Que gana Alexis Tsipras nadie parece dudarlo, la cuestión ya es cómo. Si se confirman los sondeos, en las elecciones de mañana en Grecia vencerá el partido de izquierda Syriza, pero el interés se centra en saber si logrará la mayoría absoluta, una meta difícil, y en ese caso, el escenario más probable, en cómo podría formar gobierno. Suponiendo que el conservador Nueva Democracia (ND) quede segundo, es aquí donde entra en juego el tercer partido, y luego el cuarto y el resto de la fila. Ahí deberá pescar Tsipras un socio que le permita armar un Ejecutivo con garantías.
Los sondeos de ayer, los últimos antes de que hoy quede prohibida su publicación, le daban una ventaja de entre cinco y diez puntos sobre ND, pero se quedaría al borde de la mayoría absoluta, que se logra en torno al 37%. Depende de cuánto se aglutine el voto en las grandes formaciones y de cuántos partidos entren en el Parlamento. Sería en todo caso un resultado enorme para un partido que en 2009 estaba en el 4,6% y en 2012 se disparó al 26,9%. Pero debe recordarse que en las europeas no mejoró y las encuestas siempre le han sobrevalorado. Suele vivir en un efecto de euforia previa general que al final no se corresponde con la realidad, porque el miedo no se confiesa en las encuestas, y menos el voto a Samaras.
Cuanto más fuerte sea Tsipras, mejor podrá negociar con los acreedores y socios europeos, la terrorífica tarea que le esperaría el lunes. La ‘troika’, formada por Comisión europea, Banco Central Europeo (BCE) y Fondo Monetario Internacional (FMI), espera a saber quién tendrá delante. Si realmente se cree lo que dice en la campaña, a Tsipras le iría mejor solo. Por eso ha machacado hasta el último momento, y ayer lo volvió a hacer, que necesita un “mandato claro para tener las manos libres”. “El plan B de la ‘troika’ es que Syriza no saque la mayoría absoluta para que sea vea obligada a gobernar con los propagandistas que defienden sus posturas”, advirtió. Aseguró que, si es primer ministro, quiere cerrar un acuerdo con la UE antes de julio. Reconoce los compromisos con las instituciones europeas, pero no con la ‘troika’ y, por tanto, no quiere saber nada de lo firmado por el Ejecutivo actual de Antonis Samaras, de ND.
Quizá sería mejor para Tsipras tener un socio al que acusar de ser el motivo de las concesiones que sin duda deberá hacer, porque en solitario no tendrá excusas para no cumplir sus promesas. Si debe buscarse un aliado quien tiene más opciones es el partido liberal y europeísta To Potami (El Río), del popular periodista televisivo Stavros Theodorakis, de 51 años (chico de la foto). Se forjó fama de íntegro y batallador con sus progamas de investigación, y le arropa un grupo de intelectuales y personalidades reformistas de centro. Salió de la nada en marzo y dos meses después obtuvo en las europeas un 6,6%. Fue la sorpresa. Para las elecciones generales lo han visto muy claro: han apostado descaradamente por ser el partido bisagra, el que necesitará Tsipras para gobernar. Sus carteles dicen directamente “Tercera fuerza” y la palabra que más repiten es “cambio”. También ellos son nuevos, ajenos a la clase política tradicional, pero ofrecen un perfil moderado que muchos votantes preocupados pueden preferir para ablandar el programa de Syriza. En el partido de Tsipras, obviamente, les odian en voz baja, pero se van haciendo a la idea de que quizá al final deberán entenderse.
