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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Una cosita rápida

En cualquier otro país quizá cundiría el pánico, pero en Italia están tan acostumbrados que ya ventilan las crisis de Gobierno como un cambio de entrenador. El primer ministro, Enrico Letta, traicionado por su partido en el día de San Valentín, vagó ayer a la una hasta el Quirinale para dimitir. El presidente de la República, Giorgio Napolitano, abrió en una hora la ronda de consultas reglamentaria con las fuerzas políticas. Por la tarde empezaron a desfilar como en puertas giratorias los partidos pequeños, en turnos de 20 minutos, y hoy les toca a los grandes. Es agotador porque hay una veintena de siglas en el Parlamento. Terminarán por la tarde. Cumplido el expediente, se prevé que Matteo Renzi sea primer ministro entre hoy y mañana, para poder estar en su puesto el lunes cuando abran los mercados y aquí no ha pasado nada.

Por cierto, una de las imágenes de hoy será ver a Silvio Berlusconi, todo orgulloso, entrando al frente de la delegación de su partido, Forza Italia, en el despacho de Napolitano. Le acaban de echar del Parlamento por tener una condena firme de fraude fiscal y no puede presentarse a las próximas elecciones, pero ahí sigue ejerciendo de líder y pisando los palacios del poder. Su rehabilitación mediática procede a buen ritmo, también gracias a Renzi que ha pactado con él un nuevo sistema electoral, y no hay que perderle de vista.

En cambio el pobre Enrico Letta era ayer la imagen de la humillación. Ha terminado de mala manera, encima justo cuando aparecen los primeros datos positivos de recuperación económica desde 2011. Ahora su máxima ilusión, ha confesado, ha sido volver a comprar cromos de fútbol a sus hijos, un retorno a la normalidad. En sus últimas palabras ha repetido su lema estoico en estos diez meses que ha durado su Gobierno, una reflexión de Séneca: “Vivir cada día como si fuera el último”. Se debe a los continuos intentos de eliminación que ha sufrido desde el primer día. Pero en la mejor tradición de la izquierda italiana ha sido su formación, el Partido Demócrata (PD), el que ha terminado por liquidarle para dejar paso a Renzi.

La prisa para resolver esta crisis de Gobierno encaja bien con la velocidad que está imprimiendo Renzi a la política desde que irrumpió definitivamente en ella el pasado mes de diciembre, al ganar las primarias del PD. A sus 39 años está quemando etapas a toda velocidad. En dos meses le ha quitado el puesto a Letta y hay gran expectación por comprobar cómo se desenvuelve por fin en el poder. Se da por hecho que comenzará con fuegos artificiales, un arranque avasallador de medidas de impacto mediático. Dijo que lo primero que haría sería un plan urgente de manutención de la escuela pública, porque muchos colegios se caen a trozos, literalmente. Es un problema concreto muy sentido en la calle. Es el tipo de decisión efectiva que puede funcionar bien.

No obstante, empieza a comprobarse ya que Renzi no siempre hace lo que dice. O hace lo que dijo que no haría, como gobernar sin haber pasado por las urnas. Se lo han impuesto las circunstancias, dice, pero la pregunta es cuánto le van a seguir cambiando el resto de enormes circunstancias que le esperan a partir de ahora en la espesísima ciénaga del poder en Italia. Con Renzi no se sabe si es un genio, un inconsciente que no sabe dónde se está metiendo o se sobrevalora. Listo es, no cabe duda, pero también lo era Letta, a su manera, después de una vida en política, y hay que ver cómo se la han jugado.

En cuanto a las decisiones de gran calado debe sacar adelante el nuevo sistema electoral, pegar un gran recorte al gasto público, reducir los cargos de la administración, rebajar los costes e impuestos de las empresas, simplificar los contratos laborales… Esto es lo que ha ido prometiendo, pero lo cierto es que aún no hay un programa de Gobierno como tal, que aún debe ser refrendado por sus socios de centroderecha, el insólito pacto al que obligaron las inconcluyentes elecciones de febrero de 2013. Sus aliados heredados de Letta son el Nuevo Centro Derecha (NCD) de Angelino Alfano, que agrupa a los fugados del partido de Berlusconi, y Elección Cívica (SC), de Mario Monti. Ahí empezarán esas circunstancias con que debe regatear Renzi. Algo dirá su lista de ministros, que probablemente se conocerá el lunes o el martes.

Sus aliados se debaten entre el deseo de alargar la legislatura, pues ambas formaciones pueden volatilizarse en unos próximos comicios, y el temor a ser eclipsados por el carisma de Renzi. Letta era un soso, lo suficientemente neutro para dar la imagen de un Ejecutivo híbrido de emergencia. Pero Renzi, que aspira a ganar las próximas elecciones y utilizará esta arriesgada experiencia de gobierno como trampolín, monopolizará la acción y los focos. A partir del lunes estará en la tele a todas horas. Alfano será aún más comparsa que ahora, su vocación de una vida tras haber sido monaguillo complaciente de Berlusconi.

Renzi tiene prisa no sólo por carácter, también porque en mayo llegan las elecciones europeas y, a falta de unos comicios que le hayan legitimado, es inevitable que se conviertan en un test sobre su nuevo Gobierno. Quedan justo unos cien días y en ellos se jugará su credibilidad. Debe demostrar que no es un farolero, uno más.

(Publicado hoy en El Correo) 

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