El sínodo extraordinario sobre la familia que se celebra en Roma, ideado por el Papa para dar un revolcón a la postura tradicional de la Iglesia sobre los controvertidos aspectos que la rodean, ha llegado a su ecuador con un claro indicador de cambio de aires. El tono y el debate son totalmente nuevos, contagiados por Francisco, como demostró ayer el primer informe provisional sobre las 265 intervenciones registradas que refleja una apertura general hacia las formas de convivencia fuera del matrimonio. La más notable, hacia los homosexuales, con palabras sorprendentes.
Por ejemplo: “Las personas homosexuales tiene dotes de y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana: ¿somos capaces de acoger a estar personas, garantizándoles un espacio de fraternidad (…) aceptando y valorando su orientación sexual, sin comprometer la doctrina católica y el matrimonio?”. Partiendo del planteamiento básico de Bergoglio de no censurar ni aferrarse a la doctrina, sino priorizar la misericordia, el documento se limita a señalar que las uniones del mismo sexo no pueden “equipararse” al matrimonio entre hombre y mujer, y también expresa “una atención especial” hacia los niños de estas parejas, pero no va más allá en sus líneas rojas. Acepta como un hecho la relación homosexual. Es más, afirma que “sin negar las problemáticas morales se da constancia de que hay casos en los que el mutuo apoyo hasta el sacrificio constituye un apoyo precioso para la vida de los compañeros”. El texto original, en italiano, utiliza el término inglés “partner”. Nunca, de verdad, se había oído hablar así de los homosexuales en el Vaticano, que hasta ahora eran enfermos, cuando no degenerados, sólo se les podía convertir o ayudar con terapias y su relación iba contra la ley natural. Que, por cierto, ni se menciona en todo el texto, algo muy llamativo, porque es el pilar teórico en el que hasta ahora se apoyaba todo.
Es un cambio de registro histórico, dentro de un viraje general hacia la acogida de las familias “heridas” o “imperfectas”, separados, divorciados y parejas de hecho, que hasta ahora eran una amenaza para los valores cristianos y la estabilidad de la sociedad: “La Iglesia se dirige con respeto hacia ellos apreciando más los valores positivos que custodian, en vez de los límites y las carencias”. El texto admite que hay uniones ajenas al matrimonio católico, “con auténticos valores familiares”, y pide “decisiones pastorales valientes”. Se estudia cómo facilitar las nulidades y hay un gran debate para permitir la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar. En cuanto a los anticonceptivos, un callejón teológico sin salida cerrado con la encíclica ‘Humanae vitae’ de Pablo VI, en 1968, la Iglesia sigue insistiendo en la enseñanza de los “métodos naturales”.
Son días especiales en el Vaticano, porque se cuestionan conceptos inmóviles desde hace siglos, y de hecho algunos prelados, según contó ayer el relator general del sínodo, el cardenal húngaro Peter Erdo, han evocado “el espíritu del Concilio Vaticano II”, que renovó la Iglesia en los sesenta. También se parece por el encendido contraste de fondo que se advierte, y se muestra sin tapujos, entre un sector progresista y otro conservador, que ve los posibles cambios con preocupación, porque además el Papa los ampara. Hay cierta tensión de fondo. Cardenales de uno y otro bando se replican con entrevistas con puntos de vista muy opuestos, se evapora esa meliflua homogeneidad de la jerarquía y no se debe descartar ahora una fuerte reacción para frenar estas posibles aperturas.
Se están dando reacciones insólitas, como la de Rogelio Ricardo Livieres, el arzobispo de Paraguay destituido el mes pasado por el Papa por encubrir un cura pederasta. Livieres, miembro del Opus Dei, ha alertado del peligro “de una gran cisma” por los “vientos nuevos que soplan en la Iglesia y que no pertenecen al Espíritu Santo”. No habla sólo de su caso, sino de las aperturas que discute el sínodo, un síntoma de las grietas que se abren en algunos sectores: “Lo que antes estaba prohibido y era una desobediencia contra la ley de Dios ahora podría ser bendecido en nombre de su misericordia”. El Opus Dei, que reafirma su “total unión” con el Papa, ha rechazado las palabras “muy equivocadas” de Livieres y afirmó que son “de su exclusiva responsabilidad”.
Pero es que el debate es anómalo porque el propio Francisco deja caer lo que piensa un día sí y un día no. Como ayer, en su misa de la mañana, hablando de un pasaje del evangelio: “Los doctores de la ley estaban encerrados en su sistema, habían organizado la ley muy bien, todos los judíos sabían lo que se podía hacer y no hacer. Lo que hacía Jesús era extraño y peligroso, ir con los pecadores, estaba en peligro la doctrina, que habían hecho durante siglos. Habían olvidado que Dios es también el Dios de las sorpresas, siempre nuevo”.
Tras la asamblea general de la semana pasada, esta se trabajará en círculos menores y se votará un documento final el sábado. Seguirá un año de discusión en las parroquias, para culminar en otro sínodo en 2015.
(Publicado en El Correo)