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El rescate cubano de Los Llopis

La primera vez que sonó Elvis Presley en España fue cantado por unos cubanos, Los Llopis. ‘All shook up’ era ‘Estremécete’. Este grupo, hoy olvidado, fue el primero en interpretar ‘rock and roll’ con versiones en castellano de los éxitos de esa nueva música que aún no había atravesado el Atlántico. Ellos llegaron antes, porque salieron de Cuba en 1959 tras la revolución. Entonces eran unas estrellas en Latinoamérica, pues en los cincuenta, cuando La Habana era una meca del espectáculo, fueron uno de los primeros grupos en aparecer en televisión e hicieron giras por varios países.

En 1960 triunfaron en Madrid, en salas de moda como el Florida y el Pasapoga. Fue entonces cuando se cruzaron en la vida de un chaval de Barcelona llamado Carlos Pazos, que ya entonces debía de ser un personaje, y se compró su primer disco de Los Llopis con doce años. Pazos atronaba al vecindario con ‘Estremécete’, el inicio de su pasión por el rock, que le ha acompañado hasta hoy. Hoy es un artista de reconocimiento internacional, Premio Nacional de Artes Plásticas en 2004, y en su alma rockera algo se debió estremecer cuando en 2009 le invitaron a La Habana a una exposición. No había olvidado a Los Llopis, pero tenía curiosidad por saber si Cuba tampoco. En un ajuste de cuentas con su pasado, y también con la historia de la isla, decidió resucitar a Los Llopis, al menos por unos días. Buscó músicos cubanos, les descubrió la banda y tocaron sus canciones. ‘Yo inventé unos Llopis’ es el documental, más bien una película artística, que narra esa aventura. Porque Carlos Pazos al final logró reinventarse el mito de su infancia, Los Nuevos Llopis, y devolverlo a Cuba.

Estos son los originales:

 

Y estos son los nuevos:

 

Pazos ha pasado este año por la Academia de España en Roma, donde hizo una proyección de la película, editada en DVD. Es curiosísima, audaz y divertida. El rodaje fue una locura, por las trabas burocráticas de Cuba. Con ingenio, suerte y buenos amigos al final Pazos logró contactar con músicos aficionados y estudiantes. De allí salieron Los Nuevos Llopis. Chavales que no habían oído hablar del grupo en su vida. “No sólo eso, es que no conocían el rock and roll, el clásico. El rock sí, pero grupos modernos, como U2 y cosas así, para ellos fue una sorpresa y un descubrimiento”, cuenta Pazos.

Es normal, Los Llopis nunca volvieron a actuar en Cuba y dejaron de sonar en la radio. Desaparecieron para siempre. Pazos no consiguió consultar los archivos del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), y los de la Televisión están cerrados indefinidamente, como la Biblioteca Nacional. Pero preguntando en la calle la gente más mayor se acordaba, y en los mercadillos aparecieron fotos, revistas y viejos discos. Al final Pazos dio con familiares de los miembros de Los Llopis, casi todos muertos, que le contaron sus recuerdos. Los dos hermanos Llopis que fundaron el grupo eran de familia bien, que les mandó a estudiar a Harvard, donde aprendieron a tocar la guitarra eléctrica. Cuando volvieron a Cuba no querían ni oír hablar de ser ingenieros, su sueño era tener un grupo. Triunfaron muy rápido, saltaron a los clubes de la noche, como el Montmartre y el Tropicana, y actuaron mucho en televisión con números gamberros. No quedan filmaciones, sólo fotos. Pero se lo pueden imaginar con esta delirante foto de un programa, en plan Ed Wood, que Carlos Pazos encontró por ahí:

Pazos al menos encontró filmaciones de la época en el Instituto Cubano de Cinematografía (ICC) y le permitieron grabarlas mientras las proyectaban, una acto de reencarnación visual, pues muchas cintas, muy deterioradas, se quemaban mientras las veían. Joyitas como anuncios de la tele de la época, uno de Winston en el que cantaba el grupo femenino Anacaona, en el que se ve a una chica llamada Omara Portuondo, futura estrella del Buena Vista, y otro que felicita las pascuas y aconseja: “Sea feliz revolucionariamente”. Pero ni rastro de Los Llopis, porque el rock fue prohibido en la isla en los sesenta. En 1963 Fidel habló despectivamente de los “elvispreslianos”, esos vagos que no hacían nada.

Pazos era un ‘elvispresliano’, pero en otro régimen, el de Franco, aunque acabó por abandonar su sueño de ser una estrella del rock por el arte. . Siempre le quedó el gusanillo y, por ejemplo, regentó el salón Cibeles y varios bares entre los setenta y los noventa. Para la película ha encontrado otros amantes de Los Llopis que le echaron una mano. El más rebuscado, de casualidad, Manuel Malou, uno de los componentes de Los Golfos, los de ‘¿Qué pasa contigo tío?’, que le hizo un ‘Estremécete’ rumbero para la película. Encaja con Los Llopis, que en realidad no hacían sólo rock, eran más de fiestas y ritmos tropicales. Introdujeron en España un concepto ibérico esencial: la pachanga.

Lo de Pazos era como la obsesión del protagonista de ‘Vértigo’, de Hitchcock, que revive a su amada a través de una mujer que se le parece y la viste igual. Se fue a La Habana con varios metros de tela para hacer allí unos trajes idénticos a los de la época. También logró que le abrieran un cabaret de entonces, el Copa Room del hotel Riviera y montar allí un concierto. Fue a puerta cerrada, con la sala vacía, pero pudo oír a Los Llopis en directo en un local de La Habana de los cincuenta. Así tocó el secreto del rock and roll, detener el tiempo.

Aquí se pueden hacer una idea de la película:

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