A los dos días de la cumbre del G-7 que ha dejado fuera a Vladimir Putin e incluso le ha amenazado con nuevas sanciones, el presidente ruso ha calculado perfectamente que una visita a Italia, donde siempre le tratan bien, le da una imagen muy alejada del apestado. Con el primer ministro, Matteo Renzi, comiendo una dorada y unos ravioli en la Expo de Milán, y haciendo algún chiste de fútbol, y por la tarde con el Papa, autoridad moral a nivel internacional. A los dos sitios llegó una hora tarde, quizá para demostrar que hay confianza, nada de asedio diplomático.
Putin preparó el terreno con una larga e interesante entrevista publicada el sábado en el ‘Corriere della Sera’ cuyo mensaje principal era: “No soy un agresor”. La segunda idea era que sabía que podía confiar en Italia, que con Moscú siempre ha ido por libre. De hecho no hay ningún italiano en la lista negra de 90 políticos europeos vetados por el Kremlin. Los dos países ha tenido una histórica relación especial e Italia es el mejor aliado europeo de Moscú junto a Grecia, Hungría y Eslovaquia. La FIAT ya abrió fábricas en Rusia en los sesenta, en plena Guerra Fría, y la era de Berlusconi creó una empatía total y personal, no siempre clara ni digerible en todos sus términos, entre el polémico magnate y el líder ruso. De hecho ayer, terminada la agenda oficial, Putin cerró la jornada con una entrevista privada con el exCavaliere. En principio se habló de una cena, pero al final se vieron en una sala del aeropuerto de Roma.
Los negocios siguen mandando y, lejos de la postura severa de Estados Unidos y el bloque occidental, Renzi y Putin vinieron a decir ayer que las sanciones a Rusia son un engorro, y a ver si se soluciona eso. Renzi no lo dijo así, por supuesto, pero ahí estaba asintiendo cuando Putin habló muy clarito: “Si no se retiran las sanciones contra Rusia las empresas italianas perderán contratos por mil millones de euros. Podríamos encontrar otros socios, pero sería una pena renunciar a la colaboración con Italia”. Los dos estaba muy cariacontecidos por la pena que les daba.
Italia es el segundo socio comercial europeo de Rusia, después de Alemania, y el cuarto del mundo. Más de 400 empresas italianas trabajan en ese país y las inversiones rusas en Italia son de 3.000 millones de euros. Un millón de turistas rusos pasan por Roma, Venecia y demás ciudades con encanto cada año. Son cifras que Putin fue citando una detrás de otra. “Con Renzi hemos hablado de que las sanciones no pueden ser un obstáculo real. O se eliminan o se modifican para apoyar a las empresas que quieren colaborar con nosotros. Y esto vale para los contratos firmados en campo militar y tecnológico”, apuntó el jefe del Kremlin. También citó, naturalmente, los intereses italianos en el campo del gas, que cubre el 40% de la demanda energética nacional.
Renzi no podía jalearle allí mismo en público y se mantuvo en el papel que le correspondía de rival adusto de la otra parte, pero no dejó de señalar que, entre los 28 países de la Unión Europea, no todos están de acuerdo sobre el bloqueo económico. Se mostró optimista sobre una futura normalización de relaciones y apostó, en sintonía con Putin, en superar la crisis de Ucrania con una completa aplicación del acuerdo ‘Minsk 2’, que prevé reformas legales en ese país que cuenten con los territorios separatistas.
El primer ministro italiano ya fue contracorriente el pasado 5 de marzo cuando viajó a Moscú, rompiendo el vacío europeo, y se reunió con Putin durante nada menos que tres horas. Ya entonces dijo que las sanciones eran “un problema”. Un mes más tarde, el 17 de abril, habría advertido a Obama en su visita a la Casa Blanca que pretendía tener “manos libres” y cierta autonomía en su relación con Rusia, según la prensa italiana. Y en eso está.
Por la tarde, Putin pasó 50 minutos con Francisco, bastante para las costumbres vaticanas. Era el segundo encuentro entre ambos. El anterior fue el 25 de noviembre de 2013 cuando el principal asunto sobre la mesa era Siria. En este dossier el Papa y el líder ruso sellaron un interés común en evitar una intervención militar y en proteger a la minorías cristianas de Oriente Medio. Putin descubrió un aliado interesante, muy autónomo en el tablero internacional, que ha seguido con atención y ya aprecia abiertamente. Su mediación en la cuestión de Cuba no ha hecho más que darle puntos. No le ve como una pieza más que se debe dar por descontada en el frente occidental, sino que va por libre, incluso mucho más que Italia.
Ahora el asunto sobre la mesa es Ucrania y lo cierto es que Bergoglio ha mantenido una postura equidistante, en aras de la paz y el diálogo, que ha agradado a Moscú. Esto le ha convertido en un interlocutor único y precioso en Occidente para el Kremlin, del que puede presumir en este momento de ostracismo diplomático. De ahí la visita de ayer, solicitada por Moscú en las últimas semanas e insertada en la agenda del Papa. Francisco está muy interesado en saber de primera mano, y sinceramente, qué se propone Putin en Ucrania. Solo así puede echarle una mano y buscar una mediación. El comunicado del Vaticano apuntó luego que el Papa pidió al líder ruso “un esfuerzo grande y sincero por la paz”.
Pese a la enorme presión de los católicos ucranianos para que se pusiera de su parte el pontífice nunca lo ha hecho. El arzobispo Sviatoslav Shevchuk, jefe de la Iglesia grecocatólica de Kiev ha tratado por todos los medios de que el Papa se alineara contra Putin y los separatistas prorrusos, de fe ortodoxa, pero no ha habido manera. ¿Por qué? En el Vaticano piensan en términos de una guerra fratricida entre cristianos, algo que deploran, porque al margen de los católicos incluso es una guerra entre ortodoxos, y tampoco quieren una nueva Guerra Fría. Su mayor interés, por otra parte, es salvaguardar las delicadas relaciones con la Iglesia ortodoxa rusa, la más importante de esta confesión, que han mejorado en los últimos tiempos. Y en este momento política y religión son dos caras de la misma moneda en Rusia.
El sueño de los papas del siglo XX ha sido una visita a Moscú y Francisco no es menos. El patriarca Kirill ha elogiado recientemente la postura del Papa sobre Ucrania y no es descabellado pensar que Putin pueda influir en el jefe de la Iglesia ortodoxa para que invite por fin a Francisco a Rusia. “Creo que el Papa tiene tal autoridad en el mundo que encontrará el modo de obtener comprensión con todas las personas de la Tierra, al margen de sus creencias religiosas”, dijo Putin en abril sobre Francisco. Él desde luego espera beneficiarse de ese talento en sus difíciles relaciones con Occidente.
(Publicado en El Correo)