Como algunos de ustedes si es que llegaron a enterarse, yo también flipé el viernes con las palabras de Benedicto XVI contra las parejas homosexuales. No fue lo de siempre, que si eso es muy malo y un trastorno psicológico, sino un grado más de exaltación: si usted es homosexual, aunque sea creyente, o incluso cura, sepa que es un enemigo de la paz en potencia. Y de la justicia. Cuidado con lo que hace.
Tras censurar el aborto, la eutanasia y los matrimonios homosexuales, el Papa ha escrito: “Estos principios no son una verdad de fe (…). Están inscritos en la naturaleza humana misma, reconocible con la razón, y por tanto son comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia para promoverlos no tiene por tanto carácter confesional, sino que está dirigida a todas las personas (…). Tal acción es más necesaria cuanto más se niegan o se entienden mal estos principios, porque eso constituye una ofensa contra la verdad de la persona humana, una herida grave a la justicia y la paz”. Después pedía leyes rigurosas al respecto en cada país y añadía que, eso sí, se debe garantizar la libertad religiosa.
El Papa, faltaría más, puede pensar lo que quiera sobre los homosexuales, y si alguien se lo cree, mejor para él, pero elevar el gay a la categoría de enemigo público es un poco fuerte. Como autoridad tiene una responsabilidad, porque a los homosexuales en muchos países les dan palizas, los meten en la cárcel y los ejecutan.
De hecho, lo más preocupante no es que Ratzinger dijera eso, sino que lo plantee para el día de año nuevo, así que mal empezamos el 2013. Es parte del texto de su tradicional Mensaje para el Día de la Paz, que el 1 de enero cada nuncio -los embajadores vaticanos- entrega al Gobierno de cada país. Suele ser un mensaje diplomático de ámbito internacional, cosas que a menudo están bien dichas sobre la paz en el mundo y alguien tiene que decir, aunque se queden en el limbo de lo idílico. De hecho este año atacaba la degeneración del mundo laboral. Pero este año la obsesión gay se les ha ido de las manos. Se han puesto un poco violentos con la paz.
Todo esto es aún más inquietante si se considera que justo el día antes de pedir leyes contra las uniones homosexuales Benedicto XVI recibía en su despacho a la presidenta del Parlamento de Uganda, Rebecca Kadaga, que precisamente quiere imponer por ley en su país la pena de muerte contra los gays. ¿El Papa le diría algo o le hará llegar el Mensaje de la Paz con las frases sobre los homosexuales subrayadas? No hubo ninguna comunicación pública al respecto, como es costumbre en estas audiencias oficiales, aunque ayer cuando Ratzinger recibió ayer a los deportistas olímpicos italianos sí trascendió que les dio un tirón de orejas para advertirles que el dopaje está pero que muy mal.
Solo por recordarlo, la Carta de Derechos Fundamentales de la UE prohíbe la discriminación basada en la orientación sexual de las personas, mientras en 78 países se castiga penalmente la homosexualidad. Entre ellos, siete aplican la pena de muerte (Irán, Mauritania, Arabia Saudí, Sudán, Yemen y zonas de Nigeria y Somalia). Quién sabe si para el día de Reyes, como sorpresa, habrá una condena del Papa de este asunto.
Sin embargo, para terminar esta cadena de despropósitos, lo que a mí casi me deja más atónito -mejor dicho, me sigue dejando, porque no es de ahora- es que nadie en Italia diga nada, salvo las asociaciones gays o los escasos políticos que hacen de ello una bandera, como Paola Concia, del PD. Ni un partido que levante la mano y opine: “Santidad, perdone, pero esto que acaba de decir es una solemne tontería”. En la derecha es normal: el PDL de Berlusconi, la UDC democristiana de Casini y la Liga Norte acaban de impedir el tercer intento de aprobar una ley contra la homofobia, que añade este agravante a los delitos y agresiones, igual que el odio étnico o religioso. Pero ahí tenemos al Partido Demócrata (PD), referente de la izquierda, próximo ganador de las elecciones según los sondeos, callado como los demás.Salvo Concia, claro, que va de eso, pero no se moja su líder, Pierluigi Bersani, ni ningún dirigente. Jamás en su vida han rechistado al Vaticano y no van a empezar ahora, que hay elecciones.
Llueve sobre mojado. Además de la enorme influencia de la Santa Sede en la vida italiana, esto pasa porque la misma Italia es uno de esos países difíciles para los homosexuales. En el periódico de vez en cuando salen palizas que le han dado alguno y cosas así. Como país basado en el decoro, se esperan que todos respeten las apariencias y luego cada uno puede hacer lo que le dé la gana, pero en cuanto alguien lo aparenta puede tener problemas. El otro día un chaval de 15 años se suicidó en Roma porque en el instituto se reían de él por su homosexualidad.
En cuanto al estado de la cuestión en el Vaticano para mí es un misterio: por un lado el Papa dice estas cosas, pero luego tienen la movida que tienen con la pederastia y uno se encuentra debajo de su ventana con curas amanerados, y algunos son altos cargos, que pegan un cante que no veas. Sé lo que dicen en el Vaticano sobre esto, pero no sé de verdad lo que piensan.
Terminemos. Con Dirk Bogarde asomado a otra ventana, la del Hotel des Bains, en ‘Morte a Venezia’ (1971), de Luchino Visconti, cineasta abiertamente homosexual y, por tanto, potencial enemigo de la paz. Como Thomas Mann, autor del relato, inspirado a su vez en el compositor Gustav Mahler. La música es suya.
En este caso al protagonista le gusta un niño, pero se aguanta.