‘Beat the devil’ (La burla del diablo) es una delicia. Transpira libertad e improvisación, tiene giros raros, una coña permanente y diálogos sublimes. Es imperfecta, irreflexiva, soleada, frívola, aventurera. Peter Lorre y Jennifer Jones están teñidos de rubio. Se toman aperitivos en terrazas. Champán en el coche. Los personajes esperan un barco que no zarpa porque el capitán sigue borracho. “Necesito vivir con mucho dinero, el médico me lo ha recetado, si no me deprimo y se me pone la piel fatal”, dice Bogart. Se nota que todos querrían haberse quedado a vivir en Ravello.
FIN
En este fragmento de la película, además de comprobar que Bogart parece tener un bar de confianza en cualquier rincón del mundo, hacia el minuto cuatro vemos el famoso mirador del infinito de Villa Cimbrone, lugar maravilloso. En este chalecito pasaban las tardes el grupo de Bloombsbury, con Virginia Woolf, E. M. Forster y demás familia, y también fue refugio de amor de Greta Garbo y Leopold Stokowski.
(Publicados en julio de 2007 en El Correo)