En una decisión histórica de transparencia, que seguramente ahora tendrá sus críticos, el Papa hizo público ayer no sólo el documento final del sínodo extraordinario sobre la familia, sino los resultados de todas las votaciones sobre cada punto, para mostrar una radiografía nítida de las opiniones internas de la Iglesia. Es la primera vez. Sin temor a una imagen de desunión, Francisco ha preferido la de una Iglesia viva. Lo que se percibe es la clara división entre conservadores y progresistas, un pulso intenso que ya era evidente estas dos semanas, y se ha hecho evidente en dos asuntos: los homosexuales y los divorciados. Los tres epígrafes que abordaban estos temas no obtuvieron la mayoría de dos tercios exigida para ser considerados “expresión del sínodo”. Hay una lectura más sutil, gracias precisamente a la publicación de los números: con todo, los renovadores serían mayoría, y absoluta. Es un detalle importante porque la discusión ahora seguirá un año más, hasta otro sínodo definitivo en octubre de 2015.
La posibilidad de permitir la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, ahora prohibido, era el caballo de batalla de los dos bandos en vísperas del sínodo. Un salto de calidad en la acogida a los homosexuales se convirtió, por sorpresa, en el segundo al aparecer asombrosas aperturas en el borrador provisional difundido el lunes. Dentro de un reconocimiento general a los “valores positivos” que a menudo se encuentran en las uniones ajenas al matrimonio religioso, en el caso de los gays se apreciaban sus “dones y cualidades” y se planteaba incluso “aceptar y valorar” su orientación sexual.
La reacción del sector tradicionalista fue enérgica, con 470 enmiendas -el dato se supo ayer- que han transformado notablemente el documento de partida. En concreto, toda apertura a los gays ha sido desmantelada y ha quedado reducida a parafrasear el catecismo, pidiendo respeto para ellos y evitar discriminaciones. La votación del documento final fue epígrafe por epígrafe, y eran 62. El apartado sobre los homosexuales, pese a quedar reducido a su mínima expresión, no obtuvo la mayoría suficiente: 188 prelados contra 62. El resultado del párrafo clave sobre los divorciados casados por segunda vez, que pedía estudiar fórmulas de apertura, fue de 104 a favor contra 74. Fue la mayoría más baja de todo el texto, un 56%. Lo mismo ocurrió con el siguiente, sobre el mismo tema, aprobado con 112 votos frente a 64. La batalla de momento se queda ahí, pero se han medido las fuerzas, algo muy difícil en la Iglesia, que prefiere aparentar homogeneidad.
“Personalmente ma habría preocupado y entristecido mucho si no se hubieran dado estas animadas discusiones”, dijo Francisco para cerrar el sínodo. Era exactamente lo que él quería para revitalizar la Iglesia, además de que se le sitúa en el sector favorable a los cambios. De hecho pidió “no mirar la humanidad desde un castillo de cristal para juzgar o clasificar a las personas”. No obstante, repartió palos a todos al citar algunas tentaciones que a su juicio planean sobre el debate y deben evitarse: “la rigidez hostil, encerrarse dentro de lo escrito y no dejarse sorprender por Dios (…), el buenismo destructivo, en nombre de una misericordia engañosa, de los progresistas (…), descuidar la realidad utilizando una lengua minuciosa para decir muchas cosas y no decir nada”. Lo cierto es que la impronta de Bergoglio ya ha calado en el otro documento publicado ayer, un mensaje final del sínodo, cuya idea central era: “Cristo ha querido que su Iglesia fuese una casa con la puerta siempre abierta en la acogida, sin excluir a nadie”. El problema es cómo se traduce eso en la práctica. De momento las respuestas a tantas preguntas -el famoso cuestionario de 38 puntos que fue enviado a cada país para preparara el sínodo- quedan en suspenso. Estas dos semanas, en el fondo la más ambiciosa operación de cambio de Bergoglio, han servido para abrir la caja de los problemas, pero nadie esperaba resolverlos. Ahora queda por delante un año para una larga guerra de posiciones.
(Publicado en El Correo)