Las afueras de Roma, feas, caóticas y olvidadas, arrojan síntomas, como Milán, Padua y otras capitales italianas, de que allí se está moviendo algo preocupante, pero interesante desde el punto de vista político. Grupos de vecinos de Tor Sapienza, un barrio conflictivo y abandonado a su suerte por la gestión municipal, se han puesto en pie de guerra desde el lunes contra un centro de acogida de inmigrantes abierto en 2009. Viejos problemas acumulados han estallado en un odio a los extranjeros que estos días se ha traducido incluso en un ataque al edificio, protegido por la Policía. Al final el prefecto -delegado de Gobierno-, optó por sacar de allí a los 46 menores del centro, de un total de 81 internos, la noche del jueves. Por “razones de seguridad”. Quedan dentro, asediados, 35 adultos.
Eran egipcios, sirios y libios y los trasladaron a otro centro de Roma pero ayer 14 de ellos volvieron caminando 30 kilómetros con sus maletas. Decían que esa era su casa, querían seguir con sus clases y sus actividades, pero la dirección no podía acogerles. Además varios vecinos volvieron a plantarse en la calle gritándoles que se largaran. Estos chicos son como otros afganos, sirios, etíopes y de otros países en guerra o con graves conflictos, huidos en las naves que llegan a Lampedusa. Solo este año han sido 100.000 personas. Mientras se estudian sus peticiones de asilo se les aloja en estos centros de los que pueden entrar y salir, aunque en realidad los adultos no tienen nada que hacer en todo el día y vagan por las calles. Lo que ocurre es que suelen aterrizar en barrios que no son precisamente modélicos. Es decir, los excluidos de Europa se acaban juntando con los marginados de Italia. “El resultado es una guerra de pobres”, ha sintetizado Emiliano Ruggera, asistente del centro. Uno de los comentarios más oídos entre la gente es cuánto les fastidia que los inmigrantes se paseen “con iPhone y iPad” cuando ellos no llegan a fin de mes, o que les paguen una ayuda mientras ellos siguen en paro. Están igual de rabiosos con el Estado, al que acusan de haberles olvidado.
Para situarse en Tor Sapienza hay que pensar en esas barriadas populares y desesperanzados de las películas de Pasolini, que tampoco han cambiado tanto. Ayer hubo un tiroteo en un bar. Las calles por las noches dan miedo, mal iluminadas y con escenas rutinarias de narcotráfico y prostitución. Muchos vecinos, ya hartos de dos asentamientos gitanos, ahora echan la culpa de sus males a los extranjeros, les acusan de robos y agresiones. Distinguir rumores de datos reales es difícil y, de hecho, la tensión ha estallado esta semana por un presunto intento de violación nada claro. La víctima, una joven de 28 años con dos hijos, primero dijo que fueron “unos negros” y luego “tres rumanos”. Da igual, bastaba una chispa.
Las protestas han mezclado jubilados cabreados con mozalbetes de pinta neofascista. Todos dicen que no son racistas. Este magma de malestar es un filón político para un proyecto en ciernes que quiere emular el éxito de Marine Le Pen en Francia: una alianza en clave antieuropea de la Liga Norte y la extrema derecha. Tienen campo libre por el desinterés de la UE por la inmigración, por la precariedad de las soluciones de emergencia del Gobierno italiano, que aquí ha cedido rápidamente a las presiones vecinales, y a nivel municipal por la total ausencia e inutilidad del alcalde de Roma, Ignazio Marino. Por fin fue ayer por la tarde y le recibieron con pitos.
La Liga Norte se ha reciclado tras la debacle del clan de Umberto Bossi y tiene un nuevo líder, Matteo Salvini, un joven lenguaraz y taxativo que, por sorpresa, va bien en los sondeos de popularidad. Ha visto el camino a seguir en Francia y ha empezado a patearse barrios chungos de varias ciudades. Allá donde hay lío con extranjeros aterriza a confraternizar con los vecinos. En Bolonia se empeñó en visitar un campamento gitano y un grupo de exaltados de izquierda acabó destrozándole el coche. Ahora planea presentarse en Tor Sapienza, pero ayer ya fue por allí Mario Borghezio, su colega más impresentable. Escoltado por cachorros del grupo fascista romano Casa Pound, repartió tarjetas de visita y se despidió con el brazo en alto, ensalzando al “noble y honesto pueblo de Roma” e insultando a “estos políticos de mierda que no hacen nada”. Es curioso oírlo de alguien cuyo lema era “Roma ladrona”. Como es gracioso que la extrema derecha se una a quien quería independizarse de Italia. Pero es que en el fondo son muy parecidos.
‘Accattone’ (1961), de Pier Paolo Pasolini.