Esto de las vacaciones se acaba. De hecho ya he vuelto a la colocación, y me da pena, porque además de no dar ni golpe me quedaban muchas paridas en la recámara. Antes de terminar y volver a nuestra entrañable actualidad italiana añado este capítulo que quería sacar un día, por debilidad hacia su protagonista. Se trata de Alfred Hitchcock, una de mis primeras pasiones cinéfilas gracias, una vez más, a la televisión pública. La de entonces, claro, no la de ahora, y hablo de los ochenta, no de la posguerra. A estas alturas ya habrán notado que este tema es una neura personal. Ponían muchas pelis de Hitchcock en la tele, ciclos enteros incluso de la etapa inglesa, y hasta el más tonto de la clase intervenía en las conversaciones para decir si prefería ‘La ventana indiscreta’ o ‘Con la muerte en los talones’. El actual desprestigio de la cultura en España, imagino, es algo que se pagará caro. Si no miren a Italia, con una televisión la mitad de mala que la española, y a quién tienen de primer ministro. ¿A qué viene este rollo y que tiene que ver con el tema del serial? No se preocupen que tengo excusa: la primera película de Hitchcock se rodó en Italia.
Esta es la escena inicial de ‘The pleasure garden’ (1925) y ya ven que desde el principio aparecen sus obsesiones: la escalera en forma de espiral, la fijación con las rubias, los mirones, los prismáticos… Su director de fotografía fue un aristócrata italiano venido a menos, el barón Giovanni Ventimiglia, todo un personaje, y la historia del rodaje en Génova, Sanremo y el lago de Como (alguno de nuestros lectores ha dicho que acaba de estar por ahí) es muy divertida. Pocas veces Hitchcock sufrió tanto: le confiscaron la película en la aduana, le robaron el dinero en el hotel (un clásico ya entonces) y una de las actrices que tenía una escena de un baño se negó porque tenía la regla. Por cierto, fue así como Hitchcock se enteró de la existencia de la menstruación, con 26 añitos. El cine nunca agradecerá lo suficiente a la represión católica y victoriana haber hecho puré el cerebro del buen Alfredo, aunque él quizá hubiera preferido firmar menos obras maestras y fornicar más. En ‘The pleasure garden’ ya tiñó de rubia a la protagonista y ya no paró hasta que logró, como unos de sus máximos anhelos, filmar la violación de Tippi Hedren en ‘Marnie la ladrona’ (Marnie, 1964).
La escena, pese a ser poco explícita para lo que quería Hitchcock, fue fuertecilla para la época… y un sonoro batacazo comercial. Hitchcock se iba quitando caretas y a la gente le parecía cada vez más rarito. Como Buñuel, uno de los pocos de quien confesó su admiración, era un hombre de otro siglo. Ambos nacieron en 1899. En estos años mágicos, que casi siempre aparecen en el centro de esta serie, Hitchcock llevaba una racha prodigiosa: Vértigo (1958), Con la muerte en los talones (1959), Psicosis (1960) y Los pájaros (1963). Ahí es nada. Pero con Marnie en Hollywood le frenaron en seco, él tocó fondo a nivel anímico cuando Tippi Hedren le paró los pies al lanzarse a la yugular y su carrera comenzó el declive. Por entonces, Francois Truffaut publicó su famoso libro de entrevistas con él (vean la foto), que por primera vez le dio un aura de autor, pues hasta entonces en EE UU le veían simplemente como un director habilidoso, resultón y comercial. Otra cosa que le debemos a nuestro amado Truffaut. Aunque hay quien sostiene que precisamente ese reconocimiento y prestigio artístico, como genio del cine, que por fin le llegó a continuación fue una de las razones de que su carrera se arruinara, porque se lo creyó.
Pero volvamos a 1964. Necesitado de una buena historia tras el fracaso de Marnie ¿a dónde acudió Hitchcock? Pues al mejor lugar posible, al sublime tándem de guionistas Age y Scarpelli (Agenore Incrocci, a la izquierda, y Furio Scarpelli, a la derecha), una especie de Lennon y McCartney del cine. Repasen su currículum de obras maestras hasta esa fecha: I soliti ignoti (Rufufu, Monicelli, 1958), La grande guerra (La Gran Guerra, Monicelli, 1959), Tutti a casa (Todos a casa, Comencini, 1960), La marcia su Roma (La marcha de Roma, Risi, 1962), I mostri (Los monstruos, Risi, 1963), Sedotta e abbandonata (Seducida y abandonada, Germi, 1963). Para flipar. Y eso sólo era el principio, luego firmaron La armada Brancaleone, El bueno, el feo y el malo, Signore e signori y C’eravamo tanto amati, entre otras. Age murió en 2005 y recuerdo que salió un breve en algún periódico italiano…
Como ya hemos dicho en otras ocasiones, Hollywood admiraba entonces el cine italiano y, por ejemplo, Billy Wilder se hacía enviar puntualmente a casa todas las películas de Pietro Germi. En resumen, Hitchcock sabía lo que se hacía y se fue para Roma con una idea bajo el brazo. Hasta hubo rueda de prensa de presentación. Miren lo que he encontrado del ‘telegiornale’ de la época:
No tiene desperdicio. Hitchcock, que entendía el italiano, bromea cuando le preguntan si quiere colocar las luces: «No puedo, no formo parte del sindicato de electricistas romanos». Es decir, conocía bien el percal. Luego cuenta la historia de la película que quiere hacer, titulada ‘RRR’: «Es la historia de un gran hotel, visto por dentro, en el que el director tiene a toda la familia empleada: cocineros, camareros, electricista, conserje,…». Se trataba de una familia italiana, por supuesto, y el filme iba a ser sobre una mafia familiar con crímenes y tono de comedia. Luego le preguntan si va a rodar en Roma: «En mis películas el público se espera siempre que haya un muerto y si yo tuviera que hacer una película en Roma, empezaría en el Coliseo, y en el centro de la arena se vería un muerto, pero sería un león muerto». Luego se ve un encantador instante de canapés de la rueda de prensa, que aún hoy siguen siendo así: pesebres de lujo. Finalmente, una pregunta muy característica y que sigue constituyendo una de las enfermedades nacionales de los medios, la constante atención hacia los políticos como personaje supuestamente fascinante de la vida pública. Le preguntan si los políticos son buenos actores. Respuesta: «Son muy adecuados. Un óptimo actor podría ser Khrushchov, muy divertido, como un clown o un genio loco».
