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De los delitos y de las penas

Franco Alfieri, alcalde de Agropoli, cerca de Nápoles (sur), ha ideado un ardid para burlar su propia ley con el aplauso de todos. Miembro del Partido Demócrata (PD), centroizquierda, se quería presentar a las próximas elecciones regionales de mayo, pero una norma municipal le obligaba, en tal caso, a dejar su puesto de alcalde y que fuera nombrado un comisario, elegido por el Gobierno. Sin embargo Alfieri quería dejar colocado a su ‘número dos’ para seguir manejando los hilos. ¿Qué hacer? Dejó el coche mal aparcado y la Policía municipal, su propia Policía,  le puso una multa. Luego él se negó a pagarla y la impugnó. En este caso, como el litigio debía ser resuelto por él mismo, entró en juego otra ley pensada para evitar el conflicto de intereses: el alcalde quedó suspendido de su cargo y fue relevado por su número dos. Todo como el señor alcalde quería, y con escrupuloso respeto de la legalidad. Su partido, que es el partido de Matteo Renzi, el primer ministro, ha quedado encantado con la solución. Es más, tras esta demostración de buen hacer el nuevo candidato ha subido en los sondeos.

Es aún más reveladora la historia del número uno de esa lista regional, el candidato a la presidencia de Campania del mismo PD, Vincenzo De Luca. Histórico alcalde de Salerno, fue condenado el pasado mes de enero a una año de cárcel por abuso de poder y apeado del cargo en aplicación de la ley anticorrupción de 2011, la llamada Ley Severino. Es la misma que llevó a la expulsión de Silvio Berlusconi del Parlamento. ¿Qué ha hecho este genio? Primero ha recurrido al Constitucional , porque hay dudas sobre la aplicación de esta norma a cargos locales, y está esperando a ver qué pasa. Pero luego decidió presentarse a las primarias del PD para ser candidato a las elecciones regionales, aun sabiendo que si gana y llega a ser presidente de Campania al minuto siguiente a su nombramiento quedará automáticamente cesado. Él explica que un minuto después presentará un recurso, y otra vez a esperar a ver qué pasa.

Estos dilema éticos en Italia se suelen tratar no como una disyuntiva que obliga a una elección, sino como un obstáculo en sí que debe ser sorteado de alguna manera inteligente, porque sin duda se trata de errores que impiden la vida civil de las personas. El PD, por ejemplo, optó por callarse. Intentó convencer a De Luca de que mejor que no se presentara, fue retrasando la fecha de las primarias, pero no hubo manera. En el partido debieron de pensar como último recurso que la misión de limpieza podía dejarse al pueblo, opción bastante suicida en este país, a ver si les sacaban las castañas del fuego. Pues bien se celebraron las primarias y De Luca ganó, con el 52% de los 157.000 votos. Tampoco la gente veía un problema ético, y mucho menos legal. Por cierto, un periodista de’Il Mattino’, por ver si colaba, logró votar cinco veces con un carné de identidad caducado. Sí coló, sí.

En fin, De Luca ahora es el candidato oficial a las elecciones regionales. Primeras palabras tras el triunfo: “Voy a usar mi posición para una batalla de renovación y urbanidad del derecho, una revolución democrática. La ley me permite presentarme a las elecciones. El Parlamento debe resolver la cuestión de mi elección, no es un problema mío”. Imagino que conocen esa frase de Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. En Italia la razón generalmente si conoce, y es más, apoya y se entiende de maravilla con las razones del corazón. El problema es que la razón de los demás no, salvo la familia y los amigos, y son los demás los que tienen un problema, y de alguna manera deben hacerse cargo y comprender cada caso.

El PD, ante la espada y la pared, ha decidido por fin hacer algo. ¿Se lo imaginan no? Sí, ya se ha abierto el debate sobre la necesidad de cambiar la ley anticorrupción en algunos casos. De Luca lo ha explicado magníficamente: “A mí esta ley no me da ni frío ni calor. El debate sobre ella ha llegado a un nivel teológico, me parece estar siguiendo el concilio de Nicea”.

Hablando de teología, la divina providencia ha querido que precisamente sean estas las mismas preocupaciones que incumben en estos momentos a Silvio Berlusconi. Acaba de cumplir su ridícula pena de cuatro horas de trabajo social a la semana durante diez meses, tras su condena por un colosal fraude fiscal, y ya fantasea con volver al Parlamento. Su condena le dejó fuera hasta el 2019, pero también él piensa que habría que cambiar la ley anticorrupción. No es una cuestión de principios, sino de finales.

Vean, por cierto, cómo ha terminado la ley anticorrupción aclamada por los jueces que se presentó hace dos años en el Parlamento: está bloqueada desde entonces por los vetos de los partidos a normas que, se teme, podrían llegar incluso a combatir eficazmente la corrupción. El debate ha consistido, básicamente, en hacerlas más inocuas. Pero no ha terminado. El lunes, por fin, se presentó la ley a trámite en el Senado, pero ahora hay que esperar las enmiendas.

Como epílogo, este impagable momento del otro día en un Fiorentina-Milan. El árbitro se lesionó y se retiró para ser sustituido. Sin árbitro en el campo, los jugadores siguieron jugando. Y mucho mejor, dónde va a ir a parar:

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