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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Un hombre solo al comando

“Un hombre solo al comando, su ‘maglia’ es blancoceleste, su nombre es Fausto Coppi”, cualquier italiano conoce esta frase, de un locutor de radio en una legendaria etapa del Giro de 1949. La metáfora del hombre solo al comando, que se carga a la espalda toda la responsabilidad y se lanza a una empresa sobrehumana, es un recurso automático en Italia para explicar algunas aventuras políticas. Sobre todo como tentación del poder concentrado en una persona, algo que suscita temores por el recuerdo del fascismo y porque es anómalo en una sociedad basada en un laberinto de pactos. Tras Berlusconi y Monti, ahora ese hombre es el primer ministro Matteo Renzi, pero desde luego está mucho más solo, tiene más controlada la carrera, va más despendolado y es más intratable. La gran pregunta es si acabará la etapa. El problema es que es Italia, en una grave situación económica, la que depende de esa respuesta.

La novedad de la insólita situación de Renzi, líder casi tiránico del Partido Demócrata (PD) de centro-izquierda, es el vacío que ha creado a su alrededor: no hay oposición, ni dentro de su formación, un escenario sin precedentes en un siglo del litigioso partido excomunista, ni tampoco fuera. Para explicarlo hay que hacer memoria de cómo ha llegado Renzi hasta aquí, porque tampoco es muy normal. Como se recordará, no le ha elegido nadie, no ha ganado unas elecciones.

Para empezar la derecha italiana vive una implosión interna con el derrumbe de Silvio Berlusconi, que durante dos décadas ha impedido un partido conservador moderno y europeo, un grave problema pendiente de este país. No tiene sucesor, ha dejado un gran hueco y por eso, paradójicamente, casi se puede decir que el propio Renzi es ahora el centro-derecha. Ya cuando perdió con Pierluigi Bersani las primarias del PD, en diciembre de 2012, lo lamentaron muchos votantes ajenos al partido, porque era su candidato ideal para las generales de febrero de 2013, del mismo modo que era muy antipático para el aparato y la base más roja del electorado de izquierda.

El PD ganó por los pelos unas elecciones de resultado caótico y sin una mayoría clara, marcadas por la irrupción contestataria del Movimiento Cinco Estrellas (M5S) de Beppe Grillo como primera fuerza política. Bersani acabó por dimitir. Desde entonces el pánico a la llegada al poder de Grillo, similar al que ahora se vive en España con Podemos, inspirados claramente en la experiencia de M5S, es el móvil que explica toda la política italiana. Los partidos tradicionales pactan contra natura entre ellos para garantizar la gobernabilidad, evitar unas nuevas elecciones y frenar a Grillo. Renzi es el gran beneficiado.

Al final fue otra eminencia gris del PD, Enrico Letta, quien logró formar Gobierno con el apoyo de NCD, frágil escisión del partido de Berlusconi. Pero en las primarias de diciembre de 2013 Renzi arrasó con el 67% de los votos y desde entonces empezó a pitar pidiendo paso. Ahí arrancó su espectacular escapada en solitario. En febrero de 2014 obligó al PD a echar a Letta, caso insólito en la política europea, y se puso él. Resultado de la votación en la dirección del partido: 136 votos contra 16. Desde entonces, con todas las pataletas diarias que se quiera, al final se hace siempre lo que dice él. El PD se ha echado en sus manos, a la desesperada y porque en las europeas de mayo sacó un 40,8%, un récord. Más si se piensa en el hundimiento de Berlusconi, con un 17%. Renzi lo tomó como una investidura oficiosa. Esa prepotencia es la marca de la casa desde entonces, para propios y extraños. Esto incluye la UE, donde está tensando la cuerda para olvidarse del rigor y fomentar el crecimiento. Otro de sus rasgos clave es la ausencia de escrúpulos, que le han permitido pactar acuerdos con Berlusconi, hasta ahora el diablo en persona para el PD.

Lo increíble es que la llamada “minoría del PD” hace las funciones de oposición de izquierda a un partido que cree que ya no lo es. Renzi, que nace democristiano y es ajeno a la tradición comunista, es como un Tony Blair italiano que está transformando -para sus críticos, sepultando- la izquierda tradicional. Ocupa el centro y guiña a los dos lados. Como ha admitido sin rodeos esta semana el presidente de la patronal italiana, este Gobierno ha cumplido sus mejores sueños. El símbolo es la eliminación del artículo 18, que desde 1970 obligaba a readmitir al trabajador despedido injustamente. Ahora sólo será en caso de discriminación. Es el despido libre. Luego ha rebajado los impuestos a las empresas y les libra de cotizar a los nuevos trabajadores indefinidos.

