9. Volare Oooooh
Qué canción tan pimpante, tan solar, tan expansiva, tan absurda, tan alegre. ¿Quién no ha cantado ‘Volare’ en un arrebato de levitación o en un aria de ducha? Si la ha grabado hasta David Bowie. Es una canción a reacción, con un chorro de energía. El despegue del verano, la ilusión estiva de que todo es posible y se evaporan los horizontes. Un poco de todo esto se debe en parte a la historia de cómo nació, justo hace ahora 50 años. La génesis de ‘Volare’, cantada por Domenico Modugno, es muy curiosa y empieza de forma muy italiana: con un plantón.
Franco Migliacci, compositor de fortuna pero que andaba en Roma sin un duro, quedó para ir a la playa con Modugno, porque él tenía coche. Se citaron a las diez en Piazza del Popolo. Era julio, el calor era insoportable y el pobre Migliacci se pasó horas esperando. Cabreadísimo, amargado y con 300 liras en el bolsillo, se compró una botella de Chianti y se fue a casa a emborracharse. Se despertó en la cama, amodorrado y medio catatónico. En este interesante estado se fijó en dos reproducciones de Chagall que tenía en la pared. Un gallo rojo volaba en el cielo. En el otro cuadro, un hombre tenía la cara pintada de azul. Se sentó y todo resacoso escribió una cosa delirante sobre pintarse de azul, volar, evadirse y mandar todo a la porra.
FIN
Modugno también hizo papelitos en el cine. Uno de los más recordados es este en ‘Che cosa sono le nuvole?’ (¿Qué son las nubes?), el capítulo de Pasolini en ‘Cappriccio all’italiana’ (1967), uno de esos filmes a episodios de la época. Ya hemos hablado en alguna ocasión de él, porque es una preciosa filigrana melancólica bastante olvidada.
Sinopsis: Modugno interpreta a un trapero encargado de arrojar a la basura al final del relato los muñecos rotos de Otelo (Ninetto Davoli) y Yago (Totó). Este capítulo está impregnado de un espíritu genuino, inocente y popular, lejano del aire intelectualoide atribuido a Pasolini. Al igual que Totó, aparecen otros actores despreciados por la crítica como cosa de la plebe, como Franco e Ciccio. Modugno encarna con su canción ese sentimiento doliente y auténtico del pueblo.
Los otros muñecos están tristes al ver a sus compañeros en el cubo de la basura. “No lo pienses más, uno a uno, nos tocará a todos”, dice Casio (Franco Franchi). El trapero empieza a recoger la basura cantando, sobre el rostro aterrorizado de Totó y Ninetto Davoli, que ven aproximarse el fin. Arrojados en el basurero, de repente ven el cielo por primera vez. “Eeeeh ¿Que son esas cosas?”, pregunta Otelo admirado, que es como un niño. “Son las nubes”, contesta Yago. “¿Y qué son estas nubes? ¡Qué bellas son! ¡Qué bellas son!…”.
Yago se queda ensimismado y murmura: “Ah, desgarradora y maravillosa belleza de la creación…”
Esta peliculita tan íntima conmueve aún más al pensar que se parece a la muerte del propio Pasolini, tirado al amanecer en un descampado de Ostia.
10. Molto allegro
Uno entra a las siete de la mañana en un bar de Roma a desayunar y nota algo raro. La gente sonríe, se saluda. Como contenta de estar allí. Es difícil de aferrar de puro obvio, pero más o menos se puede definir así: es la alegría de vivir. No es tan habitual como parece, y lo sabrá quien vaya a esas horas a un bar español. Se percibe un espeso nubarrón de cabreo vital sobre las cabezas. A Italia se le pueden sacar muchos defectos, pero tiene virtudes que las redimen. Ésta es sin duda la mejor.
Se ve muy bien en el nulo historial nacional de malditismo o rollo autodestructivo, más francés o neoyorquino. El italiano es más bien autoconstructivo, atareado en sobrevivir y que no le engañen, sea el vecino o la compañía telefónica. No hay nihilismo urbano, quizá porque las ciudades son a la medida humana. También el clima ayuda, claro. Si los de Radiohead, tan llorones, vivieran en Nápoles quizá harían musicales. Apenas hay suicidas ilustres, tal vez porque un italiano, que encuentra pretextos para todo, se las pintará solo para dar con una excusa que evite un paso tan exagerado, aunque tenga vocación. Lo irreversible no va con ellos. Y uno que se decide, como el bueno de Cesare Pavese, deja una nota conciliadora y casi burlona: “Perdono a todos y a todos pido perdón ¿vale? Y no cotilléeis demasiado”.
FIN
Si no saben qué leer este verano, prueben a ver con Pavese, el chico de la foto
‘La vita è bella’, de Roberto Benigni, 1997:
(Publicados en El Correo en julio de 2007)