Pago más de 1.200 euros al año de comunidad, un escándalo, y seguro que en el periódico a veces piensan que les estoy timando. Nunca he sabido bien por qué, pero esta mañana me dice la portera que amenazan a todo el edificio con cortar la luz y el agua en unos días porque la mayoría de los vecinos resulta que no pagan. Ahora sé por qué pago lo que pago. Aunque si soy el tonto del barrio al menos algunos me podrían saludar en la escalera.
En Italia llevar una comunidad de vecinos es algo tan demencial que se contrata a un administrador externo, un oficio como otro cualquiera, despachos que llevan varios edificios. Son un Señor Lobo, como el personaje de ‘Pulp Fiction’, que resuelve problemas. O los crea: en mi edificio hace unos años el administrador se largó con la pasta y luego se han sucedido varios que dimiten desesperados al cabo de unos meses.
El administrador es uno de esos oficios parásitos italianos que se benefician, y defienden, la kafkiana complejidad del sistema y su altísima litigiosidad. Sólo en Roma hay más abogados que en toda Francia. También está el no menos mítico “comercialista”, el asesor fiscal. Parece imposible vivir sin uno. Es alguien que entiende los arcanos misteros de la burocracia, está al día de los continuos cambios legales, conoce los trucos y los despachos y te lleva los papeles y la declaración de la renta. Ayer entré en el banco a pagar un impuesto municipal, yo solito, y se quedaron asombrados de que no tuviera “comercialista”. Intentaron convencerme de que era un cálculo complejo y debía afrontarlo yo solo con el temible módulo F24. Estuve media hora, pero lo conseguí.
De todos modos empiezo a pensar cómo organizarnos a breve plazo para vivir unos días sin luz ni agua, a los críos a lo mejor hasta les divierte.
Luego me entero de nuevos problemas en el colegio público de mi hijo: va por el cuarto profesor de italiano en un mes. Se van, los cambian, la dirección no tiene gente ni dinero para cubrir todas las horas. Muchos son precarios y vienen del quinto pino cada día. Es decir, con cada huelga o incidencia de transporte, varias veces al mes si no una a la semana, llegan tarde, si llegan. Cada mañana hay furiosas sublevaciones de padres en la puerta del colegio con conatos de toma del edificio. Hoy ha habido una bastante buena y, a las ocho de la mañana, ya tenía mails de los padres con parrafadas interminables plagadas de detalles técnicos sobre el organigrama del centro y debates durísimos, porque luego cada uno tiene una opinión sobre cómo organizar el asunto. Algunos se rinden y cambian a los chavales de colegio sobre la marcha hasta que dan con uno bueno. Mejor dicho, con una clase con un maestro bueno dentro de un colegio regular, quitando si es posible el 70% de escuelas italianas con problemas estructurales, techos que se caen y esas cosas. Ah, hay 2.000 colegios construidos con amianto: 342.000 alumnos con riesgo de pillarse algo chungo. El ministerio calculó en 2013 que para reparar todos, al actual ritmo de inversiones, harán falta 110 años.
Empiezo a pensar en que a lo mejor debo cambiar a mi hijo de colegio, o ir a uno privado, y empiezo a pensar en cómo haría para mandarlo a uno privado. Tal vez dejando de pagar la comunidad, como un vecino normal, aunque el niño haría los deberes con una vela y se ducharía en la fuente de la esquina, que por fortuna sigue funcionando. También debo pensar a quién conozco que me enchufe en uno privado, porque si no, ni loco.
Lo bueno de mi profesión es que luego abres el periódico y tus problemas te parecen pequeños, por cómo está Italia, por no hablar del mundo. Y son sólo las nueve de la mañana.
También te llaman amigos de Roma y te cuentan otras movidas distintas, cada uno peleando con las suyas.
Menos mal que empiezo a pensar que es viernes, y qué bonita está hoy Roma, y que lo mejor es ir luego a comer a un buen sitio. Si me pasa esto un lunes no sé cómo me lo hubiera tomado. Aunque ahora me acuerdo que me toca trabajar este fin de semana, con esto del Vaticano que debaten, entre otras cosas, si los homosexuales son personas normales o no y si lo deciden este año o el que viene.
Se me acaban los recursos, así que mejor me voy al bar a tomar un café, ‘corretto’ (corregido: con lingotazo de aguardiente), que seguro que al final, no sé cómo, se arregla todo.
…Epílogo, añadido más tarde: en el bar me explican, cómo no me había dado cuenta, que hoy es viernes 17, que en Italia es como el martes y 13 y trae mala suerte. Basta esperar que pase y “tutto si mette a posto”, todo se coloca en su sitio.