Con el otro posible tercer clasificado, el partido neonazi Alba Dorada, se añade un matiz importante: si al final logran esa plaza, como de hecho ocurrió en los recientes comicios europeos, eso les daría derecho a entrar en los rituales de formación de Gobierno. Es decir, si ni el primer partido en las urnas, y tampoco el segundo, consiguen una mayoría el presidente de la república, Karolos Papoulias, no tendría más remedio, por ley, que encargar el intento al líder neonazi Nikos Michaloliakos. Que está en prisión desde septiembre de 2013, como el resto de la cúpula del partido, acusados de formar una organización criminal tras el asesinato de un rapero de izquierda. (En la foto es el chico de la camisa que parece que sólo pasa por allí)
Al pobre Papoulias, de 85 años, partisano en su juventud durante la ocupación alemana, tener que recibir con todos los honores a una tropa de neonazis le puede costar un ictus. En las elecciones europeas alcanzaron un 9,4%, 536.000 votos, cien mil más que en las generales de junio de 2012. Los comicios europeos suelen ser poco extrapolables, pero la gran pregunta es si romperán su techo. Los sondeos, en su caso, siempre les dan menos votos de los que luego obtienen.
Siete de los dirigentes de Alba Dorada están en prisión, y tres en arresto domiciliario, con la acusación de formar una organización criminal. Al margen de que no hay fecha para el juicio y cuando pasen 18 meses, en primavera, quedarán en libertad, está por ver si la cárcel ha podido alimentar el victimismo entre su electorado. Por otro lado, lo cierto es que la detención les cortó de raíz el protagonismo, porque hasta entonces ocupaban la escena cada día. Montaban números en el Parlamento y había palizas a inmigrantes. Esa presencia mediática les hacía mucha publicidad. La gente sabía que podía recurrir a ellos como servicio de orden, o para resolver problemas. Y funcionaban. Quien tenía inquilino extranjeros en un piso que no se querían ir les llamaba y estos matones se lo desalojaban en cinco minutos.
Obviamente Syriza ni se plantea una alianza con Alba Dorada, pero si son terceros Tsipras deberá bajar a buscar apoyos hasta los últimos partidos de la tabla y se irán reduciendo sus opciones de sumar escaños. En 2012 ya salió un cuadro complejo que obligó a repetir las elecciones al mes siguiente. No hay que descartar nada.
Contra el hambre en Atenas
El despacho de Cleansis Chironis está en un rincón del mercado central de Atenas, entre ganchos de carnicería y detrás de una hilera de pollos colgando. Allí estaba ayer pagando facturas con la calculadora, rodeado de papeles y tazas de café, y echando pestes. Su mesa es un termómetro preciso de la marcha de la economía de la ciudad, porque es el presidente de los carniceros de la capital y el principal vendedor del mercado, con ocho locales y 32 empleados. “¿Qué cómo va? Mira, lo tengo comprobado, el dinero de la pensión, de muchos sueldos, dura una semana. La primera semana del mes. Ahí vendemos algo. Luego empieza el largo camino hasta final de mes”, explica.
El hambre serpenta por las calles de Atenas y roe la vida diaria de muchos griegos, con un 32% que se halla bajo el umbral de pobreza. “No estamos en Somalia, pero hay mucha gente, que antes era clase media, que de repente ya no sabe lo que va a comer hoy, lo que va a poner en el plato a sus hijos mañana, vive en una constante inseguridad alimentaria”, explica Alexander Theodoridis, de la ONG Boroume. Es una exitosa iniciativa que desde 2011 coordina el reparto de la comida que sobra en supermercados, hoteles y restaurantes. ‘Boroume’ significa ‘Podemos’. Este es el ‘Podemos’ griego, donde poder comer ya es el reto de base. Ellos distribuyen hasta 3.000 comidas al día. Como dice Theodoridis, “es absurdo pasar hambre cuando vives rodeado de comida, porque en las calles de Atenas la ves por todas partes, en tiendas, escaparates, mercados”.
