Matteo Renzi será, como parece probable, el primer ministro más joven que ha tenido Italia, con 39 años. Eso ya es una revolución, pero queda ver lo que hay después. En su biografía, que se conoce desde hace apenas cuatro años, cuando un mocoso toscano presuntuoso asomó en el PD, todo es determinación y precisión hacia el triunfo. Era un perfecto ‘boy scout’, ágil en subir el escalafón. No era muy bueno jugando al fútbol y antes que perder prefería ser el árbitro. Con 19 años se presentó en la tele en ‘La ruleta de la fortuna’ y venció como un empollón el premio gordo. Renzi, no hay ni que decirlo, empezó de democristiano, como Enrico Letta o Angelino Alfano. Luego confluyó en el PD por el ala centrista. Va a misa los domingos, le gusta vestir bien, parece un poco pijo y es el prototipo de individuo que hace preguntarse a los excomunistas de su partido cómo han terminado juntándose con gente así. Representa la modernidad en el fondo no tan deseada del PD, última sigla del reciclado Partido Comunista.
El aparato intentó pararle los pies desde el principio. Hizo carrera rápido en Florencia y llegó a ser presidente de la provincia, un cargo al que se puede dejar llegar a cualquiera. Pero Renzi se presentó a las primarias para ser el candidato a la alcaldía. Eso ya eran palabras mayores y le frenaron. Sin embargo con una campaña agresiva y su desparpajo terminó ganando. Enseguida se convirtió en el alcalde mejor valorado de Italia y cuando en el PD se quisieron dar cuenta ya ejercía de nueva promesa. Su grito de guerra fue el de “mandar al desguace” (‘rottamare’) a la vieja clase política, incluida la de su propio partido. Se presentó lanzado a las primarias de febrero de 2012 y se recorrió Italia en una caravana haciendo mítines. Por etapas discontinuas, porque al mismo tiempo seguía siendo alcalde de Florencia e iba y venía de un lado para otro. Pero podía con todo. No ganó ante Pierluigi Bersani, pero fue famoso cómo lo encajó: “Por fin he hecho algo de izquierdas: he perdido”. También esa franqueza y el humor era una revolución.
Renzi era visto en el PD con sospecha porque atraía incluso al votante de centroderecha. La prueba de su audacia y su falta de prejuicios o escrúpulos es que uno de los primeros gestos que se le recuerdan, cuando empezaba a hablarse de él, fue ir a visitar a Berlusconi. Eso marcó una ruptura con la línea de la izquierda y abrió un curioso canal de empatía: el ‘Cavaliere’ y Renzi se respetan. El magnate vio de inmediato su talento, se reconoció en él. Con la mitad de años, claro. En 2013 sólo decidió que se presentaba a las elecciones cuando vio claro que Renzi perdía las primarias y no sería el candidato.
El mes pasado Renzi lo volvió a hacer: se reunió con Berlusconi, con el sacrilegio de hacerlo en la sede del PD, para pactar un nuevo sistema electoral. Ese es Renzi, alguien que se cree más listo que Berlusconi. El último gran truco del ‘Cavaliere’ es aparecer como parte de esa corriente nueva y refrescante que encarna Renzi. Vuelve a estar en juego, que es lo que siempre le interesa. El nuevo líder del PD juega con fuego, pero el caso es que se le ve muy suelto.
Renzi despierta tantas expectativas como temores en un país exhausto que ya no cree en milagros. Si falla él no se ve a nadie en el horizonte. Serán meses interesantes porque desplegará un estilo nuevo que se adivina espectacular. Las dudas con muchas. ¿Las principales? Su nula experiencia internacional, cómo se desenvolverá en Europa -y en julio le toca a Italia la presidencia de la UE- y que nunca ha demostrado saber gran cosa de economía. Y esto lleva a mirar una clave de sus propuestas: pretende rebasar el límite del déficit del 3% fijado por Bruselas. Habrá que ver si la desfachatez le funciona fuera de casa, porque eso ya es una cosa seria.
Renzi va tan lanzado, tiene tanta prisa, que lo normal sería que se estrellara, pero parece muy convencido de lo que hace y eso es contagioso. Es inexperto e impaciente, pero astuto, habilidoso y un gran comunicador, con continuos detallitos. El último, moverse en un minúsculo coche Smart. Sabe rodearse de expertos, dirigir equipos y vender bien lo que hace. Tiene cintura y capacidad de sorpresa. Italia, desde luego, reza para que le sorprenda.
(Publicado hoy en El Correo)