En el fútbol italiano ni siquiera los niños te aseguran un espectáculo edificante. A la Juventus de Turín le costó ayer una multa de 5.000 euros llevar a los chavales el domingo a rellenar las gradas. Y eso que lo hicieron como gran idea para promover la deportividad. Les habían cerrado los fondos del campo por insultos racistas de los ultras y para no dejarlos vacíos se les ocurrió aprovechar el revés a su favor y marcarse un tanto de buen rollo: invitaron a miles de chicos. Fue una bonita imagen, bastante insólita en el Calcio, donde llevar al niño al estadio puede ser una temeridad ante los frecuentes incidentes. Era una alegre fiesta infantil hasta que empezó el partido. En cuanto el portero del Udinese tocó la pelota al hacer un saque de puerta una turba de 12.000 enanos berreó como una piña con los adultos: “¡Meeeerda!”. Y así todo el partido.
Se ha creado un sentido debate en Italia sobre si es culpa de las criaturas o de los padres. Entretanto el juez deportivo ha endosado la sanción a la ‘Juve’ “porque sus jovencísimos seguidores han dirigido repetidamente coros injuriosos a un futbolista del equipo adversario”. El club de Fernando Llorente, que decidió el partido con un gol en el último minuto, ya se está quedando sin soluciones para educar a sus ‘tifosi’. Las gradas ultras estaban cerradas por una sofisticada variación del insulto racista que han inventado en Italia: la descalificación “territorial”. Es decir, el ancestral racismo entre italianos, de los del norte hacia los del sur, desdeñados como paletos atrasados. Este tipo de ofensa hasta ahora escapaba al castigo, porque técnicamente no se trataba de racismo.
El objetivo favorito suele ser el Nápoles y los napolitanos, incluso aunque no juegue ese día, pero porque sí, por fastidiar. Cánticos como “Vesuvio lavali col fuoco” (Vesubio lávales con fuego) o “Napoli colera”, sobre la presunta pestilencia del lugar. Los napolitanos suelen responder con el estribillo “Aleeeè Vesuvio, il Vesuvio è la terra che amiamoooo, dell’eruzione ce ne freghiamoooo”, que viene a decir que aman su volcán y que la erupción les importa un pimiento. Es rigurosamente cierto: 800.000 personas viven en la zona de peligro en torno al Vesubio donde está prohibido vivir.
Basta acercarse a un partidillo de chavales para comprobar que los adultos no son un gran ejemplo. En Italia hay 7.000 escuelas de fútbol, casi las mismas que de educación escolar media, con 300.000 pequeñajos deseando jugar y, lo que es peor, con otros tantos padres deseando que ganen. Los progenitores son en ocasiones auténticos ultras que gritan a los contrarios, insultan al árbitro y dan la brasa al entrenador. A veces salen en la página de sucesos, como el pasado 12 de agosto, cuando en un derbi entre dos equipos infantiles de Nardò, un pueblo de Lecce, dos padres se liaron a mamporros con un chaval de 10 años porque no pasaba el balón a sus hijos y encima habían perdido. “He hecho muchos cursos para chavales, pero deberíamos hacerlos para los padres”, dijo entonces Sergio Vatta, exentrenador de los juveniles del Torino. Aunque admitió que también los entrenadores infantiles tienen sus responsabilidades: “Si usted supiera cuántos entrenadores conozco que no pagan en la carnicería o la peluquería porque han prometido un puesto al niño en el equipo…”. Las dificultades intrínsecas del fútbol italiano se revelan a los chavales desde el principio.
(Publicado en El Correo)