Es muy cierto. Pero entrar en el mercado central de Atenas es recorrer en solitario pasillos vacíos, flanqueados por comerciantes de bata blanca que te animan a comprarles algo. Los puestos son exuberantes, pero el carnicero Chironis vive, y sus clientes viven, gracias al pollo, la carne más barata. Luego un poco de cerdo, después vacuno y poquísimo cordero, que los griegos ya no se pueden permitir. El pescado fresco también está caro. Sólo la fruta y la verdura son más baratas que en España. Ni las navidades fueron buenas. “Un desastre. Empecé con el pavo a seis euros el kilo y acabé vendiéndolo a un euro”, resume.
Este mercado también sirve para medir el sentir ciudadano hacia los políticos, porque siempre pasan por allí en la campaña a hacerse las fotos de rigor saludando al personal. En 2012, cuenta Chironis, la gente les tiraba de todo y les insultaba. Este mes no les hacían ni caso. “Ya no hay ira. Hay una calma fría. La gente tiene claro que el domingo quiere cambiar, aunque en realidad lo que espera es un milagro”, apunta. Él calcula que sus beneficios han caído un 70% en los últimos cuatro años. A sus 65 años, no recuerda un momento peor y no ve la hora de jubilarse. Le sucederá su hija, que se licenció en económicas. La otra vive en Londres. El paro en Grecia es del 27%, entre jóvenes es del 56%, y muchos se van del país.
El mercado, no obstante, sigue siendo el lugar colorido y bullicioso que uno espera. Transmite alegría, los tenderos exhiben ese optimismo contagioso, y a menos de que sean grandes actores uno se pregunta cómo es posible. Hay una explicación sutil enlazada a la crisis: de los 1.500 empleados del mercado, sólo diez son griegos. Estos chicos que dan voces son albaneses, paquistaníes, egipcios. Cobran unos veinte euros al día, un sueldo que muchos griegos no quieren, y tan sólo los técnicos de corte ganan 400 a la semana. Pero es que para ellos, viniendo de donde vienen, está bien. Depende del punto de partida. Los griegos, en retroceso o que emigran, se cruzan con inmigrantes que llegan y mejoran su vida. Chironis dice que los extranjeros están integrados y trabajan bien. Pero evidentemente en este orden de cosas y con el amargo descontento de fondo es donde irrumpe con éxito el partido neonazi Alba Dorada.
Alexander Theodoridis, de Boroume, es un ejemplo de los griegos preparados que se quedan y quieren cambiar las cosas, sobre todo porque han perdido la esperanza de que sus políticos sean capaces de hacerlo. Formado con estudios universitarios en Munich y Londres, cooperante en Afganistán, probó como técnico en la política y salió espantado. En 2011 estaba en una cena en casa de un amigo donde sobraba un montón de comida y no pudo evitar pensar en las imágenes de la tele con filas ante los comedores sociales. Entonces eso empezaba, pero ahora es muy normal encontrarse en las plazas de Atenas grupos de voluntarios, que se organizan por su cuenta, cocinando con una gran cazuela y un hornillo de gas. Dan de comer a la gente del barrio que lo necesita.
Alexander pensó en tender un puente entre esos dos extremos. Montó Boroume con dos amigas, Xenia Papastavrou y Alexia Moatsou. Hoy son cinco empleados y 30 voluntarios. “Empezamos con doce tartas de queso de una panadería, que nos dijo que las iba a tirar esa noche”, recuerda. Les dijo que cada día arrojaba a la basura 30 kilos de alimentos. Cuatro años después, cuatro años de plan de austeridad, trabajan con 800 comedores o puntos de asistencia de toda Grecia a los que hacen llegar alimentos de 120 empresas. Se sostienen con donaciones privadas, sin financiación pública. Su sede de Monastiraki, en el centro de Atenas, es un quinto piso, una pequeña oficina soleada donde sólo hay ordenadores. No hay furgonetas ni cajas de comida, como uno podría esperar. Ellos sólo organizan toda esa red. “Enlazamos quien quiere ayudar con quien lo necesita”, explica Alexander, sentado en su ordenador. Es otra mesa luminosa desde la que se comprende la lucha de los griegos por salir adelante.
(Publicado en El Correo)