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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Italia divisa al enemigo

El último vídeo del horror del Ejército Islámico, grabado esta vez en Libia, denota una vez más una cuidada puesta en escena que ha logrado su objetivo, disparar los nervios en Italia. El exterior localizado es una playa y, visto desde la otra orilla, es casi como si ya estuvieran ahí enfrente, a tiro de piedra. El verdugo señala hacia el mar con su cuchillo: “Es un mensaje firmado con sangre a la nación de la cruz. Antes nos habéis visto en una colina de Siria. Ahora estamos al sur de Roma, en una playa de Libia”. Luego, con un efecto visual, las olas se vuelven rojas. La referencia explícita, por primera vez, a la capital italiana y que el país haya sido identificado directamente con el Vaticano, centro del catolicismo, ha terminado de hacer saltar las alarmas, por temor a atentados.

En Italia la preocupación era creciente en las últimas semanas, pues por motivos tanto geográficos como históricos y comerciales se mira a Libia con atención. El país africano fue colonia italiana y siempre han mantenido intensas relaciones. Por otro lado, la oleada de inmigrantes que parten desde Libia en precarias embarcaciones corre el riesgo de aumentar. Sólo este fin de semana han sido rescatadas más de 2.200 personas.

La avanzada de los islamistas llevó el viernes al ministro de Exteriores, Paolo Gentiloni, a hacer una declaración de una belicosidad insólita para un Gobierno italiano: “Italia está lista para combatir el terrorismo islámico en el cuadro de una misión de la ONU”. De repente el país parecía casi en pie de guerra. Se armó cierto revuelo, mientras la derecha de Berlusconi se mostraba totalmente a favor.
El propio primer ministro, Matteo Renzi, habló en términos similares a sus colegas europeos en la cumbre de la UE del jueves. Ayer, pasado el calentón marcial, dio a los suyos la orden de descansen: “No es momento para intervenciones militares. El país está fuera de control desde hace tres años. No pasemos de la indiferencia total al histerismo irracional”. Se alineó con el presidente francés, Francois Hollande, y el egipcio, Abdel Fattah al-Sisi, para pedir una decisión del Consejo de Seguridad de la ONU. Pero, en principio, Italia quiere estar en primera fila de cualquier iniciativa en Libia. De hecho en el debate actual se achaca la situación al error de haber dejado el protagonismo en 2011 a Sarkozy y su presión para una intervención militar contra Gadafi.

El Ejército Islámico ha demostrado también estar atenta a Italia, porque reaccionó muy rápido a las palabras del viernes de Gentiloni. Al día siguiente el informativo de radio del EI en Irak le llamó “ministro de Exteriores de la Italia cruzada”. Y el domingo llegó el vídeo. Ese día, a las ocho de la mañana, una nave del Gobierno italiano zarpó de Trípoli con el personal de la embajada y los últimos italianos que quedaban allí, en total 42 personas, aunque se han quedado un centenar. La legación diplomática ha sido la última en cerrar, después de que la mayoría de los países dejaran el país el año pasado.

La conmoción en Italia ha alcanzado, obviamente, al Papa, que ayer habló de ello, improvisando y en castellano, en un acto que no tenía nada que ver, un encuentro con un enviado de la Iglesia Reformada de Escocia: “Me permito recurrir a mi lengua madre para expresar un profundo y triste sentimiento. Hoy he podido leer sobre la ejecución de 21 cristianos coptos. Decían solamente: ‘Jesús ayúdame’. Han sido asesinados por el solo hecho de ser cristianos”. Entre los italianos que se han quedado en Trípoli está el obispo Giovanni Martinelli. Dice que no se va de su iglesia porque debe proteger a sus fieles, 300 filipinos.

(Publicado en El Correo)

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