Giorgio Napolitano se va. Tras meses de rumores, el presidente de la República italiana confirmó el jueves sin rodeos que su marcha es “inminente”. Aguantará hasta el final del semestre italiano de presidencia europea, que termina el 13 de enero con un discurso de despedida del primer ministro, Matteo Renzi. Se calcula que el día 15 comunicará su renuncia y pondrá así en marcha en febrero la farragosa maquinaria para elegir a su sucesor, que ya se atascó en abril de 2013 con una grave crisis que le llevó a repetir en el cargo, un hecho sin precedentes.
Se teme ahora un nuevo circo de la política italiana de efectos imprevisibles. Es un trance delicado para los intereses generales en el que, obviamente, todos piensan exclusivamente en los suyos particulares. No hay candidatos claros y la elección marcará el curso político italiano, siempre con las elecciones anticipadas en el horizonte. Renzi ha conseguido salirse con la suya y calzar antes en el calendario, en la segunda mitad de enero, la aprobación definitiva del nuevo sistema electoral. Es la reforma clave para garantizar unas futuras elecciones tranquilas, pues el actual es un desastre que abocaba otra vez a la ingobernabilidad. Por eso todos retrasaban, como siempre, el momento de cambiarlo, pues era útil como amenaza para no ir a las urnas. Si Renzi finalmente lo logra, y habrá que verlo, tendrá las manos libres tanto para imponer su candidato a la sucesión de Napolitano como para adelantar los comicios cuando le venga bien.
Renzi quiere para la presidencia alguien que no le haga sombra y sea de fiar. Como por ejemplo su ministro de Economía, Pier Carlo Padoan, gris y respetado a nivel internacional. Sin embargo la decisión requiere un gran consenso. Silvio Berlusconi, pese a estar inhabilitado tras su condena por fraude fiscal, sigue pintando mucho y desearía alguien no hostil hacia él. Ya puestos, que le arregle lo suyo: alguna ley que se inventen para que pueda volver a la política en primera línea. Para complicar el cuadro, en estos casos suelen tener gran protagonismo los ‘francotiradores’, parlamentarios que, amparados en el voto secreto, van por libre y desobedecen a sus líderes. Es un ejército silencioso que hunde las estrategias oficiales y, precisamente, ahora mismo Renzi y Berlusconi afrontan fuertes disidencias internas en sus partidos. En 2013 fue famosa la banda de los 101 del Partido Demócrata (PD) que abortó su propia candidatura de Romano Prodi. Puede pasar de todo.
Para Napolitano saltar en marcha de este nuevo capítulo del caos será una de las alegrías de su vida. Tiene 89 años y está muy fatigado. Ha sido el primer presidente que ha repetido mandato, y eso que duran siete años, pero es que cuando le tocaba irse la situación era tan demencial que aceptó seguir. En febrero de 2013 unas elecciones sin ganador claro aterrorizaron a los partidos tradicionales porque, por sorpresa o no tanta, consagraron al movimiento de protesta de Beppe Grillo como primera fuerza política. Es un interesante espejo para España. Derecha e izquierda se unieron a regañadientes en la emergencia, pero no fueron capaces ni de pactar un nuevo jefe de Estado, que justo debía elegirse en ese momento. Aquello fue un circo y Napolitano accedió a continuar con una severa bronca a la clase política: si no cambiaban en serio y acometían las grandes reformas que necesitaba el país no dudaría en largarse. No es que le hayan hecho mucho caso, pero Matteo Renzi al menos es nuevo, lo está intentando y parece haber encarrilado las reformas. Con eso a Napolitano ya le vale y por fin podrá irse. Aún se oye el eco de sus advertencias cuando aceptó repetir: era “imperdonable”no haber cambiado el sistema electoral, y también los “tacticismos” de los partidos que condenaban al país a la inanidad. Podría decirlo de nuevo hoy mismo. Pero ya, para qué.
(Publicado en El Correo)