‘RRR’ nunca se hizo. Qué pena. Siempre me he preguntado cómo hubiera sido una peli de Hitchcock con el guión de un filme de Monicelli. El guión fue escrito, pero parece que el abismo cultural entre Age-Scarpelli y Hitchcock era demasiado grande, y aunque el cineasta intentó involucrar en el proyecto a Mastroianni o Sophia Loren al final se quedó en un cajón. Hitchcock dio más detalles sobre este proyecto a Truffaut. Agárrense: “Era la historia de un italiano que emigra a Estados Unidos, comienza como mozo de ascensor en un hotel y termina convirtiéndose en el director. Hace venir a su familia de Sicilia, pero todos ellos son ladrones, y sobre todo debe impedirles que roben una colección de medallas expuestas en el hotel”. ¿No tenía mala pinta, no? Hitchcock al final renunció porque la historia no cuajaba y, según dijo, “los italianos son muy descuidados en cuestiones de construcción del guión”. Él siempre quería tener todo muy controlado.
Hitchcock pasó alguna vez más de vacaciones por el lago de Como a lo largo de su vida, y se alojaba en Villa d’Este, lugar que a él y a su mujer, la misteriosa Alma, les encantaba, pues en aquel primer rodaje de 1925 pasaron allí unos días como pipiolos, aún de novios. Aquí al lado les vemos en una foto de juventud y trabajo, pues ella era montadora y guionista, antes de convertirse, con el tiempo, en supervisora y colaboradora en las películas de su marido, además de cocinera personal. En el lago de Como le pillaron de nuevo los de la RAI. Comprobarán en este vídeo que lo de los locutores creativos no es una cosa de ahora.
Sí, sí, Hitchcock chapurreando italiano. «Es uno de los lugares más bellos del mundo, y aunque en las películas parece artifical no es verdad», dice sobre el lago de Como. ¿Por qué le gusta tomar el pelo a la gente?, le preguntan: «Porque a la gente le gusta que le tomen el pelo». Luego dice que si se encontrara un fantasma lo atravesaría y que lo que más miedo le da son las multas, y por eso no conduce.
Como pequeña anécdota, por agotar el tema, diremos que también el personaje de Gregory Peck en ‘Spellbound’ (Recuerda, 1945), en uno de sus trances, cuando llega a la ventanilla de una estación de tren en Nueva York pide un billete… ¡a Roma! La última vez que Hitchcock estuvo en Roma fue en 1972, en la promoción de ‘Frenzy’ (Frenesí, 1972), su última obra maestra. En general se puede afirmar que la calidad de las películas de Hitchcock decayó de forma inversamente proporcional al tamaño de las patillas de sus protagonistas, es decir, a medida que avanzaban los setenta. Es más, como colofón a su carrera, Hitchcock puso de malo a un doble de Aznar: vean en la foto a William Devane en ‘Family plot’ (La trama, 1976). Pero ‘Frenzy’ se libra. En ella el maestro logró por fin la apoteosis de algunas de sus obsesiones, como la violación con estrangulamiento. Vean esta mezcla definitiva de sexo, rubia, muerte y comida: la mítica escena del camión de patatas, con el asesino que vuelve a buscar el cadáver de su víctima.
No se dice ni una palabra. En las películas de Hitchcock abundan estas escenas mudas, en la que basta la imagen y el ruido. Recuerden, por ejemplo, la larga secuencia de la avioneta a Cary Grant en ‘Con la muerte en los talones’. Hitchcock aprendió este arte en Alemania, durante su formación de juventud en los años veinte, observando al maestro Murnau. Su afinidad artística era total, y eso que personalmente no tenían nada que ver: Murnau era un gigantón homosexual, que murió en un accidente de coche mientras practicaba una felación al conductor, un filipino de 14 años, según se lee en ‘Hollywood Babilonia’. Hay que ver a Murnau para entender a Hitchcock. Bueno, hay que verlo de todas maneras (echen una ojeada aquí al lado a un fotograma de Nosferatu, 1922). El reto artístico del cine alemán, una referencia de vanguardia en aquel tiempo, era relatar sólo con imágenes, hasta el extremo de poder prescindir incluso de los rótulos. ‘Sunrise’ (Amanecer, 1927), es una de las películas más hermosas de todos los tiempos. Aquí vemos al protagonista que va al encuentro de la mujer fatal, que le come el coco para matar a su esposa, aunque ya es una mosquita muerta.
Es curioso, pero ver cine mudo hoy es aún más revolucionario que entonces. Bueno, ya terminamos, y perdonen como siempre la tabarra. ¿Saben lo que hizo Hitchcock en Roma en 1972? Este genio atormentado y acomplejado, que le daba al frasco que no veas, un católico sumido en el conflicto interior, que acababa de filmar la escena del camión de patatas, a sus 73 años quiso ver al Papa, a Pablo VI. El crítico del ‘Osservatore romano’ le consiguió una audiencia. Quién sabe lo que se dirían.