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Íñigo Domínguez

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Curia medieval

En Italia, como habrán podido comprobar, pasa de todo últimamente. Entre atentados, terremotos, el Vaticano, el fútbol y demás, llevo un mes sin parar, y por tanto, sin pasar por aquí. Como siempre, lo siento mucho, pero no doy más de mí. Es ya un problema crónico de este blog, que se añade a sus otros muchos defectos, y no se cómo resolver. Solo puedo repetirles que hago lo que puedo y no me olvido de ustedes. Los lectores que hayan ido sobreviviendo a tanta informalidad deberán hacerme además el gran favor de intentar aceptarlo como es. Porque no pienso pasarme a Twitter, mientras pueda evitarlo.

Sigo recibiendo mensajes que, además de preguntarme dónde estoy, tienen curiosidad por los asuntos del día a día. Entre ellos, el famoso tema de los ‘cuervos’ del Vaticano. Espero que sirva este largo artículo publicado anteayar en la edición de papel de El Correo:

1. INTRIGAS MEDIEVALES EN LA CURIA

Hace ahora cien años que Andrè Gide fantaseó en ‘Los sótanos del Vaticano’ con una conspiración interna que había encerrado al Papa en las mazmorras y lo sustituía con un doble. La Curia romana, por su hermetismo y fascinación milenaria, se presta a eso y más. El tópico son los Borgia y ahora que el malo del escándalo ‘Vatileaks’ es el mayordomo (en la foto, en primer plano) se puede recordar que César, el hijo del pontífice Alejandro VI, apuñaló a sus pies precisamente a un camarero papal por tontear con su hermana Lucrecia. Estos días se cita mucho una frase del cardenal Consalvi a Napoleón cuando hizo prisionero a Pío VII y anunció su deseo de destruir la Iglesia: “¡Pero si no lo hemos conseguido ni siquiera nosotros!”.

  Nada de lo que pasa es nuevo. El Vaticano siempre ha sido frágil y permeable a los espías. LA OVRA, la policía secreta fascista, contaba con muchos informadores dentro, como los monseñores Pucci y Benigni. Los nazis siguieron el trabajo y en la Guerra Fría abundaron los espías del Kremlin, que aumentaron con Juan Pablo II, por ser polaco, hasta la caída del Muro. Por otro lado la Iglesia siempre ha arrastrado su lastre de divisiones, desde los primeros apóstoles, y debilidades humanas. Una de las más sonadas conspiraciones fue en el siglo XIII, cuando el que sería Bonifacio VIII no paró hasta conseguir que Celestino V dimitiera, meterlo en la cárcel y ocupar el puesto. Pero a él mismo estuvo rodeado de enemigos. El rey francés Felipe el Hermoso le acusó de hereje con informes que le llegaban de ‘topos’ de la Curia y de la familia rival, los Colonna. Al final le tendieron una trampa para capturarlo y llevarlo a París. Doce de los conspiradores eran personal de servicio.

  Los ‘topos’ que estos meses han pasando papeles reservados a la prensa, dicen moverse por Benedicto XVI y para limpiar la Iglesia. Lo que es evidente es el daño a la imagen de la institución. Nadie niega que hay una guerra de bandos interna, ni que la Curia es un monstruo burocrático ingobernable de camarillas, con 4.600 empleados, que se ha erigido en un poder en la sombra. Esto es lo que ha dicho esta semana Vittorio Messori, amigo de Juan Pablo II y Benedicto XVI, uno de los principales autores católicos: “La Curia romana siempre ha sido un nido de víboras, pero antes al menos era la más eficiente organización estatal del mundo, administraba un imperio en el que no se ponía el sol y tenía una diplomacia sin igual. ¿Hoy, en qué ha quedado de eso? La decadencia de calidad es evidente, por la mediocridad de su personal”.

   Si ya Messori piensa eso, las opiniones de los críticos no son muy diferentes. El teólogo disidente alemán Hans Küng, ve el actual escándalo como “un síntoma de la crisis del sistema de la Curia romana, cuyas características negativas sufre la entera Iglesia católica en todo el mundo”. “Sigue siendo una corte, con un regente absoluto, con trajes y ritos medievales”, concluye. El escándalo recuerda la dimensión terrenal y a veces fangosa de la Santa Sede, que no es una democracia, sino la última monarquía absoluta de Occidente. Visto desde fuera, lo que pasa dentro puede sonar a chino, y resulta incomprensible esa pulsión suicida que eclipsa el mensaje evangélico, pero en Roma es familiar. Es una cosa muy italiana, otro centro de poder y una institución corruptible más.

