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Kuwait: el terror visto desde el otro lado

Crónica desde Kuwait.


Kuwait está conmocionado por el brutal atentado del viernes y los kuwaitíes sienten que su tranquilo país se ha visto arrastrado de nuevo en un asunto terrible, ajeno y venenoso. “No puedo decir que me haya sorprendido, sabía que nos tocaría, pero el momento ha llegado y sabemos que nos esperan tiempos difíciles”, dice Usama, veterano ejecutivo de banca, fumando en una ‘diwaniya’. Es la tradicional tertulia de hombres en un salón apartado de la casa, el lugar esencial para la conversación entre los kuwaitíes. En la de Usama, donde asistían la noche del sábado una quincena de personas de alto nivel social, todos seguían en la tele el funeral de los 27 fallecidos. Hubo un muerto más si se suma el kamikaze y 227 heridos, de los que 40 seguían ayer hospitalizados. Esa ceremonia fue una respuesta ejemplar al atentado y una clave en una parte central de la batalla contra el Ejército Islámico (EI) que Occidente, presa del pánico, olvida considerar.

 
La mayoría suní de Kuwait, dos tercios de la población, ofreció el sábado la Gran Mezquita de la capital para celebrar el funeral de las víctimas chíies. Una muchedumbre acudió en masa al acto, pese a una temperatura infernal de 45 grados, y gritaba frases de este tipo: “¡No suníes, no chíies, unidad, unidad nacional!”. Los fieles suníes, como muestra de solidaridad, acudieron también a rezar a los templos chíies, mezclados unos con otros. Es una potente señal de unidad que encara abiertamente la división que pretende azuzar EI, una fuerza de fanáticos suníes que considera herejes a los chíies, y los odia igual o más que a los occidentales.

El atentado en la mezquita del Imán Al Sadiq quedó eclipsado el viernes por los ataques en Túnez y Francia, pero merece mucha atención. La distorsión del punto de vista europeo, aumentado por el miedo, hace creer que el EI apunta obsesivamente contra Occidente, cuando en realidad la mayor parte de sus víctimas son otros musulmanes. De hecho en los medios árabes el viernes se veía al revés: el ataque de Túnez era una noticia secundaria. Cada uno lo ve desde su lado.

El principal tablero de juego del yihadismo es una guerra fratricida dentro del islam, y para la inmensa mayoría de los musulmanes resulta aún más terrorífico e incomprensible, si cabe, que para los europeos. “Este asesino ha matado hombres, ancianos y niños musulmanes, en viernes, el día sagrado, en Ramadán, el mes sagrado, en el momento de la oración y en una mezquita. ¡Es imposible imaginar algo más absurdo y sacrílego para un musulmán, y estos lunáticos lo hacen en nombre del islam! No tiene ningún sentido”, dice Fahed, un potente hombre de negocios suní.

El ministerio de Interior kuwaití reveló ayer la identidad del suicida: es un saudí nacido en 1992, llamado Fahad Suleiman Abdulmohsen Al-Gabbaa, que llegó a la ciudad por avión la misma mañana del atentado. Las medidas de seguridad del aeropuerto de Kuwait, desde luego, dejan bastante que desear. Es evidente que contaba con una red de apoyo local. La Policía, que ha identificado al conductor del coche que le llevó hasta la mezquita, ha efectuado “numerosos” arrestos.

Kuwait, pese a las apariencias por su rigidez religiosa es una de las sociedades más abiertas de los países del Golfo Pérsico, con una doble moral en privado bastante asumida, y tiene una especie de democracia con una Constitución desde los sesenta. Ser uno de los países mas ricos del mundo -con el 10% de las reservas de petróleo- y tan diminuto les da una permanente paranoia de fragilidad ante sus colosales vecinos: Irak, Arabia Saudí -la gran potencia suní-, e Irán -su alter ego chií-. El atentado ha enaltecido el sentimiento nacional como recuerdo de los trances del pasado, desde la guerra de Irán e Irak en los ochenta a la invasión de Sadam Hussein en 1990. Ahora temen entrar de nuevo en otra fase de inestabilidad, y tienen razones para preocuparse.

Este atentado confirma que EI está penetrando en el Golfo, pues ya se han registrado dos atentados contra mezquitas en la propia Arabia Saudí, en la franja oriental de población chií. Es la zona fronteriza con el pequeño estado de Bahrein, que tiene una peculiaridad: es el único de mayoría chií de la región, aunque el poder es suní. Fue el único país de la zona que tuvo su primavera árabe en 2011, sofocada por los tanques saudíes, y desde entonces las tensiones entre ambas comunidades son constantes, aunque no se hable nada de ello. Hay frecuentes protestas y enfrentamientos. En las calles se ven barricadas y tanques apostados. Tras el atentado de Kuwait, en Bahrein crece la convicción de que los siguientes son ellos. Las mujeres y los niños han dejado de acudir a las mezquitas y se han colocado cámaras en los templos. Ayer corría el rumor, y la redes sociales lo rebotaban, de que el día más temido es el próximo viernes 3 de julio. Mientras tanto en Yemen, en el sur de la península arábiga, Arabia e Irán se están enfrentando mediante intermediarios en su particular tablero en una guerra civil.

Ante este panorama, la pregunta más incómoda que se puede hacer ahora mismo en Kuwait es cómo es posible, tal como apuntan los expertos, que de este país, a través de donantes privados, partan los principales canales de financiación del EI, junto con Catar y Arabia Saudí. Los kuwaitíes tienen siempre la misma respuesta. Señalan a las numerosas organizaciones humanitarias y de caridad, asentadas en el precepto islámico de la limosna, una red no siempre controlada de las que se desviarían fondos a propósitos distintos a los declarados. Al margen de que, por supuesto, todos consideran el Ejército Islámico un invento de la CIA. Conspiraciones o no, lo cierto es que además de unidad, Kuwait necesita ahora tomárselo en serio y una buena Policía.

 
(Publicado en El Correo)

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