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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Que pase el siguiente

Italia tendrá en breve un primer ministro de 39 años que no ha pisado en su vida el Parlamento, Matteo Renzi, hasta ahora alcalde de Florencia y poco más. Y que encima aspira a pegarle al país el vuelco radical que pide a gritos desde hace décadas y nadie ha sido capaz de darle. Renzi, líder del Partido Demócrata (PD) de centroizquierda desde hace dos meses, confesó ayer sin rodeos “una ambición desemesurada” por transformar Italia, va sobradísimo y por fin ha conseguido que llegue el momento que esperaba toda su vida. Su colega de partido y primer ministro, Enrico Letta, acabó por ceder ayer a su estresante asedio y anunció que hoy presentará su dimisión.

Letta había intentado plantarle cara el miércoles, diciendo que no se iba, pero Renzi no tuvo problemas ayer en redoblar el órdago: exigió a la ejecutiva del PD en pleno “una nueva fase” y “salir del empantanamiento”. El partido le apoyó en bloque -136 votos a favor, 16 contrarios y dos abstenciones- y a los pocos minutos Letta, que no acudió a la reunión, anunció su renuncia con una nota. Hoy subirá al palacio del Quirinale a presentarla oficialmente al presidente de la República, Giorgio Napolitano. Se esperaba este último gesto de sensatez de Letta para no alargar aún más el deprimente espectáculo que estaba dando el PD con su guerra interna por el poder. Es el tipo de catarsis suicidas que periódicamente hunden a la izquierda italiana desde 1998 y le abocan a la postre a la derrota en las urnas: D’Alema se la jugó a Prodi, a quien también se la volvió a liar en 2008 Veltroni, que Bersani apartó a la primera de cambio, para ser él a su vez pasto del caos interno en 2013.  Se puede apostar que en estos momentos ya hay en el PD quien empieza a conspirar para ser el próximo cuando caiga Renzi, porque se ha movido la fila. De momento ayer lo festejaron con unos aperitivos: al terminar la reunión de la ejecutiva mandaron traer del bar de enfrente unos spritz, prosecco y negroni con patatas fritas (imagen de arriba). Se ignora lo que se tomó Letta, aunque ya ha dicho que en el Gobierno ha vivido cada día como si fuera el último. Es una cita de Séneca, que como se sabe optó por la cicuta.

Renzi, serio y arrogante, hizo ante su partido un discurso directo cuya sustancia era: gracias Letta por los servicios prestados pero quítate tú que ya me pongo yo, porque tu Gobierno no funciona, estamos perdiendo tiempo y voy a ser yo el que haga de una vez por todas la gran revolución que espera Italia desde hace décadas. La novedad es que se propone agotar la legislatura, hasta 2018, sin someterse en cuanto sea posible a una legitimación de las urnas. Se lanza a la piscina.

Lo vendió como la única opción, pues las elecciones anticipadas en este momento serían un desastre con el actual sistema electoral proporcional puro, y en esto tiene razón, y porque el Gobierno de Letta ha defraudado las expectativas, y eso es una cuestión de gustos. También dijo que es la alternativa más difícil y en cierto modo lo es, pues lo normal en este complejo país es que muera en el intento y se convierta en la enésima decepción. Eso podría acabar con su prometedora carrera política antes incluso de presentarse a unas elecciones, pues en ese caso tendría serias posibilidades de perder las próximas.

Este es precisamente el aspecto más anómalo del nuevo episodio de la montaña rusa que vive la política italiana desde noviembre de 2011, cuando cayó Berlusconi: será el tercer primer ministro consecutivo no elegido en las urnas, tras Mario Monti, un técnico impuesto por la emergencia, y Enrico Letta, un suplente de urgencia tras la dimisión de Pierluigi Bersani, candidato del PD y ganador pírrico de las caóticas elecciones de febrero de 2013, que fue incapaz de formar un Gobierno.

Para hacer olvidar la desagradable sensación que tienen en estas horas muchos italianos de que se trata de otra componenda más entre políticos a espaldas de los ciudadanos, de esas que Renzi juró no hacer nunca en su vida, deberá hacer realmente en serio todo lo que se espera de él, “cambios radicales y profundos”. Ha prometido una auténtica legislatura constituyente: un nuevo sistema electoral que sustituya al actual engendro, una reforma del Senado que acabe con el bicameralismo perfecto que paraliza Italia, una reducción drástica del coste de la política, una simplificación de la burocracia, liberalizar y reactivar la economía… Las míticas grandes reformas que espera Italia desde hace generaciones.

Letta puso en pie en abril de 2013 un Ejecutivo muy complicado que no ha durado ni diez meses, tras una gestación tortuosa y una alianza inverosímil nada menos que con Silvio Berlusconi, enemigo histórico de la izquierda. Letta consiguió sobrevivir incluso al ‘Cavaliere’, que le abandonó e intentó derribarle sin éxito, pues su delfín Angelino Alfano le traicionó y se quedó en el Gobierno, pero ha terminado por sucumbir ante Renzi, el nuevo animal político que bufa pidiendo paso. Desde que ganó en diciembre las primarias del PD ha tardado dos meses en liquidarle.

Como suele pasar en Italia, todos acuden en auxilio del vencedor. A Alfano le parece muy bien porque Renzi le garantiza una larga legislatura, una certeza que no tenía con Letta, y también él debe aprovechar su momento, sus cinco minutos de gloria con su nuevo partido de disidentes de Berlusconi, Nuevo Centro Derecha (NCD), quizá llamado a desaparecer en unos comicios, sobre todo si fueran pronto. Por las mismas razones, la pequeña formación de Mario Monti, Elección Cívica (SC), acoge a Renzi con entusiasmo.

Esta mayoría parlamentaria, que en realidad es la misma de ahora, será la que aprobará la investidura del nuevo primer ministro en los próximos días. En su aventura Renzi ni siquiera tendrá una total libertad de maniobra, sino que deberá lidiar con Alfano y sus tics de centroderecha. Está por ver si será un Gobierno totalmente estable. Tras la dimisión de Letta, Napolitano realizará las protocolarias consultas con los partidos y luego le encargará la formación de Gobierno para que acuda a las Cámaras a obtener su apoyo. Llegará entonces la hora de la verdad para Renzi. Dada la grandilocuencia con la que la ha planteado sólo cabe un triunfo apoteósico o un fracaso monumental. Cuando era joven ganó en la tele la ruleta de la fortuna, pero estadísticamente la historia está en su contra.

(Publicado hoy en El Correo)

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