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Juicio en el Quirinale

 

El proceso más grave sobre la Mafia siciliana celebrado en Italia en los últimos años cobró ayer aún más importancia al ser el primero en que se ha visto obligado a declarar un presidente de la República. Giorgio Napolitano, que no quería comparecer, prestó testimonio en el juicio sobre los presuntos pactos entre el Estado y Cosa Nostra en los años noventa, la ‘Trattativa’. Aunque tuvo el privilegio de hacerlo en su casa, el palacio del Quirinale, y a puerta cerrada, último aspecto polémico de una vista muy controvertida.

A la sesión, que duró tres horas, asistieron 40 personas, entre magistrados y abogados, Sin un periodista ni una grabación del tribunal, sólo una de los propios técnicos del Quirinale. Un secretismo que no ayuda precisamente a despejar la idea, arraigada en la opinión pública y con bastante fundamento, del eterno pasteleo político con la Mafia y de que todo pez gordo tiene algo que esconder. Napolitano, en realidad, ha entrado en este proceso por una puerta muy secundaria y no tiene nada que ver con el meollo de la cuestión, pero lo ha hecho por detalles extraños que sí son interesantes. Ayer no se negó a responder ninguna pregunta, aunque podía, y en esencia repitió que nunca ha sabido nada de acuerdos con la Mafia. Y menos que se va a saber porque la clave de su aparición en el proceso son cuatro llamadas que le grabaron con uno de los imputados, el exministro de Interior Nicola Mancino, pero Napolitano hizo valer su inmunidad y fueron destruidas. Eso tampoco ayudó a aclarar las cosas.

Lo relevante de la audiencia de ayer es que se celebrara, en medio de una gran hostilidad institucional a este proceso y sus fiscales, amenazados de muerte. Las polémicas han surgido por la erosión que supone para la institución, por el hecho de que el abogado de Totò Riina, el más sanguinario capo mafioso, pudiera interrogar al jefe de Estado y también por la posibilidad, al final rechazada, de que el propio Riina pudiera asistir a la vista, por ser imputado, aunque fuera en videoconferencia. Quienes critican a los magistrados les acusan de buscar sólo protagonismo mediático.

El juicio indaga en las negociaciones abiertas entre 1992 y 1993 por altos cargos con la cúpula mafiosa de Totò Riina y el clan de los Corleoneses. La tesis es que tras la primera gran sentencia contra la Mafia de 1992, obra de los magistrados Falcone y Borsellino, los capos consideraron que sus padrinos políticos de toda la vida les habían fallado. Asesinaron, para empezar, al líder democristiano siciliano Salvo Lima, su principal interlocutor. Entonces otros políticos, muertos de miedo, intentaron negociar para salvar el pellejo. Después fueron asesinados, en menos de dos meses, Falcone y Borsellino. Este último, es una de las hipótesis, precisamente por oponerse a las negociaciones. Riina exigió concesiones legales y penitenciarias y emprendió una serie de grandes atentados en 1993 en Roma, Milán y Florencia. Lo cierto es que en esas fechas más de 300 presos mafiosos salieron del régimen duro. En 1994 llegó al poder un nuevo político, Silvio Berlusconi, y la ofensiva se detuvo. Según los fiscales, porque la Mafia encontró en él un nuevo interlocutor. Por todo ello se sientan en el banquillo los capos Riina y Leoluca Bagarella junto a ocho personas más, entre ellas antiguos altos cargos y la mano derecha de Berlusconi, Marcello Dell’Utri, ya condenado a siete años por ser el mediador del magnate con Cosa Nostra. La veracidad y gravedad de este gran mosaico es lo que está en juego en un juicio que durará años y tal vez se quede en nada, pero que por el camino está deparando retazos de verdad y sorpresas.

Napolitano es una de esas sorpresas. Entra en escena porque uno de los imputados, Mancino, se puso nervioso en 2011 y le abrasó de llamadas para que le echaran una mano y pararan los pies a los magistrados. El problema es que ya tenía el teléfono pinchado. Un asesor del presidente, Loris D’Ambrosio, atendió las llamadas, pero cuatro veces le pasó con Napolitano. Esas cuatro charlas se han ocultado, pero no las de D’Ambrosio, que fueron publicadas en 2012 y causaron un gran escándalo. El asesor sufrió tal presión que en un mes murió de infarto. Pero antes envió una angustiosa carta a Napolitano en la que temía haber sido “escudo de indecibles acuerdos” en los años noventa.

De esto le preguntaron ayer a Napolitano y, según contaron los abogados a la salida, dijo que no tenía ni idea de a qué se refería su colega. Otras preguntas fueron por una alerta de 1993 de posible atentado mafioso contra Napolitano, entonces presidente de la Cámara de Diputados. Respondió que era normal en su cargo, no se preocupó mucho y que entonces no supo nada de acuerdos con la Mafia. En los próximos días se hará pública la transcripción del interrogatorio.

(Publicado en El Correo)

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