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Vacaciones en Roma (4)

Imaginen que un buen día reciben una carta que dice así:

«Querido señor Rossellini, he visto sus películas ‘Roma città aperta’ y ‘Paisà’ y las he apreciado muchísimo. Si necesita una actriz sueca que habla inglés muy bien, que no ha olvidado su alemán, casi no se hace entender en francés y en italiano sabe decir sólo ‘te amo’, estoy lista para ir a Italia a trabajar con usted.
Ingrid Bergman»

¿Qué hubieran hecho en el lugar de Rossellini? Efectivamente, lo han adivinado. El cartero todavía no se había ido y Roberto Rossellini ya estaba cogiendo un avión para París, donde se encontraba Ingrid Bergman. Si no, probablemente hubiera ido nadando. Para que luego digan que el neorrealismo era inútil. Como mínimo servía para que te escribiera Ingrid Bergman.

La actriz sueca, que ya había protagonizado ‘Casablanca’(Michael Curtiz, 1941) y ‘Notorius’ (‘Encadenados’, Alfred Hitchcock, 1946), era entonces famosísima, un mito de Hollywood. Pero se ve que eso cansaba mucho, al igual que su matrimonio con un dentista, y no se lo pensó para coger las maletas e irse a Italia para unas largas vacaciones. Más largas que las mías y, al final, una de las vacaciones más famosas de la historia del cine.

Para Rossellini fue un regalo caído del cielo. De inmediato le dio el guión que estaba preparando, pensado para Anna Magnani, su novieta de entonces. Como se pueden imaginar, la Magnani se cogió un rebote de cuidado, pero eso no fue nada comparado con lo que vino luego. En marzo de 1949 Roberto Rossellini e Ingrid Bergman comenzaron el rodaje de ‘Stromboli’, en la isla del mismo nombre. Anna Magnani, despechada y comida por los celos, se las arregló para montar en la isla de al lado, supongo que con unos prismáticos, una película parecida llamada ‘Vulcano’, dirigida por William Dieterle. Pero toda la prensa del corazón (el nombre de ‘paparazzi’ todavía no se había inventado, falta una década para ‘La dolce vita’) pululaba por las islas porque al final pasó lo que tenía que pasar. En fin, que Rossellini y la sueca se liaron.

Luego seguimos con la historia. Ahora vamos a ver un trocito de ‘Stromboli, Terra di Dio’, fascinante película en la que Bergman es una guiri aterrizada en Italia. Pero no como las que hemos visto hasta ahora, por favor, estamos hablando del padre del neorrealismo. Es una refugiada lituana que se casa con un italiano para sobrevivir, pero cae en esta isla extraña, inhóspita y brutal. Aquí la vemos como un pulpo en un garaje:

Durante el rodaje de ‘Stromboli’ se produjo una erupción real del volcán y Rossellini, que trabaja improvisando según lo que veía, la rodó. También incluyó una secuencia de la salvaje pesca del atún. Las islas Eolie, al norte de Sicilia, son una maravilla de la creación y ahora son meta de turismo chic, pero entonces eran el último lugar de la tierra. La luz llegó a la última isla hace pocos años.

A lo que íbamos. El romance de Rossellini y Bergman fue un escándalo mayúsculo, no se lo pueden imaginar, porque ambos estaban casados. Eso entonces arruinaba una carrera. Hoy es al revés, da puntos. Es más, es del todo recomendable. Se puede tener una carrera sólo con eso, sin tenerla realmente. Pero a finales de los cuarenta Hollywood puso a Ingrid Bergman de puta para arriba, vetándola en sus películas, y hasta hubo un senador, un tal Edwin C. Johnson, de Colorado, que se lo llamó con todas las letras en un discurso. En Italia, a Rossellini le dieron por todos lados. Tanto el Vaticano, por adúltero, como los comunistas, decepcionados porque empezaba a abandonar el neorrealismo. Hollywood era un putiferio, pero otra cosa era hacer las cosas a la luz del día, y lo mismo pasaba en Italia. La hipocresía tiene sus reglas.

Fue una historia de amor intenso entre dos artistas contra el resto del mundo. Encima tuvieron tres hijos. Ahí los vemos en una foto a toda la familia, incluida Isabella, luego actriz. Desde luego qué vergüenza, sin duda dos pervertidos. Pero como muchas cosas, aquello un día se acabó. Rodaron juntos dos películas más, ‘Europa 51’ (1952) y ‘Viaggio in Italia’ (1953, ‘Te querré siempre’, me parece que se llama en español), que marcaron la evolución del cine de Rossellini, y no sólo el suyo, sino el mundial. La última, ‘Viaggio in Italia’, reflejo del fin de una relación, la suya propia que estaba agonizando, es una cosa increíble y ejemplo iluminador de cómo trabajaba Rossellini. Los dos estaban en Nápoles con George Sanders listos para empezar una nueva película, pero en el último momento descubren que no tienen los derechos de la novela en que se basa. ¿Solución? Rossellini, teniendo su propia vida como argumento y sin guión previo, pergeña una historia de un matrimonio inglés en crisis que debe viajar a Italia para resolver una herencia. A partir de ahí, a rodar lo que saliera cada día.