  Basta cruzar el Tíber para que lleguen hasta la Curia los intereses políticos, económicos y hasta masónicos, un ingrediente clásico que también empieza a citarse en este escándalo. Siempre ha sido así. Si en 1983 uno de los jefes de la logia masónica P-2, Umberto Ortolani (foto), fue cesado como ‘gentil hombre’ de Su Santidad, cargo honorífico de la elite laica que rodea al Papa, en 2010 le tocó a otro ‘gentiluomo’, Angelo Balducci, centro del gran escándalo italiano de corrupción en las obras públicas, consultor inmobiliario de la Santa Sede, y que además participaba en un circuito de prostitución homosexual que tocaba el Vaticano. Hay muchos personajes que entran y salen de las esferas de poder vaticanas e italianas. Uno de los emergentes es Marco Simeon, de 33 años, protegido del secretario de Estado, Tarcisio Bertone, que se mueve entre la banca, la RAI y los contratos vaticanos. Y conectado con la P-4 -siguiendo la numeración de la P-2-, la penúltima trama conspirativa guiada por Luigi Bisignani, descubierta el año pasado. Hasta se rumorea -otro clásico de la maledicencia romana- que es hijo de Bertone y hace poco se lo preguntaron. Su respuesta fue: “Me parezco demasiado a mi padre”.

  En esta contaminación enfermiza de un ámbito teóricamente ejemplar y sagrado tiene un papel esencial el IOR, el banco del Vaticano y uno de sus mayores pozos morales. Roma es una capital europea con ventanilla directa a un paraíso fiscal, que opera al margen de la ley internacional, donde han lavado dinero los políticos corruptos y la Mafia. El IOR, eterna asignatura pendiente, también está en el centro del escándalo. Bertone ha frenado la operación de limpieza del presidente nombrado en 2009, Ettore Gotti Tedeschi, que acabó defenestrado de mala manera la semana pasada.
Bertone es el blanco de las filtraciones, para forzar al Papa a destituirle. En los papeles aparece como alguien ambicioso, autoritario, que invade parcelas de poder ajenas, y también puenteado y desautorizado por Benedicto XVI.

  ‘Vatileaks’ ha desnudado varias guerras internas, maquiavélicas y sin rastro de amor evangélico. La primera, en 2010: Bertone y el director del ‘Osservatore Romano’, Giovanni María Vian, acusados de pasar un dossier de falsedades sexuales contra Dino Boffo, director del ‘Avvenire’, diario de los obispos italianos. Se leyó como una maniobra para someter a la conferencia episcopal italiana a la Santa Sede tras la marcha del influyente cardenal Ruini, después de 16 años. Dos, verano de 2011: Bertone envía de nuncio a EE UU a Carlo María Viganò, secretario general del Governatorato vaticano, quien lo toma como un castigo por combatir la “amplia y arraigada corrupción” del Vaticano. Tres, Bertone intenta arrebatar al cardenal Tettamanzi, arzobispo de Milán, el instituto Toniolo, que controla la Universidad Católica de Milán y el hospital Gemelli, pero éste protesta ante el Papa y sigue en su sitio. Cuatro, Bertone pretende comprar el hospital San Raffaele de Milán, en quiebra, con una operación millonaria, pero Gotti Tedeschi se opone. La quinta guerra es por la limpieza del IOR, con el objetivo de que sea aceptado en la ‘lista blanca’ de la OSCE, pero con el problema de que deberá colaborar con las autoridades italianas en aclarar asuntos sucios del pasado.

   El detonador final y que amplía el campo de batalla a los movimientos para un futuro cónclave fue la última lista de 22 nuevos cardenales, en el consistorio de febrero. Abundaban los italianos y el clero de la Curia, algo en lo que se vio la mano de Bertone colocando a sus amigos. Hubo quejas al Papa y se atribuyó a ese malestar la ausencia de hasta 80 cardenales en los actos públicos. Se espera otro consistorio en diciembre que equilibre las fuerzas.

  Según denunciaba esta semana el diario católico francés ‘La Croix’, son italianos el 46,4% de los jefes de la Curia y el 40,7% de sus subordinados directos. “Los juegos de poder entre clanes, la influencia de los asuntos internos de la Iglesia italiana y de sus relaciones con el Estado ofuscan la misión universal de la Santa Sede”, acusaba. Tiene mucho que ver en el descontrol de la Curia que los dos últimos papas hayan sido extranjeros. Hasta Juan Pablo II, además de ser italianos y conocer el percal, tenían gran experiencia en la Curia. Pío XII, sin experiencia pastoral, crecido en los despachos y él mismo secretario de Estado no quiso un jefe de la Curia y dejó el puesto vacante. Se apoyó en sus dos hombres de confianza, Tardini y Montini, futuro Pablo VI. Antes, en el breve paréntesis de cinco años de Juan XXIII, el ‘Papa bueno’ ya sufrió la oposición interna a sus ideas renovadoras.

