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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

El último ángel de Coppi

    Ante tanto capullo que se dopa, una historia del viejo ciclismo.

    Los ‘ángeles’ de Fausto Coppi, el gran campeón del ciclismo italiano, eran sus escuderos, sus hombres de confianza, gregarios fieles y fieros que quedaron huérfanos con su muerte prematura y absurda. Coppi, como es sabido, murió con cuarenta años de malaria en 1959 tras una carrera de exhibición en Burkina Faso y en medio de una chapuza médica en Italia. Sus ángeles -Ettore Milano, Michele Gismondi…- fueron siguiéndole y ya solo quedaba uno, el gigantón Andrea Carrea, llamado ‘Sandrino’, que murió el otro domingo, día 13, con 88 años. La prensa italiana borda la nostalgia y en estos días ha recordado algunas de las historias de ‘Sandrino’, cuya vida es reflejo de otra época del ciclismo, nacido como redención heroica en medio del hambre y las ruinas de la guerra.

    ‘Sandrino’, por ejemplo, pasó dos años en el campo de concentración alemán de Buchenwald. Antes de la guerra trabajaba en el mantenimiento del ferrocarril y se había curtido pedaleando por las vías con pilas de ladrillos. Su físico le salvó de la muerte y del atroz regreso a casa: seis meses a pie hasta Berlín y dos a Praga caballo, que luego se comieron. El legendario masajista ciego de Coppi, Biagio Cavana, le fichó de inmediato solo con palparle las manos. “Este es un cíclope”, sentenció. Comenzó como profesional en 1948 con el hermano de Coppi, Serse, otra historia desgraciada. Murió con 28 años en 1951 tras una caída en el Giro del Piemonte, al meter la rueda en el carril del tranvía. El pobre Serse había empezado a cuajar al ganar en 1949 una Paris-Roubaix de forma curiosa: los tres que iban delante se equivocaron al entrar en el velódromo final y se metieron por la puerta de la sala de prensa. En uno de esos giros extraños del azar, también el hermano de Gino Bartali, el gran rival de Coppi, murió en un accidente con veinte años.

    ‘Sandrino’ pasó a las órdenes de Fausto Coppi en el Bianchi y se convirtió en su sombra, casi como un guardaespaldas. Les bastaba una mirada para entenderse y con su fortaleza era capaz de hacer por él lo que fuera. Hay un foto histórica, que ha desempolvado la prensa, que le retrata perfectamente. Es la que hemos puesto arriba. En la novena etapa del Tour de 1952 fue enviado por Coppi a controlar una escapada, pero al final ganó sin querer y tras pasar la línea de meta se fue al hotel. Al cabo de un rato llamaron a la puerta y era un gendarme. ‘Sandrino’ se asustó, porque pensaba que había liado alguna. Pero no, lo que pasaba es que tenía que volver a meta para subir al podio porque se había convertido en líder de la carrera con el ‘maillot’ amarillo. En la imagen se le ve cabizbajo, casi avergonzado, mientras Coppi le acaricia la barbilla, casi como para levantarle el rostro ante las cámaras en su día de gloria. “Aquella ‘maglia’ no era mía. Al día siguiente, en el Alpe d’Huez, se la devolví a Coppi”, contó luego.

    No fue la única vez que le buscó la Gendarmería, pero en otra ocasión no fue para ir al podio, sino al trullo. Con otros cuatro italianos, gregarios currantes como él, andaban buscando agua. Como relató años más tarde en un libro, “nos conocíamos todas las fuentes de Italia y Francia”. Pero ese día no encontraban nada así que aterrizaron en un bar. Comieron, bebieron y se llevaron provisiones para los jefes, Coppi, Bartali y Magni. Al salir el dueño del bar les preguntó quién pagaba, pensando probablemente que no les veía ningún bolsillo. Se miraron y respondieron: “El coche del disco verde”. Se lo inventaron allí mismo, no existía. Siguieron la carrera, pero al llegar a meta se encontraron con que un grupo de agentes querían detener a Coppi y compañía. El hostelero había llamado a la Policía y solo sabía que sus timadores eran todos italianos. Qué fama.

    Sandrino se comía pacientemente con Coppi sus 200 kilómetros de entrenamiento, aunque el capitán luego seguía y se hacía otros ochenta él solito. Coppi le metió la afición a la caza y solían salir también juntos a caminar por los bosques con la escopeta. Le acompañó hasta el final, en ocho Giros y dos Tours, y cuando murió él dejó la bicicleta. Aunque seguía cazando. Dos días antes de morir había ido a pegar unos tiros al campo. Cada 2 de enero, aniversario de la muerte de su amigo, iba a la misa conmemorativa y decía unas palabras por él. La última vez, hace tres semanas.

(Publicado en El Correo)

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