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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Diario mínimo (115)

Presume de no haber trabajado en su vida con falsas enfermedades

Carlo Cani, exminero de la empresa Carbosulcis, en Santadi, Cerdeña, jubilado en 2006 tras 35 años de cotización ha dado un entrevista muy orgulloso contando que toda su vida se ha inventado enfermedades, ha estado siempre de baja en 26 años de contrato con esta compañía y no ha pegado un palo al agua. “La mina no era para mí, allá abajo lo pasaba mal, el carbón y yo nunca congeniamos”, ha explicado. Para no ir a trabajar recurrió a todo lo imaginable: hemorroides, amnesia, tortícolis, dolores varios. “Respeto a los mineros, pero a mí me gusta el jazz”. Es que es su verdadera pasión, no trabajar. Tras la publicación del artículo la seguridad social italiana ha abierto una inspección. Los 423 mineros que aún trabajan en la mina sarda de Nuraxi Figus y se movilizan desde hace años contra el cierre, fijado en 2018, han aclarado que son serios y este señor no les representa.

(La Stampa, 21 de octubre de 2014)

 

Cruzada de un párroco contra la minifalda

Un párroco de Gesico, en Cagliari, Cerdeña, ha emprendido una cruzada contra las minifaldas, entendidas como aquellas que no llegan siquiera a tocar la rodilla, según ha explicado con un dibujo didáctico colocado en la puerta de la iglesia: “La falda debe llegar a tocar (subrayado dos veces) la rodilla, no obliguéis al párroco a echaros. Este es un lugar sagrado. Respeto”, dice el cartel. También da instrucciones sobre las mangas y el escote con dos sencillas figuras sobre lo que está bien y lo que está mal. El tono del pasquín denota cierta desesperación del cura, pues el título es: “¿Está más claro así?”. Tras cierta polémica en el pueblo y bastante cachondeo a nivel nacional, pasadas las fiestas de Sant’Amatore, el cura retiró el cartel.

(La Nuova Sardegna, 21 de octubre de 2014)

 

 

Colecta improvisada para ayudar a un pasajero

Motlatsi Monoko, de 46 años, de Lesotho, uno de los participantes en las célebres jornadas de agricultura biológica y ‘slow food’ de Turín, Terra Madre, se vio atrapado el sábado en una de esas redes burocráticas del absurdo en el aeropuerto de esta ciudad (norte). A la ida había perdido la conexión de Roma a Turín porque no llegaba el equipaje -que no era culpa suya-, así que cogió un tren. Pero al regreso Alitalia no le dejaba coger el vuelo porque no había usado el de ida, a menos que no pagara 90 euros de multa. No los tenía y se puso a llorar desconsolado. Los empleados del aeropuerto se apiadaron de él y entre todos le pagaron la multa para que pudiera embarcar.

(La Stampa de hoy)

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