Aquellos de ustedes que aún conserven la buena costumbre de leer el periódico, y otra mejor aún que es comprarlo, quizá hayan visto que hoy contamos que se cumplen 50 años del inicio del rodaje de ‘La dolce vita’.
Más o menos a esta hora, a las 11.35 de la mañana del 16 de marzo de 1959, el ayudante de dirección Gianfranco Mingozzi, en su primer currelo, le da a la claqueta en el estudio 14 de Cinecittà. El escenógrafo Piero Gherardi, uno de esos genios artesanos de Cinecittà (ganó el Oscar por el vestuario del filme y luego otro con ‘8 1/2’), ha reconstruido el interior de la cúpula de San Pietro para rodar la escena 206. Se rueda cinco veces. Se mandan al laboratorio la tercera y la quinta toma. A las 11.49 se pasa a la siguiente escena. Recordemos lo que rodaron esa maravillosa manaña:
Los escrupulosos detalles mencionados antes, puestos así para impresionar, no son producto de mi dudosa sabiduría, obviamente, sino que están copiados del libro sobre la película de Tullio Kezich, uno de los grandes expertos en Fellini. Creo que se encuentra en español. A la cúpula de San Pedro, la original, pueden subir cuando quieran, aunque suele haber cola en el ascensor. Es un espectáculo.
Les cuento una anécdota que me gusta recordar, porque da la idea de cómo eran las cosas entonces, y que se ha caído del texto publicado, porque no cabía. Esto de los blogs y el periódico puede acabar como los extras del DVD y la película. O viceversa. A ver cómo termina el reparto de papeles. El escándalo de ‘La dolce vita’ fue tal que un día hasta un señor se acercó a Fellini por la calle y le desafió a un duelo. Ennio Flaiano, co-guionista, que estaba presente, replicó con su humor habitual: «Eso, un duelo, y díganos ¿cómo se hacen estas cosas?». En algunas iglesias había carteles de luto que invitaban a rezar por el alma del público pecador Federico Fellini. Tengan en cuenta que Italia era un país en el que el artículo 589 del código penal castigaba el adulterio, pero sólo el de la mujer, basándose en el principio de que sólo la infidelidad de la mujer, y no la del hombre, turbaba la serenidad de la familia. Un año después del estreno de ‘La dolce vita’ la Corte Costituzionale reafirmó la legitimidad de este principio. El 5 de febrero de 1960 la película se estrenó en Milán y un señor, o una señora, no me acuerdo pero da lo mismo, le escupió a Fellini en la cara. Bueno, en aquella época era normal, también se lo hacían a Pasolini.
Muchas de estas cosas y otras divertidísimas tampoco las sé porque sí, se pueden encontrar en un libro delicioso, ‘Dolce vita gossip’, de Aurelio Magistà, que reproduce decenas de páginas de revistas y diarios de la época.
De todos modos, con esta película siempre viene a la memoria la misma cosa: “¡Marceeelloooo come here!”. Ya lo pusimos un día, pero 50 años son 50 años, y además hoy es lunes, aunque eso aumenta el riesgo subversivo de la frase que se dice Mastroianni mientras se quita los zapatos para entrar en el agua: “Que sí hombre, tiene razón ella, me estoy equivocando en todo, nos estamos equivocando en todo…”
La escena se rodó a la una de la madrugada, con la fontana atestada de gente aplaudiendo y aullando, aunque algunos planos son en estudio, pues Fellini prefería reconstruir su propia realidad paralela, sin gente ni molestias. El rodaje ya fue un acontecimiento y una de las cosas que se hacía en aquellos meses por la noche era ir a ver cómo hacían la película en los rincones de Roma. ‘La dolce vita’ es muy nocturna, es en blanco y negro por partida doble, porque es una película de noches y amaneceres. Mastroianni vaga desorientado, buscando una inspiración, en dónde está el error que no acierta a descifrar o la solución a su vida. ‘La dolce vita’ empieza y termina con personas que intentan hablar pero no consiguen entenderse.
Sin palabras. Ya han visto que no he tenido que traducir ninguna de las tres secuencias.