  Juan Pablo II, polaco, en 1978 cayó como un marciano en el palacio apostólico, donde se sentía prisionero y delegó las tareas de gobierno. Benedicto XVI, en cambio, conoce bien la Curia, donde vive desde 1981, pero nunca ha querido saber nada de sus pasteleos. Elegido en 2005, ha optado por su papel pastoral, teológico, y sus libros. Ha condenado a los prelados que quieren hacer carrera, ha lamentado una Iglesia donde “se muerde y se devora” y días antes de ser elegido condenó “la suciedad de la Iglesia”. Se pensó que con él llegaría la limpieza, pero no ha podido.

  Gianfranco Svidercoschi, exvicedirector del ‘Osservatore Romano’ y biógrafo de Wojtyla, es uno de los decepcionados: “Siempre ha habido luchas internas, pero nunca tan intensas. El poder de la Curia ha crecido mucho. Wojtyla viajaba también con la esperanza de que desde el mundo llegara el impulso para cambiar el gobierno del Vaticano, mientras Ratzinger, conociendo bien la Curia, prefiere predicar. Pero a estas alturas ya se ha formado un poder alternativo al Papa”. Gran conocedor de la casa, Svidercoschi ha levantado ampollas en el Vaticano con su libro ‘Mal de Iglesia’, en el que denuncia los “manejos financieros” y el “carrerismo clerical” por parte de una “casta eclesial” que ha bloqueado la renovación del Concilio Vaticano II.

  En medio del temporal está el Papa. A sus 85 años, a Benedicto XVI todo esto ya le pilla muy cansado. Además del golpe moral que supone el arresto de alguien tan íntimo como su mayordomo, que le despertaba cada mañana. La sensación de ocaso del pontificado se agudiza con la constatación del desgobierno, y no se percibe que Ratzinger tenga las energías para poner orden. Se comienza a pensar que será tarea del próximo pontífice. Desde Pío XI, el Papa casi siempre ha señalado de algún modo a su sucesor. Se espera esa señal de Benedicto XVI. Estos días Bertone ha sufrido mucho y, según algunos medios, quería dimitir. El Papa le ha defendido, pero es posible que espere que pase el chaparrón para relevarle. Cumplirá 78 años en diciembre y puede ser el momento. Si es sustituido, la elección dirá mucho de quién va ganando la guerra. Como alternativa se presenta Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero. Pero puede optar por Dominique Mamberti, actual ‘ministro de Exteriores’, afín a Bertone. Andrea Gallo, popular cura que trabaja con marginados y sin pelos en la lengua, es genovés como Bertone, Piacenza y Bagnasco, el presidente de los obispos italianos. Conoce bien a los tres. ¿Su análisis? “El más peligroso es Piacenza”. Y vuelta a empezar.

2. DOS PROTAGONISTAS CLAVE: BERTONE Y GAENSWEIN

TARCISIO BERTONE
Secretario de Estado y ‘número dos’ del Vaticano

Al año de ser elegido, Benedicto XVI nombró secretario de Estado al salesiano Tarcisio Bertone, tras el todopoderoso Angelo Sodano. No por sus dotes de gestión, sino porque llevaban años juntos y se fiaba de él. Bertone, que se exhibía mucho, hablaba de fútbol y salía en la tele, parecía simpático, pero no brillaba por su agudeza. Contó que Juan Pablo II se le apareció en sueños para decirle que aceptara el cargo. Además la Curia le vio como un intruso: era el primer secretario de Estado ajeno a la escuela diplomática. La vieja guardia se puso tensa y sus intentos de imponerse empeoraron las cosas. La maquinaria vaticana empezó a chirriar hasta en la traducción de los discursos del Papa.

  Bertone se estrenó en 2006 con la primera crisis del pontificado, las palabras de Benedicto XVI en Ratisbona que ofendieron al islam. Alguien debería de haber echado un vistazo al texto antes. El desastre de comunicación posterior se hizo cotidiano mientras Bertone se pasaba el día viajando. Culminó en 2009 con el fin de la excomunión a los ‘lefebvrianos’, donde se coló uno que negaba el Holocausto. Cuatro potentes cardenales -Schönborn, Ruini, Scola y Bagnasco- pidieron la cabeza de Bertone. El Papa se negó. Luego empezó la guerra sucia.

