Francisco fue el sábado más lejos de lo que ningún Papa ni la Iglesia católica ha ido nunca en su tibia y polémica historia de permisividad con la Mafia: “Los mafiosos no están en comunión con Dios, están excomulgados”. La excomunión en sí, el castigo más grave para un creyente y que lo aparta de los sacramentos, ya es una noticia. Es una decisión rarísima en el último siglo, más aún pronunciada directamente por un Papa, sin decreto, y dirigida a un colectivo. Habría que remontarse a 1949 y la excomunión de los inscritos al partido comunista.
Bergoglio excomulgó con todas las letras a los mafiosos por el hecho de serlo, un paso que siempre se ha debatido en el seno de la Iglesia siciliana como una osada audacia de complejos matices teológicos, y siempre sin pronunciar la palabra ‘mafia’, y como una referencia perdida en documentos milimetrados, y nunca desde un púlpito. Un paso que jamás se había llegado a dar. Pero el Papa lo ha dado sin titubeos, dirigido a todas las mafias italianas, y lo ha hecho en una visita a Calabria, la región que más tristemente representa en este momento la gravedad del cáncer mafioso.
La mafia de Calabria, la ‘ndrangheta, es actualmente la más potente y peligrosa. Capaz incluso de matar el pasado mes de enero a un niño de tres años, Cocò Campolongo, en un brutal ajuste de cuentas a su familia. Fue lo que empujó al Papa a anunciar una visita al lugar del crimen, Cassano allo Ionio, un pueblo de la diócesis más pequeña de la región. Viajó allí el sábado y ya sólo ir allí era histórico, nunca un pontífice había prestado tal atención a la violencia mafiosa. Bergoglio vio inmediatamente en este rincón olvidado una de esas periferias donde cree que la Iglesia debe estar en la trinchera. El Papa llegó a primera hora de la mañana y tuvo actos de encuentro con los más marginados: presos, enfermos, pobres. También saludó a las abuelas del niño asesinado. “Nunca más atrocidades sobre los niños”, les susurró.
En los dos discursos de la mañana Francisco no mencionó la mafia, pero al llegar la misa de la tarde en Sibari, ante una impresionante muchedumbre de 250.000 personas (foto de abajo), fue al grano. Improvisó, no estaba escrito en el discurso. Mencionó también con todas las letras a la ‘ndrangheta, y es el primer pontífice que lo hace: “La ‘ndrangheta es adoración del mal y desprecio del bien común. Este mal hay que combatirlo y alejarlo. La Iglesia debe emplearse cada vez más para que el bien prevalezca”.
Todo ello supone la ruptura de un gigantesco tabú de silencio que la Iglesia también ha respetado vergonzosamente. Pero con Francisco esto se acabó, y ya lo demostró en marzo con otro histórico encuentro con víctimas de la mafia. Habrá que ver ahora cuál es la reacción de la mafia, que se basa en el miedo, el silencio y el consenso social. También en una increíble y perversa simbiosis cultural con lo sagrado y los símbolos religiosos, que incluye curas a su servicio y protagonismo de los capos en las procesiones de los pueblos. Que un Papa se les plante de frente supone un desafío mayúsculo a su estatus, de consecuencias imprevisibles. El primero que lo hizo fue Juan Pablo II en mayo de 1993, en una visita a Sicilia. La respuesta de la Mafia siciliana, entonces en su fase más sanguinaria bajo el mando de los Corleoneses de Totò Riina, fue tremenda: en verano puso dos bombas en iglesias de Roma y en septiembre asesinó a un cura de Palermo, Pino Puglisi, comprometido en la lucha contra los clanes. El sábado Francisco se detuvo unos momentos ante el lugar donde fue asesinado el pasado mes de marzo otro cura, Lazzaro Longobardi, aunque se trató de un robo.
(Publicado en El Correo)