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Íñigo Domínguez

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El relicario secreto

El Papa celebró ayer misa con una pequeña urna de bronce que al final de la ceremonia sostuvo intensamente entre sus manos. Fue una imagen sugestiva, pues se supone que encierra el principio y el presente de la Iglesia católica: el primer pontífice, San Pedro, con el último, Francisco. Digo se supone porque se trata del relicario que contendría restos del apóstol, fallecido en el año 67 -ocho huesecillos hallados en 1950 bajo el altar de la basílica vaticana-, pero es una conclusión discutida por los expertos, incluso dentro de la propia Iglesia. Al margen de eso lo interesante es que ayer fue la primera vez que la reliquia se mostró en público. Por deseo de Bergoglio, otro detalle que revela cómo engarza mensajes contracorriente con gestos en realidad muy cercanos a la piedad popular y la más pura tradición.

La historia de la reliquia es muy novelesca, bastante italiana. La tradición decía que la tumba de San Pedro estaba donde se levanta la basílica actual, pero se halló por azar bajo el altar en las obras para construir el sepulcro de Pío XI, fallecido en 1939. Los expertos fueron unánimes en decir que en ese lugar fue enterrado San Pedro, pero también en añadir que por desgracia allí ya no había nada. Así lo anunció Pío XII en 1950. Pero años después una catedrática de griego antiguo, Margherita Guarducci, que estudiaba las inscripciones del lugar, habló con uno de los curritos de los trabajos: ¡sorpresa! le contó que había metido unos huesos de otro nicho menor en una caja sin decir nada a sus jefes, porque pensaba que no eran importantes. Todavía andaban por ahí en una caja de zapatos. A Guarducci casi le da algo porque en ese punto había una inscripción griega que ella -no otros expertos- leía como “Pedro está aquí”. Los análisis indicaron que eran restos de un hombre de unos 70 años y para ella estaba clarísimo que eran de San Pedro. Fue famoso su enfrentamiento con el arqueólogo jesuita Antonio Ferrua, responsable de las excavaciones, y sus tres colegas del equipo para quienes eso era sencillamente imposible. Pablo VI leyó los informes de ambos y se creyó el de la profesora.

Francisco ha sacado por segunda vez este relicario de la capilla privada del apartamento pontificio, donde se custodia desde 1968. El 26 de junio de ese año Pablo VI tiró por la calle del medio y anunció que “nuevas investigaciones pacientísimas y rigurosísimas” y la opinión de “prudentes personas competentes” permitían concluir que las reliquias “han sido identificadas de un modo que podemos considerar convincente”. Y las metió en la cajita. Hasta ahora sólo habían salido de allí en 1981, cuando Juan Pablo II pidió que se la llevaran al hospital tras su atentado. Pero fue en secreto.

Bergoglio ha decidido sacar el cofre a la luz para cerrar de forma solemne el llamado Año de la Fe que la Iglesia ha celebrado en los últimos trece meses. Se le vio muy serio e impresionado, en una atmósfera grave agudizada por el frío y los nubarrones que cubrían ayer en Roma. Ha sido un gesto de impacto, que va a la base de la fe y de la historia, pero también recuerda el dilema racional sobre la autenticidad de los huesos. El arzobispo Rino Fisichella, al anunciar la exposición de las reliquias, sobrevoló la cuestión al decir “que la tradición las reconoce como del apóstol”. De todos modos, si se mira bien, la propia inscripción del relicario es más bien cauta, porque dice: “De los huesos hallados en el hipogeo de la Basílica Vaticana, que se consideran del Beato Pedro Apóstol”.

(Publicado en El Correo)

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