Al exalcalde de Florencia no le importa dejar descubierto el flanco de la izquierda, porque por ahí no hay nadie. En teoría está Grillo, pero el M5S está atravesando un momento de crisis, por el desgaste de la vida formal en el Parlamento. “Grillo ha triunfado demasiado, arrasó a la vieja guardia del PD y dejó el campo libre a Renzi, una paradoja, porque es quien le ha hecho frente. Grillo ha creado el anticuerpo contra sí mismo”, opina Elisabetta Gualmini, politóloga y estudiosa del movimiento. Renzi, que también domina las redes sociales, como Grillo, se ha apropiado de algunas de sus batallas -echar a los políticos que llevan toda la vida, lucha al derroche y a los privilegios,…- y para parte del electorado ha colmado, sin ser una opción tan arriesgada, las ansias de cambio. Y no se debe olvidar que tiene 39 años, una revolución en sí misma en un país gerontocrático.

La libertad de movimientos de Renzi, que le vale acusaciones de autoritarismo y hasta de peligo para la democracia, se ampara en la emergencia, porque parece la última esperanza de Italia. Se ha enfrentado sin darles ni agua a sindicatos, a mastodontes como la RAI, a los cuerpos de policía, a los magistrados… Va con la apisonadora y goza prácticamente de carta blanca, y esto es algo que ni siquiera logró Berlusconi en sus mejores tiempos, con una mayoría absoluta en 2001 que por primera vez en la historia italiana agotó los cinco años de legislatura. Entonces, como siempre cada Gobierno italiano, toreaba con una alianza de cuatro partidos y una tropa de formaciones enanas. Renzi ahora tiene el control total. Es un líder líquido en medio de partidos que se deshacen en un país exhausto. Sueña con una mayoría absoluta de un solo partido, una utopía en Italia. Si lo logra no habrá quien lo pare.

La política de la ilusión permanente

El comisario extraordinario para estudiar un recorte radical de gastos en la administración italiana, Carlo Cottarelli, fichado del FMI, acaba de terminar un año de trabajo. Ha identificado un tajo de 13.000 millones de euros, pero confiesa que ha sido duro. Además de la resistencia de los despachos romanos cuenta una anécdota significativa. Quería reducir al mínimo los coches oficiales pero en el Ejército topó con un problema: un reglamento prohíbe a los militares de uniforme llevar paraguas, así que ante el riesgo de mojarse tienen que coger necesariamente el coche. Y todo en este plan. Cambiar Italia es muy difícil. A Renzi se opone una nube de burócratas y castas parasitarias con todos sus trucos. Esto hay que reconocerlo y de ahí que buena parte de la opinión pública apoye su falta de miramientos.

Pero esto no quita que su estilo tiene algo poco de fiar, si se miran con lupa los datos. Renzi transmite tal sensación de movimiento que marea. Lo hace con promesas casi diarias, que no da tiempo de verificar porque ya son infinitas y la de hoy solapa la de ayer. Esto alimenta una ilusión permamente de esperanza en el cambio. Pero si uno recuerda lo básico, que en marzo calculó un PIB para este año de 0,8 y al final es de -0,4 es como para desconfiar. Vendió como receta mágica, entre otras, un populista regalo de 80 euros en la nómina a las rentas más bajas, pero de momento no tiene efectos.

Las grandes reformas de los cimientos institucionales que deben cambiar el país son una modificación de la Constitución que elimina el poder del Senado y un nuevo sistema electoral, pues el actual, un proporcional puro, es un suicidio. Es el que ha quedado de oficio tras ser anulado el anterior por el Constitucional. Eran las iniciativas más ambiciosas y urgentes, y debían estar a mitad de tramitación en mayo, pero siguen empantanadas con mucho retraso. Sus primeros presupuestos, presentados esta semana, han sido los últimos fuegos artificiales de Renzi. Es una ambiciosa inyección de dinero público de 36.000 millones, a base de hinchar el déficit y cortar gasto. Pero al día siguiente ya había un coro de protestas porque se suben impuestos por otro lado y, en el fondo, gran parte del sacrificio recae en regiones y munipios. Que su vez quizá suban impuestos o empeoren la sanidad, los transportes, la educación y otros servicios. Con Renzi no se acaba de saber si se está ante un salvador, un mago o un trilero.

(Publicado en El Correo)

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