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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

La debilidad caribeña de los papas

Francisco cerró ayer con éxito más de medio siglo de desvelos de los papas con Cuba, una atención muy especial que arranca con la decisiva intervención de Juan XXIII (chico de la foto) para frenar la crisis de los misiles de 1962 -Jrushchov llegó a enviarle una felicitación navideña-, pasa por la histórica visita a la isla de Juan Pablo II en 1998, donde condenó el embargo, y concluye ahora con el espaldarazo al fin del aislamiento de La Habana. Bergoglio, latinoamericano, crítico con el capitalismo salvaje y acusado de marxista por los conservadores estadounidenses, era sin duda el pontífice más adecuado para culminar esta tarea. Si bien la visita de Benedicto XVI a Cuba en 2012, muy trabajada diplomáticamente, fue otra importante puntada de hilo. Ya entonces apuntaló el papel de la Iglesia como mediadora prudente y fiable. Los frutos se recogen ahora.

Tras el anuncio de la noticia, la Santa Sede dijo con un comunicado que el Papa “se complace vivamente por la histórica decisión” y revelaba su papel. “En los últimos meses” envió cartas a Castro y Obama “invitándoles a resolver cuestiones humanitarias de común interés, como la situación de algunos detenidos, para dar inicio a una nueva fase de las relaciones”. Medios norteamericanos aseguran que ayudó especialmente a la liberación de Alan Gross, arrestado en Cuba en 2009. La nota revela que el propio Vaticano acogió en octubre una reunión de delegaciones de ambos países. Quiso “ofrecer sus buenos oficios para favorecer un diálogo constructivo sobre temas delicados, del que han surgido soluciones satisfactorias”.

Ahora cobra más sentido la entrevista de una hora que el secretario de Estado, ‘número dos’ del Vaticano, Pietro Parolin, mantuvo el lunes con John Kerry, de escala en Roma para negociar con Rusia y encontrarse con el priemr ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Debe recordarse, de paso, el rol que Francisco desempeñó en mayo en los esfuerzos de paz entre israelíes y palestinos con su viaje a Jerusalén y el insólito encuentro de oración que logró celebrar en julio en el Vaticano con las dos partes. Otro detalle que indica cómo el peso diplomático de la Santa Sede se ha agigantado en el último año, desde la llegada de Bergoglio y tras los desastres de Tarcisio Bertone, secretario de Estado de Benedicto XVI, es que Kerry pidió ayuda al Vaticano para hallar “soluciones humanitarias” en el cierre de la prisión norteamericana de Guantánamo.

Ya es sabido que Obama tiene debilidad por Francisco. En su primera visita al Vaticano, en marzo, se desvivió en elogios sobre su autoridad moral. Pero también desde el lado cubano era visto con buenos ojos. En abril, la propia hija de Raúl Castro, Mariela Castro, dirigente del gobierno, dijo en una entrevista: “El Papa Francisco está diciendo cosas muy interesantes que favorecen el diálogo mundial y podrían ayudar también al de Cuba y Estados Unidos”. Las dos partes identificaron en el Papa un interlocutor con el que era posible dar grandes pasos. Son matices, pero John Kerry es el primer secretario de Estado católico de la Casa Blanca en tres décadas y Fidel Castro estudió en los jesuitas.

Para llegar a esto la Iglesia católica ha atravesado un largo desierto en Cuba, el único país comunista con el que la Santa Sede nunca rompió relaciones. Empieza con la expulsión de curas y monjas tras la revolución de 1959, la prohibición de la navidad en 1965 y el ateísmo oficial en 1976. Algo cambió en 1991 cuando el partido comunista admitió creyentes y en 1996 Fidel Castro visitó en Roma a Juan Pablo II. Entonces nació una estrategia a larguísimo plazo en la que la Iglesia ha tratado de situarse como interlocutor social, entre mil dificultades, consciente de su posición única y pensando en prepararse para una futura transición política. Por ejemplo, no es secundario el papel que puede tener en una reconciliación nacional con el exilio de Miami. Poco a poco se han implantado parroquias, hay tres seminarios y también colegios. En este delicado equilibrio la Iglesia cubana se ha vuelto pragmática, al estilo de la ‘Ostpolitik’ de la Guerra Fría, y se ha alejado de los disidentes, aunque muchos son creyentes. El cardenal de La Habana, Jaime Ortega, medió en 2010 para liberar cien opositores, enviados a España, y en su visita de 2012 Benedicto XVI trasladó “peticiones de intervención humanitaria” con presos. Esta labor oculta está llamada a crecer enormemente a partir de ahora y en el futuro de Cuba la Iglesia, que ha jugado sabiamente sus cartas, está muy bien situada .

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