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Italianos geniales (3): Danilo Dolci

El Gandhi siciliano, Danilo Dolci, es un personaje único, genial en su idea de usar la no violencia para combatir a la mafia y, sobre todo, la pobreza crónica de Sicilia. Aunque su padre era un maquinista de trenes siciliano él nació, por sus traslados, en la otra punta de Italia, cerca de Trieste, en un pueblo que ahora es Eslovenia. Era 1924. Tampoco su formación tiene nada que ver con lo que hizo luego, porque acabó como un gran sociólogo y pedagogo italiano, escritor y poeta. Estudió en Milán para aparejador y tras la guerra cursó arquitectura, pero lo dejó todo por irse a una comunidad agrícola de pobres fundada por uno de esos curas anárquicos italianos, Zeno Saltini. Cambió su vida e indignado por la miseria en 1952, con 28 años, decidió hundirse en la Sicilia profunda, a cambiar el mundo desde abajo.

El lugar fue Trappeto, un pueblucho de 2.000 vecinos en la costa entre Palermo y Trapani, donde había vivido de niño. Desde allí inició un auténtica revolución, hasta su muerte en 1997. Contra la mafia y la injusticia usó, por ejemplo, el ayuno. Fue lo primero que hizo nada más llegar: ocho días de huelga de hambre en casa de un matrimonio que acababa de perder a su hijo por desnutrición, una historia que empezó a dar noticias de un loco que denunciaba los horrores tercermundistas sicilianos, como la explotación de los jornaleros y la plaga del trabajo infantil. Después se casó con una vecina abocada a la pobreza, una viuda con cinco hijos –luego tuvo cinco más con ella, más dos con una sueca con la que se lió después, pero eso es otra historia-. Dolci se instaló en una chabola y abrió una escuela, un núcleo de casas que acabó llamándose Borgo di Dio.

 

Desde allí empezó a armar lío, convencido del poder de la palabra y de la cultura. La gente, los campesinos, los pescadores de la zona, hasta entonces dejados de la mano de Dios, se volcaron con él. En su desafío a las autoridades tuvo una idea brillante, una huelga al revés organizada en 1956 en Partinico: si los trabajadores paraban para protestar, los parados protestarían trabajando. Con centenares de desempleados se puso a reparar una carretera municipal abandonada. Dolci fue arrestado y condenado a dos meses de cárcel por ocupación del suelo público. El proceso, en el que al final fue absuelto, tuvo un gran seguimiento en todo el país.

Se convirtió en un subversivo inclasificable atacado incluso por la Iglesia católica. En 1966 fue el primero en alzar la voz públicamente contra la mafia, en años en los que aún era un auténtico tabú. Se metió a investigarla en serio y lanzó graves acusaciones de connivencia contra un ministro democristiano siciliano, Bernardo Mattarella. Se abrió un juicio que se quedó en nada, pese a los graves indicios que salieron a la luz, pero él acabó condenado a dos años de cárcel por difamación, aunque le indultaron.  En 1970, durante dos días, abrió la primera radio libre de Italia, en la que denunció la indecente situación  de las víctimas del terremoto de Belice, en Sicilia, de 1968. Apareció la Policía y se la cerró.

Dolci también se ganó respeto y fama de intelectual de acción con impactantes libros de denuncia. En 1955 el gran filósofo y politólogo Norberto Bobbio le hizo un elogioso prólogo de ‘Banditi a Partinico’, una mezcla de datos sociológicos rigurosos y fascinante reportaje de testimonios que retratan la miseria de la Sicilia rural, vidas sometidas al crimen y los abusos. Escribió Bobbio: “Tras leer estas páginas, escuchad la resonancia siniestra o irónica que adquieren en vuestro ánimo palabras como democracia, justicia, derecho, ley”. Fue una bofetada para una Italia subida al tren del progreso y conmocionó a Sartre, Bertrand Russell y el Abate Pierre, entre otros. Al año siguiente fue más allá y demostró que el drama también estaba en la ciudad, en Palermo. En ‘Inchiesta a Palermo’ (Investigación en Palermo) entrevistó a 500 personas de barrios pobres con diez preguntas muy simples. Primera: “¿Tiene trabajo?”. Otra: “¿Cuándo no trabaja, cómo come?”. Un total de 324 dependían de la ayuda de amigos y familiares o buscaban hierbas en el campo. Parece un reportaje de un remoto suburbio indio. Dolci se atormentaba con la pregunta clave: ¿por qué tanta gente tiene una vida tan dura pero no logra organizarse en una mayoría y cambiar su existencia? Dedicó su vida a darle respuesta.

 

Este libro terminó de convertir a Dolci en un símbolo que atrajo a su pueblo de Sicilia a cientos de jóvenes idealistas de Italia y del resto del mundo, a ayudarle como voluntarios. También acudieron muchos intelectuales a mostrarle su apoyo y darle visibilidad. Llegó dinero para cultivar tierras, construir diques y sistemas de regadío. Nació un gran proyecto educativo para cientos de niños de la comarca, con laboratorios de arte y música. Dolci puso en marcha lo que llamó “mayéutica recíproca”, el método de Sócrates mejorado con la experiencia colectiva: en vez de llenar a los chavales de enseñanzas buscaba que las descubrieran a través del diálogo, compartiendo sus vivencias, para sacar a la luz lo mejor de sí mismos. Para darles confianza en sus fuerzas, hacerles ver que allí, en ese agujero negro, tenían lo que necesitaban y se bastaban por sí solos, sin esperar ayuda de nadie. Aldous Huxley, en el prólogo de ‘Inchiesta en Palermo’ resumió así la figura de Dolci: “Sin caridad, el conocimiento tiende a carecer de humanidad; sin conocimiento, la caridad está destinada demasiado a menudo a la impotencia. En una sociedad como la nuestra a un nuevo Gandhi o a un moderno San Francisco no le basta tener compasión y benevolencia. Necesita una carrera científica y conocer una docena de estudiosos. Sólo frecuentando el mundo del cerebro, no menos que el del corazón, el santo del siglo XX puede esperar alguna eficacia. Danilo Dolci es uno de estos modernos franciscanos con una carrera”.

En la imagen, Danilo Dolci con Peppino Impastato, el periodista asesinado por la Mafia con 30 años en 1978, durante una ocupación de tierras.

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