La película, por ejemplo, arranca de repente en medio de una conversación como si uno hubiera entrado tarde en el cine y la pillara ya empezada. Toda la historia se basa en diálogos y climas sentimentales que evolucionan, mientras Ingrid Bergman visita Nápoles, un lugar que le resulta extraño y hostil, aunque en realidad se está visitando a ella misma. Es una película sobre el turismo catártico, cuando un viaje destripa la realidad cotidiana. La última media hora final es de enmarcar, y aquí vemos un fragmento:

Esa pareja que se va a divorciar y contempla cómo salen a la luz dos amantes que murieron juntos hace dos mil años es una de las escenas más conmovedoras de la historia del cine. Rossellini tomaba de la realidad lo que le daba y esa excavación debió de tener lugar durante el rodaje. El descubrimiento de esos cuerpos, un momento único e irrepetible, es real y sucedió en esos días. La imagen de Ingrid Bergman y George Sanders, espléndido actor, vagando por las ruinas de Pompeya, que son las de su amor, es una despedida del propio matrimonio de Rossellini, aunque la película sigue y no les voy a contar el final, si es que no la han visto. Al margen de esto, he de decir que tengo un cariño especial por George Sanders, sarcástico caballero británico que se suicidió en Casteldefells por mero aburrimiento vital.

La película fue un desastre en taquilla, un castigo general a la pareja, y la pusieron a parir en Italia, en Estados Unidos y en todo el mundo. Menos en un lugar, una revista francesa. Ahora nuestra historia salta a París. ‘Cahiers du Cinema’ dijo con entusiasmo que era la primera película moderna. Bazin y unos críticos veinteañeros, llamados Truffaut y Godard, escribieron emocionados que aquello cambiaba la historia del cine. Los chavales de lo que algunos años más tarde fue la ‘nouvelle vague’ salvaron a Rossellini por idolatración. Luego empezarían ellos en el cine inspirados en su ejemplo. Truffaut con ‘Les quatre cents coups’ (‘Los cuatrocientos golpes’, 1959) y Godard con ‘A bout de souffle’ (‘Al final de la escapada’, 1960). Diez años después de ‘Viaggio in Italia’ Godard hizo una película en Italia siguiendo la plantilla del filme de Rossellini: ‘Le mepris’ (El desprecio, 1963):

Estos chicos de la nouvelle vague serían muy modernos y rebeldes, pero tontos no eran. Si se fijan, siempre tenían en sus películas a las mejores tías. Nada menos que Brigitte Bardot. Según amigo cinéfilo, esta película engancha porque tras la paja mental inicial de Godard, en su línea, usa nada más comenzar sus dos mejores bazas, BB desnuda y la música sublime de George Delerue, y ya uno se traga lo que sea. Al final de la película aparece la Villa Malaparte de Capri, y he encontrado estas imágenes del filme, montadas con la música, que les ahorran mayores consideraciones intelectuales de Godard, que es un poco pesadito.

Truffaut, como Godard, se puso literalmente al servicio de Rossellini y casi se convirtió durante una temporada en su secretario personal. No saben de lo que se libran por no ser yo corresponsal en París, porque les daría una chapa tremenda con Truffaut, a quien tengo en un pedestal. En esos años se esconde una pequeña historia que a mí me encanta, contada en la estupenda biografía del cineasta francés de Baecque y Toubiana. En 1955 Truffaut, aún desconocido, y Rossellini fueron en coche hasta Lisboa para hablar de un proyecto de película que, como muchos del director italiano, luego se quedó en nada. Atravesaron España en un Ferrari hablando de sus cosas, pero a la vuelta se rompió una pieza del coche y se quedaron tirados por la noche en un pueblo de Castilla. No sé cuál y cualquier información será bienvenida. A mí me gusta imaginarlos en Melgar de Fernamental, Peñaranda de Bracamonte o un sitio así. Los lugareños se deshicieron para ayudarles y les arreglaron la avería fabricando una pieza allí mismo. Rossellini se quedó muy impresionado del talento de los mecánicos y el carácter de la gente del pueblo, así que le dio el arrebato de rodar una versión de Carmen allí mismo. Ya en París, trabajaron en la idea unas semanas, pero luego se olvidaron.

Para terminar, y aunque no tiene nada que ver, pongo un cosita de Truffaut, porque pocas veces voy a volver a encontrar una excusa, aunque imagino que ya me las iré arreglando, como Rossellini.

Es el sin par Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud) en la deliciosa ‘Baisers volés’ (‘Besos robados’, 1968), haciendo el tonto en el espejo, repitiendo el nombre de las mujeres que ama, a ver si los desgasta, y luego el suyo, a ver qué pasa. Yo con este hombre me muero de risa.

Hoy les dejo en París, con esta imagen del turbulento rodaje de ‘Besos robados’, pero el próximo día volvemos a Italia.

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