(En la foto, mostrando con alegría su nuevo anillo el día en que fue nombrado cardenal).
GEORG GAENSWEIN
Secretario personal del Papa
El secretario personal del Papa, el alemán Georg Gaenswein, bávaro como él, de 51 años, solo ocupaba las crónicas de tono frívolo por su aspecto apuesto y juvenil. Su porte hasta inspiró una colección de moda de Versace. Era serio y reservado y enseguida cortó las tonterías sobre él, protestando por las imitaciones que le hacían en la tele. Este tratamiento mediático, de comparsa, ocultó el perfil de un sacerdote de sólida formación, que colaboraba con Ratzinger en Doctrina de la Fe desde 1996 y tenía una cátedra de derecho canónico en la universidad romana del Opus Dei.

  En 2003 se convirtió ya en asistente personal del futuro Papa, un papel en el que ha ido ganando protagonismo. Las filtraciones de ‘Vatileaks’ muestran que muchos cargos de la Curia evitan al secretario de Estado, Tarcisio Bertone, para tratar directamente con Benedicto XVI. Y eso significa pasar por Gaenswein, que ya es su filtro personal. Recibe las cartas y los faxes para el Papa de dentro y fuera del Vaticano. También le asesora, relee sus textos y modula las visitas. Esto le ha hecho chocar con Bertone y con los celos de parte de la Curia, para convertirlo en otro blanco de los ‘topos’ en algunos de los papeles, donde se revela su creciente influencia.

 

3. LA FAMILIA DEL PAPA

Paolo Gabriele, ‘Paoletto’, arrestado por ser uno de los ‘topos’ del Vaticano, era algo más que el mayordomo de Benedicto XVI. Era parte de la llamada ‘familia’ del Papa. Tiene una parte eclesiástica, de quince miembros, entre prelados de honor, capellanes y el predicador de la Casa Pontificia, pero la más íntima es la doméstica. Además del mayordomo, la forman cuatro monjas laicas de ‘Memores Domini’, del movimiento Comunión y Liberación. Se llaman Loredana, Carmela, Cristina y Rossella, que sustituyó a Emanuela, fallecida en 2010 en un accidente de tráfico, un suceso que conmocionó al Papa. Cocinan, hacen la compra y se ocupan de la casa. Otras dos monjas laicas, pero alemanas y del movimiento Schonstatt, son secretarias personales para traducir, preparar y revisar textos. Son Birgit Wansing, colaboradora histórica de Ratzinger e Ingrid Stampa, que vive en otro piso intramuros, vecina de ‘Paoletto’, su mujer y tres hijos.

 Después están los dos secretarios personales del Papa, Georg Gaenswein, que le sigue desde que era cardenal, y el maltés Alfred Xuereb. Hay una quincena de asistentes de anticámara, que reciben a los huéspedes, dirigidos por Pier Franco Valle. Por último, el médico personal del pontífice, Patrizio Polisca, nombrado en 2009. Precisamente el doctor de Pío XII, Galeazzi Lisi (foto), fue un famoso traidor vaticano, porque vendió las polémicas fotos del Papa en su lecho de muerte.

  A esta familia se suele sumar el hermano de Ratzinger, Georg, que tiene una habitación en el piso de arriba, junto a la de Gainswein y las cuatro monjas. Pero pocos más entran en la casa y son quienes suelen comer y cenar con el Papa. El mayordomo despierta a Benedicto XVI a las 6.30 horas. Celebra misa en su capilla y a las 8.00 desayuna café con leche, pan, mantequilla y mermelada. Media hora después ya está en su estudio, si no tiene actos o audiencias. Come a las 13.30 -le encantan las ‘penne’, macarrones, al salmón- , da un paseo por el jardín de la terraza y vuelve al trabajo. Más tarde reza el rosario en la representación de la gruta de Lourdes de los jardines vaticanos. A las 19.30 cena y antes de acostarse charla con la ‘familia’, ve las noticias del TG1 de la RAI o alguna película. Le gustan las del cura Don Camillo.

   Esta casa es un lugar que pocas veces había sido violado. Solo en 1971 pillaron a cuatro técnicos de los teléfonos vaticanos, que habían duplicado las llaves, robando medallas pontificias en el apartamento de Pablo VI, mientras estaba en Castelgandolfo. Les condenaron a tres años, pero el Papa les perdonó. También se prevé que Benedicto XVI conceda la gracia a ‘Paoletto’.

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