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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

La gran ensalada de la Expo

Italia probablemente lo conseguirá una vez más, pero está sufriendo para llegar hoy al estreno mundial de la Expo 2015 de Milán, entre retrasos, escándalos de corrupción, infiltración mafiosa, la paranoia de la seguridad por temor a atentados y las protestas de movimientos contrarios a estos circos que ayer se llevaron parte de las fotos. Estos grandilocuentes eventos de borrosa utilidad se siguen realizando periódicamente, aunque nadie, salvo el país organizador, sepa bien los motivos y esté al corriente de que se celebra. Tras la última de Shangai en 2010 ahora le toca a Milán durante seis meses, hasta el 31 de octubre, y para que el mundo se entere ayer hubo un concierto en la plaza del Duomo de Andrea Bocelli y el pianista Lang Lang. También un gran fiestón de Armani, por sus 40 años, con un nivel alto de famosos, de Tom Cruise y Leonardo Di Caprio a Cate Blanchet y Sophia Loren. Dio el toque de glamour necesario para ser noticia en todo el planeta.

La Expo 2015, en realidad, es otra cosa, está dedicada a la alimentación. En Italia han pensado que es realmente un terreno muy suyo que podían utilizar magníficamente como escaparate internacional de la imagen del país. Esperan que sirva para dar un impulso y una alegría a una nación en recesión y declive moral. Políticamente el Gobierno de Matteo Renzi lo querría vender como un hito que marca el inicio de la recuperación económica italiana, que aún está por ver. La prensa ya se ha lanzado en esos titulares de “Milán, centro del mundo” o “El mundo mira hacia Milán”, cuando fuera de aquí casi nadie sabe nada de esto. Luego servirá para muchos otros del estilo, tipo “Albacete seduce a Milán” o “Italia se rinde a Albacete” en el periódico local correspondiente cuando le toque pasar a una delegación de la ciudad presumiendo de sus dulces típicos.

De momento, obviamente, para Milán ha supuesto un arreón urbanístico y de pelotazos de ladrillo en Rho, una zona de las afueras, a unos 15 kilómetros del centro. No obstante, se ha trabajado mucho estos meses el envoltorio filosófico, con una gran dispersión de espesísimos y variados debates de consumo interno sobre todo lo que rodea la comida, de la biodiversidad y el ‘slow food’ al hambre pura y dura. El lema es “Nutrir el planeta, energía para la vida”. Qué duda cabe que es una cuestión de primer orden y sería estupendo que se abriera un debate serio. Pero ha sido inevitable que se hagan chistes con el contraste de los miles de inmigrantes de África que Europa se resiste a salvar en las costas italianas mientras celebra en Milán un banquete de proporciones planetarias, con 140 pabellones de países con sus excelencias culinarias, en el que entre plato y plato se piensa en cómo resolver el hambre en el mundo. Se esperan 20 millones de visitantes.

El pabellón de España, por ejemplo, empieza su agenda con un evento sobre conservas gallegas y luego venga catas de vinos con la semana de La Rioja y después la del cava para seguir con la de Navarra y así sucesivamente, por comunidades autónomas. Promoción turística y gastronómica con un bar de tapas permanente. La entrada para visitar estos 1,1 millones de metros cuadrados de canapés y copas de todas las banderas, una fiesta del paladar, costará para dos adultos y un niño, ejemplo de paquete familiar, 69 euros. Más lo que luego uno se gaste dentro. Habrá mil cochecitos de niño gratis a disposición de las familias y 14 zonas infantiles.

Estos seis meses rodeará la Expo un intenso calendario de actividades culturales paralelas, como una temporada estival de la Scala, la apertura del nuevo museo de la Piedad Rondanini de Miguel Ángel o un espectáculo inédito del Cirque du Soleil. Pero además de comer y pasarlo bien el objetivo teórico es hacer cavilar sobre la comida, cómo se produce, cómo se comercia y qué estamos haciendo mal. Porque el dato más repetido en los dossieres es que en un mundo con 7.300 millones habitantes se producen alimentos para 12.000 millones de personas pero hay 820 millones que no tienen casi nada que llevarse a la boca. En el plano ideológico ya se ha abierto una buena batalla. Por ejemplo, los críticos con la globalización y las organizaciones que defienden los movimientos campesinos consideran un despropósito cosas como que Coca Cola y McDonalds figuren entre los patrocinadores. En su opinión es todo una farsa. La organización, por su parte, esgrime la Carta de Milán, un manifiesto elaborado en los meses precedentes para “crear líneas de actuación para tener en el futuro comida sana, segura, sostenible y suficiente para todos”. Aunque es lo que intenta hacer la FAO, la organización de las Naciones Unidas para la Alimentación, con sede en Roma, desde hace 70 años.

Compaginar estómago y cerebro, placer y reflexión, comilonas e ideas, negocio y cooperación es tal vez una empresa demasiado ambiciosa, sofisticada o cercana al cinismo como para creérsela, pero es el desafío de la Expo de Milán. Una ensalada fabulosa. A ver qué sale, y si es comestible.

 

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